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Este texto, publicado en 1904, está etiquetado como Novela.
Novela.
105 págs. / 3 horas, 5 minutos / 793 KB.
7 de noviembre de 2021.
Todas las mañanas paraban á la puerta de la ferretería los carromatos serranos, que desde Buitrago, desde Miraflores ó Lozoyuela venían en dos ó tres jornadas con lento arrastre, dando perezosos tumbos por la carretera. Eran grandes y ostentosos, como navíos de tres puentes; atracaban á la vera del establecimiento, casi tapiando la puerta, y el tenducho lóbrego quedábase entonces más ensombrecido. Los transeúntes ni se atrevían á pasar por la angostura que dejaba el bajel entre pared y rueda; una rueda de diez y seis rayos, de ancha llanta y abultado bosín, que poco le faltaba para meterse dentro del establecimiento. El majo toldo, de cañizo y lona, combábase en amplia curva, tan alto que tapaba media fachada de la casa, y por la trasera caía la cortina también de lona blanca, pero adornada con las iniciales del patrón y garambainas de cuero, cosidas con hilo rojo campeando sobre la tela flotante que defendía las mercancías del polvo carretero. Los varales gruesos y recios, con pintarrajos verdes, azules y amarillos como las varas y como los mosos que afianzaban en los altos de la marcha todo el navío cuando iba abarrotado. Eran carros de alto bordo, hechos para cruzar los puertos, y por eso en vez de galga tenían ya máquina de cadena con macizos topes que oprimían la llanta, haciéndola crujir con chirridos dolorosos. Las bolsas venían siempre cargadas hasta hacer saltar las correderas de cáñamo. En la delantera no faltaba nunca el farolón, bamboleándose en los tumbos, al compás de la marcha, con el cristal cubierto por una espesa costra de cazcarrias y de polvo. En la trasera, amarrado á la riostra, el guardián de todo aquello, un mastín peludo.