En florido rincón del cielo jugueteaba una legión de angelotes, vestidos con ondulantes gramallas recamadas de estrellas, altos, esbeltos, tierna la mirada, suave la expresión, casto el ademán; ángeles del místico pintor de Fiesole, que al sentir el aliento de la vida remontaron el vuelo en busca de su verdadera patria.
De repente, la bulliciosa angelada interrumpe el juego y acalla su greguería al ver que desde este bajo mundo dos nubecillas ascienden lentas por la inmensidad del firmamento. Conocían los ángeles esos nubarrones que abajo, en lo más hondo del espacio, se condensan, se aglomeran y se deshacen; pero nunca vieron á las nubes subir tan alto, remontar la región de las estrellas que á sus piés titilan, atravesar los espacios de la luz, entrometerse casi en las azules llanadas del cielo. Y aun no cejaban en su ascensión las osadas nubecillas; una, blanco vellón flotante, con bordes que el céfiro rizaba y la luz tornaba azulinos, subía con vaporosa ligereza; otra, negruzca, compacta, ascendía roncera, plomiza y remolona.
La blanca se apartaba con remilgo de su obscura compañera, como dama repulida esquiva el leve roce con la blusa de un obrero que por la calle cruza, y aun los ángeles con ser ángeles, fueron presurosos á hundir sus piececitos en la blancura de aquel copo que hasta ellos llegaba, dejando solitaria á la nube negra, temerosos de manchar sus nítidas vestiduras con los girones de aquel nubarrón opaco.
Pero aún no habían hollado los blancos celajes, cuando un ángel, adelantándose, exclamó:
—¿De dónde vienes, blanca nube?
—Vengo del valle de las lágrimas. ¿Sabes dónde está? Nací en un pebetero de plata, lleno de incienso y de mirra, un turiferario le daba cadencioso impulso, su balanceo me lanzó al espacio, describí en el aire una curva y empecé á ascender lenta, majestuosa. Primero envolví en una niebla azul cien luces que alumbraban en hileras un viril de oro y pedrería; una voz solemne acompañaba mi ascensión diciendo: Incensum ascendat ad te, Domine, et descendat super nos misericordia tua; luego invadió las naves del templo un torrente armonioso, estremeciéndome con su arranque inesperado; al vocinglo del órgano se unieron los cantos frescos y argentinos de los niños del coro; sus voces se desvanecieron borradas por el canto profundo de los monjes, que en el fondo de la nave se agrupaban delante del gradual, y todos, todos: oficiantes, niños, monjes, el pueblo entero, con el fervoroso murmullo que hasta mí llegaba, parecían decirme: asciende nube de incienso, asciende al trono de Dios, portadora de nuestras oraciones, que regamos con lágrimas de mística emoción. Por la resquebradura de una vidriera que, con pintados cristales, representaba un San Pablo, salí del templo, y rasgando mis encajes entre gargolas y botareles, llegué hasta aquí. Ahora, ángeles del cielo, decid á vuestro Señor que vengo enviada por los hombres para ocupar un puesto en el trono de nubes que es asiento de su Excelsa Majestad.
Calló la nube blanca, y los ángeles desfilaron uno á uno, mirando desde lejos la nube negra, estantia en el espacio.
Pero mientras la legión se remontaba, portadora del mensaje, hubo un ángel que, por picor de curiosidad ó movimiento de compasión, desvió el vuelo en busca de la mancha negra, y al llegar:-¿De dónde vienes?—le preguntó también.
—Vengo de una mansión candente y negra, donde el fragor de vertiginosa máquinaria impone silencio á los hombres, á las mujeres y á los niños, que inclinan la frente y encorvan el cuerpo en faena ruda, tenáz, abrumadora; vengo de una fábrica, cuya chimenea me lanzó al espacio, y cuyos mil obreros, al verme subir, parecían decirme, creyentes y abnegados: Asciende, humo de nuestros hornos, asciende á ocupar también puesto humilde en el Trono del Señor.„
Calló la nube y alejóse el ángel, murmurando entre dientes: “ Muy negra vienes para llegar tan alto; muy sucia estás.„
Oyó el Señor en silencio el mensaje de la legión seráfica y el del ángel rezagado, y, así que los hubo oido, habló de este modo:
—Ángeles míos, volved á las nubecillas que os envían y decidles que las espero aquí.
—¿A las dos?—preguntaron los ángeles á coro.
—A las dos—respondió severo el Señor—porque si gusto del aromático incienso de la oración, también es santo y también me place el negro incienso del trabajo.