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El dolor de aquella criatura era de los que más laceran, cebándose en sí mismo sin hartarse, ahondando, ahondando impávido. Por un error muy frecuente en las crisis ¿olorosas, convertía en esperanzas placenteras, casi risueñas, lo que era en realidad remolino de recuerdos. En aquel trajín de emociones, trasegadas de lo pasado á lo porvenir, revivían los deseos de su padre, aquella ambición de su vida que se acurrucaba en el rinconcito más hondo del alma, temblando de pudor y también de miedo; nunca, nunca le salió de labios afuera; pero ella la había sorprendido, sin saber cómo, en una inflexión de voz al hablar de Él mientras cenaban; y ahora, el pensamiento sorprendido furtivamente, en el revuelo de una palabra, en el temblor de una caricia, tomaba cuerpo en la memoria, se concretaba en líneas precisas, lo mismo que esas melodías que se despiertan y suenan en nosotros, mucho tiempo después de haberlas oído.
Pero aquella evocación en tal noche, era obsesión de pesadilla que atenazaba mortificadora el pensamiento de Rafaela; la lucha á brazo partido con las memorias dulces que se erguían como señoras de su imaginación, llegó á exteriorizarse, presentándosele violentamente un dolor agudo en la sien izquierda, y luego otro igual en la derecha, hasta producirla penosa impresión de un taladro lento. Se oprimió la cabeza entre las manos, y sintió un golpeteo duro muy doloroso, como si las ideitas, las buenas y las malas, armasen allá dentro descomunal zipizape, entreteniéndose en martillearle el cráneo; dejó caer los brazos, y al cesar la presión las picaras se desparramaban zumbadoras, produciéndola atolondramiento y vértigo. Tuvo que agarrarse violentamente al hierro del antepecho y cerrar los ojos para dejar pasar á las muy locas, que no parecía sino que cien armones corrían por allí, al galope de caballos desenfrenados; hasta en los oídos repercutía el traqueteo de las pesadas ruedas. Se alejaron; ya rodaban lejos; pero la punzada volvió á hacerse más intensa, dándole ansia de gritar; se echó en un sofá, boca abajo y quietecita, agazapada; aquello fué pasando; el clavo salía, le sentía salir como si mano piadosa lo extrajese suavemente. Y le pareció que con el clavo le habían arrancado también el pensamiento, porque ya no pensaba en nada; si casi se dormía; al menos se aletargaba, sumiéndose en un sopor silencioso. Aquel estado debió durar poco tiempo; oyó el canto de un gallo en el jardín de Ruzafa. También Sergio oyó desde la sala el clarín de aquel heraldo del día. Años hacía ya que él no había oído el canto del gallo, y pensó en Valencia, en el huerto.
123 págs. / 3 horas, 36 minutos.
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Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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