Carolina 114

Experimento con un volcado de memoria

Francisco J. Jariego


memoria, crisis, literatura, democracia, España



 

 

 

CAROLINA 114

Experimento con un volcado de memoria

 

 

FRANCISCO J. JARIEGO

 

 

 

 

Diseño de portada: Francisco J. Jariego

© 2016, Francisco J. Jariego


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Alicia, esa parte de mí que ya no sé dónde está.


 

Índice

 

Introducción al experimento Carolina 114. 1

Genocidio. 7

Por qué adoré a Kurt 8

Contra Carolina Rojo. 11

Mi infancia son recuerdos de la calle Atocha. 13

El materialismo dialéctico de los otros. 21

Agujeros de gusano. 25

Primeros amores. 29

Fantasmas. 31

Realidades o deseos. 34

Disfraces. 37

Anotaciones sobre los humos de la mayoría. 40

JK 5022, Judas y el "yield management". 45

Huesos de Guerra. 49

Caroliana (I) 51

Bono Bus. 54

La verdad exhumada. 58

Despertar 63

África, ¿truco o trato?. 65

Volando Voy. 68

El fracaso (epifanía) 73

Colores. 78

Walking around. 82

Caroliana (II) 84

Incomunicando. 88

EPÍLOGO.. 92

Sobre el autor y la obra. 94

 


Introducción al experimento Carolina 114

 

Este breve texto es el resultado de un experimento que tuvo lugar durante el segundo semestre del 2008, un experimento fallido. Yo acababa de regresar a España después de casi veinticinco años trabajando en el extranjero como corresponsal y periodista científica, y me sentía como el vizconde demediado de Italo Calvino, recién regresado a su palacio de Terralba. Aunque mi apariencia era normal, una mitad de mí se había quedado en el campo de batalla.

A diferencia del vizconde, mi batalla había sido larga e incruenta. No fue una bala de cañón en el pecho lo que me había partido en dos. Una crisis profesional que había estallado al mismo tiempo que la crisis financiera, unas circunstancias familiares desafortunadas, una dosis de soledad mayor de la que una introvertida recalcitrante como yo podía tolerar; algo me movió a volver al país donde había vivido buena parte de mi infancia y juventud: la necesidad de reencontrar viejos conocidos y volver a conectar con esa otra parte de mí que cada vez parecía más enterrada en el pasado.

Alicia Rojo pertenecía a esa otra mitad mía que se había quedado en el campo de batalla. Alicia era mi amiga de toda la vida, esa persona que comparte contigo historias y experiencias irrepetibles, con la que has formado tu personalidad, y con la que cruzaste el umbral que separa la niñez de la edad adulta. Alicia era también esa persona que hace ya muchos, demasiados años que no ves, y con la que, sin darte cuenta, has dejado de compartir casi todo.

Una cálida noche de junio, mientras charlábamos en el jardín de su casa después de cenar, con las estrellas titilando sobre los riscos oscuros de La Pedriza madrileña, se nos ocurrió la idea que dio lugar al experimento. Surgió de manera imprevista, con esa absurda espontaneidad con que las ideas más irracionales se deslizan dentro de la lógica irrefutable de nuestros sueños. 

Hacía tanto tiempo que no hablábamos, que prácticamente nos habíamos perdido los últimos veinticinco años de nuestras vidas. ¿Por qué no volver a escribir historias juntas, como habíamos hecho muchos años atrás, en el colegio y en el instituto? ¿Por qué no contarnos nuestras historias privadas como hacíamos cuando éramos jóvenes y nos escribíamos cartas durante las vacaciones de verano? ¿Por qué no mezclar la palabra y la imagen para recomponer la cómica realidad de nuestro tiempo, como habían hecho René Goscinny y Albert Uderzo con la historia de Roma? ¿Por qué no hacerlo públicamente en un blog, usando nuestras personalidades torpemente disimuladas detrás de unos pseudónimos y unas apariencias fingidas que, sin embargo, no podrían encubrir nuestro yo verdadero a quienes nos conocían? ¿Por qué no regresar juntas a Siam, ese mundo lejano, mítico e inexistente salvo en nuestra imaginación?

Aquella noche de verano, todo parecía posible. Volver a la infancia en Siam, a la adolescencia, volver a estar unidas, volver a ser… amigas. ¿Por qué no Alicia?

Alicia tenía una hija de casi diez años de edad que yo había conocido esa misma tarde. Tenía un aburrido trabajo en una compañía de cosméticos, que le consumía buena parte de su tiempo y mucho más aún de su paciencia. Alicia seguía trabajando en sus comics, y estaba escribiendo un libro que quería publicar antes de fin de año. Me miró con aquella mirada suya, enigmática, distante, tal vez compasiva. Me dijo que no tenía mucho tiempo, pero no obstante aceptó. Supongo que no supo decir simplemente no.

El experimento dio comienzo al día siguiente, el domingo 22 de junio de 2008. Esa misma mañana, di de alta un nuevo blog: "Retorno a Siam", y colgué el primer post, un breve párrafo que, como muchos otros luego, rescaté de entre mis notas. En este caso, una fechada en Nairobi, en 1994, el año de la masacre Tutsi. Alicia respondió unos días después con otra entrada en el blog. Y luego yo continué, y así.

Así hasta que un día Alicia no volvió a dar señales de vida. Mis entradas en el blog se acumulaban, pero ya no había nadie al otro lado. La llamé, pero Alicia no me cogió el teléfono. No volví a saber nada de ella hasta mucho tiempo después, cuando ya “Regreso a Siam” se había quedado inmóvil como una estatua de sal. Alicia había decidido seguir su camino, un camino supongo que demasiado angosto, en el que no había espacio para Carolina Izar Galván, o por ser más precisa, para esa mitad de Carolina que habitaba en el palacio de Terralba. Pero esto ya es otra historia que deberá ser contada en otro momento.

Hace poco he vuelto a visitar el Museo Británico. Mientras paseaba entre las estatuas, me vino a la memoria nuestro experimento. Las entradas olvidadas de “Retorno a Siam” eran como aquellos trozos de piedra, algunos de ellos fragmentos casi irreconocibles de un torso humano, de un caballo, o de quien sabe qué. Releyendo los posts que escribimos al alimón Alicia y yo, en realidad, no estoy segura de que el experimento fuese fallido. Como ocurre con la mayoría de los experimentos en ciencia, no había sido un éxito ni un fracaso. Había sido simplemente una sonda, una muestra que aporta datos quizás no concluyentes para confirmar o refutar una hipótesis.

“Retorno a Siam” fue un fracaso como intento de reconstrucción de una amistad, y como intento de reconstrucción de mi propia personalidad escindida. A diferencia del vizconde, Carolina sigue hoy dividida. Fue un fracaso, desde luego, como experiencia de comunicación. Apenas tuvo lectores, apenas Alicia y yo misma. Como experimento, aportaba evidencia de que mi hipótesis (implícita) inicial —la amistad de la infancia perdida permanece inmarcesible en un espacio y tiempo paralelos a los que, sin embargo, sería posible regresar—, quizás está hipótesis era, después de todo, descabellada, a pesar de la contumacia con que innumerables autores a lo largo de la historia de la literatura, vuelven sobre ella.

Pero, sobre todo, releyendo "Retorno a Siam" me he dado cuenta de que esos breves fragmentos de texto son una parte de mi historia, una muestra de Carolina que quedó encerrada en esa pequeña botella lanzada al inmenso mar de la blogosfera, un mensaje de socorro no demasiado complicado de entender. “Retorno a Siam” era como el volcado de memoria de un programa de ordenador abortado al encontrar un fallo del que no puede recuperarse.

Las palabras y las imágenes atrapadas en esos fragmentos de texto petrificado, reflejan, aún de manera imprecisa y limitada, el momento en que fueron escritas, como esos fragmentos de escultura de hace miles de años que encontramos hoy en los museos, al mismo tiempo completamente ajenos y dramáticamente familiares. Ese momento ya pasó, pero los personajes y las historias no son muy diferentes de los personajes e historias de máxima actualidad. Casi diez años después, algunos de ellos, quizás con otros disfraces, y algunas de aquellas historias continúan formando parte, como pequeñas teselas, del presente.

Y, después de todo, si la batalla que me dividió en dos fue larga e incruenta, ¿por qué la reunificación con mi otra mitad no habría de llevar más tiempo del que yo desearía? Por eso, he decidido realizar un nuevo experimento. Con la determinación de un historiador que, inasequible al desaliento, interpreta los fragmentos de piedra; como un programador obsesionado con su aplicación, he recogido ese volcado de memoria de Carolina que es aproximadamente la mitad de “Retorno a Siam”, para volver a compilarlo y arrojarlo otra vez al mar en esta nueva botella, este nuevo experimento, que de manera arbitraria y por razones estrictamente sentimentales, he decidido etiquetar “Carolina 114”.

Agradezco de antemano al lector cualquier posible ayuda con la interpretación.

 

Carolina I.

Martes, 16 de agosto de 2016


 

Genocidio

 

Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos

(Federico García Lorca, Oda al Rey de Harlem, "Poeta en Nueva York")

Es una noche tibia, templada por la luz cansada de la Luna. Por el ventanuco penetran ecos cotidianos de voces distantes, el sonido metálico de una radio, el ladrido de un perro, un bebe llorando, el ronroneo de un motor de hélices... Cuando se alejan los soldados, sólo queda el silencio espeso y fuliginoso de la muerte.

 

Carolina I

Domingo, 22 de junio de 2008


 

Por qué adoré a Kurt

 

Kurt Cobain fue el primer hombre más joven que yo que me atrajo. Y esa fue la primera evidencia de que mi juventud quedaba atrás, mientras yo continuaba avanzando como una Dorothy hipnotizada por el campo de amapolas de la vida. Kurt nunca llegaría a cruzar aquella frontera invisible. Él tomó la decisión de convertirse en un icono de veintisiete años, atándose a una cruz clavada en el campo de amapolas, mientras los cuervos picoteaban sus manos, como un Ulises atado al mástil de su barco, mientas las sirenas picotean sus oídos.

 

Kurt

Resulta paradójico que conseguir la inmortalidad a los veintisiete años sea el resultado de amputar el resto de tu vida, como si se tratase de un miembro gangrenoso, y que tomar esa terrible decisión sea la consecuencia de ser infeliz en ese momento y estar probablemente amargado con la imagen que estás a punto de inmortalizar.

Kurt había tomado ya su decisión cuando finalizó la grabación del video para Heart-Shaped Box, aunque dejase que el tiempo fluyera aún algunos meses más. Ignoro si el video fue deliberadamente premonitorio, o si fue una profecía que se auto cumple, pero aquellas imágenes irreverentes, surrealistas, inspiradas en un comic creado por Salvador Dalí, constituyen para mí una descripción suficiente de lo que iba a venir a continuación.

Mi affaire con Kurt fue muy breve. Yo acababa de despojarme de mi primera piel musical, tejida con el rock y el pop de los 60 y 70, cuando aterricé en Seattle muy a principios de los 90 y quedé momentáneamente atrapada en la pegajosa tela de araña de la música oscura, ligeramente disonante, desgarrada, del trío Nirvana.

Había algo animal en Kurt, algo que se podía sentir a través de la distancia, que podían transportar las ondas de televisión, igual que el rugido del león puede galopar kilómetros sobre la grupa oscura del silencio en la noche africana. Su mirada creaba un abismo detrás de tus ojos, y parecía proyectarse hacia él, como si quisiera entrar para interrogar a tu alma ausente.

Su espíritu animal quedó atrapado en la grabación del "Unplugged" de la banda en New York la noche del 18 de noviembre de 1993. Yo acababa de llegar a Nairobi, y el silencio llevaba el lamento de Kurt hasta la orilla de mis oídos: Kurt enjaulado en el estudio de grabación, rodeado de un público que le escuchaba sobrecogido, que aguantaba la respiración cuando él dejaba caer su mirada felina entre los barrotes de flores que lo encerraban con ternura, mientras explicaba algo sobre la siguiente canción.

Aunque el video fue emitido por MTV por primera vez en diciembre de 1993, fue a partir del 8 de abril de 1994 cuando pudo verse repetidamente. Salvajemente, el espíritu de Kurt encerrado en aquel video, retornaba una y otra vez, como el genio de la lámpara maravillosa, desde las profundidades en que se hallaba sumergido desde hacía tres días.

 

Carolina I.

Sábado, 28 de junio de 2008

Contra Carolina Rojo

 

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

(Jaime Gil de Biedma, No volveré a ser joven, "Poemas póstumos")

Ese deseo tuyo, Alicia, de forzarte a parecer alegre mientras te precipitas a describir esa melancólica huida entre banderas y risas, me ha hecho recordar de pronto ese poema de Jaime Gil de Biedma, “Contra Jaime Gil de Biedma”:

 

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,

dejar atrás un sótano más negro

que mi reputación —y ya es decir—,

poner visillos blancos

y tomar criada,

renunciar a la vida de bohemio,

si vienes luego tú, pelmazo,

embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,

zángano de colmena, inútil, cacaseno,

con tus manos lavadas,

a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

 

Me he ido directa a rescatar una brevísima antología del poeta de entre las montañas de libros que se apilan en mi biblioteca, y mientras la hojeaba, me he topado con ese otro no volveré a ser joven con el que he decidido abrir esta entrada, porque me ha parecido que sería éste el que probablemente quería evocar mi memoria.

 

Carolina I.

sábado, 5 de Julio de 2008


 

Mi infancia son recuerdos de la calle Atocha

 

A mi abuela, Claudia Josefa.

1914-2008

 

Nunca la vi sin los labios pintados, desvestida, o con el pelo sin teñir. Era coqueta, una señora. Mi abuelo la llamaba la marquesa. También un poco bruja. Cuantas veces le oiría a mi madre quejarse: ¡mamá, eres gafe!

 

Josefa

Seguramente sólo fue lista y observadora. Pero nunca sabremos lo que realmente vieron sus ojos, lo que supo o lo que pensó porque, por encima de todo, era infinitamente discreta, con una discreción propia de un tiempo en que las mujeres no tenían ni voz ni voto, eran sólo esposas y madres sumisas. Y para nosotros, los que todavía hoy la conservamos en nuestro recuerdo, fue simplemente la abuela

La primera vez que me di cuenta de que también la abuela tenía su genio, yo debía ser ya bastante mayor. Probablemente fue una conversación que sorprendí entre ella y mi abuelo, y acto seguido, verla darse la vuelta con un gesto ligeramente adusto y murmurar para sí: ¡Pa chasco! Seguramente, al darse cuenta de que la estaba observando, se acercó a mí y me dijo: “Hija mía, ¿qué haces ahí de pie como un pasmarote? Estarás hambrienta, ¿verdad? Ahora mismo te voy a preparar un bocadillo”. Y en ese momento observé que, justo donde le nacía el cabello, había una estrecha franja de color blanco.

El hambre era una de sus obsesiones, que comiésemos. Si nos veía comer, la cara se le iluminaba con una sonrisa y algún oscuro recuerdo de la guerra parecía huir de su frente morena y surcada por las arrugas. “¡Comed, hijos míos!”. Su hermano Antonio murió durante la guerra civil. Padecía de tuberculosis y, cuando la guerra empezó a hacer mella y escasearon los alimentos frescos y la leche, la tisis lo devoró. Hambre y tuberculosis parecen fantasmas olvidados en los cuentos de hadas, pero ella los transportó dentro de su recuerdo más de sesenta años, hasta el umbral del siglo XXI.

“Mira que pendientes más bonitos”, me dijo un día mientras sacaba de una bolsa de papel de estraza un par de cerezas unidas por los cabillos, y me las ponía en una oreja. Recuerdo ese instante con la delectación de la primera vez que vi unas cerezas, rojas y sabrosas. Acabábamos de mudarnos a nuestra casa nueva y mi abuela venía de hacer la compra. Mientras fuimos pequeños y mi padre tuvo que viajar, mi abuela ayudó a mi madre con las cosas de casa. Siempre estaba con nosotros.

Pero la casa de la abuela era la de la calle Atocha 114, la casa de sus padres que mis abuelos compartían con un hermano de la abuela y su marido, mi tío abuelo, hasta que yo cumplí cinco años. Aquella casa antigua, teñida de historia, tiene las dimensiones enormes de mi primera infancia. Junto al portal había una farmacia que perteneció a los padres de un conocido dirigente del PASOC y luego diputado por IU; más arriba una panadería y pastelería donde comprábamos lenguas de gato, y en la esquina con Doctor Mata una tienda de bicicletas. Frente al portal había una caseta de la ONCE y, en verano, ponían siempre un puesto de helados de Camy o de Ondina. Descendiendo por la calle Atocha, a mano derecha, podía verse el macilento Hospital San Carlos, gris y derrotado, hoy rehabilitado y convertido en el Centro Reina Sofía. Y recortada sobre en el horizonte de la Plaza del Emperador Carlos V, la bóveda de la estación.

Mi infancia son recuerdos de aquella casa de mi abuela y sus alrededores. El Paseo del Prado y la explanada frente al Museo, donde todavía se yergue la estatua de Velázquez (¿o es Murillo?), los tanques atronando en el desfile de la Victoria, el Jardín Botánico, o los paseos hasta el Retiro para montar en las bicicletas de alquiler de la Chopera. Y, sobre todo, la estación, con sus trenes humeantes de vagones grises; las nuevas locomotoras eléctricas Alsthom y las poderosas diesel de Krauss-Maffei, pintadas todas en verde y amarillo, o los coches cama azul marino de la Compañía Internacional de Wagon-Lits; el Ter y el Talgo. Los andenes llenos de maletas y las vías terminales con los enormes topes oxidados. Y aquel “DIN-DAN-DON…, tren con destino a…” que apenas podía entenderse, reverberando en la cúpula y entre el sordo rumor de los viajeros. En aquella estación trabajó mi bisabuelo.

 

Estación de Atocha

Y en aquella casa, las noches eran largas y llenas de misterios que todavía resuenan en mi memoria, como el rugido sordo y alargado de los leones de la Casa de Fieras del Retiro que entraba flotando sobre el tenue soplo del viento por las ventanas abiertas del patio en las tórridas noches de verano. La abuela dominaba aquellos misterios, como el arte de montar claras de huevo o de cuajar a mano la mahonesa. Y el día que las garras de astracán asaltaron mis sueños, mientras mi abuelo atrancaba la puerta con una gran barra de hierro cruzada, la abuela me tomó entre sus brazos y dejó que las ascuas de mi sueño infantil abrasaran sus senos.

Los mayores misterios de esta mujer pequeña, cariñosa pero distante, próxima pero hierática, eran los que permanecían ocultos en su interior. Nunca los conoceremos, pero en el pequeño campo de batalla de su corazón, se libraron contiendas que dejaron huellas visibles para la medicina de finales del siglo XX. Muchos años después de que tuvieran lugar, los médicos, trabajando como arqueólogos sobre su cuerpo ya senil, encontraron alguna de esas huellas que nos revelan parte de una historia romántica y dolorosa.

La abuela había recibido una educación católica, apostólica y romana que, sin duda, contribuyó a la formación de su carácter recatado y sumiso; y aunque todo parece indicar que sus padres habrían sido republicanos, resulta sorprendente como pudo hacer compatible una acendrada devoción cristiana que mantuvo toda su vida, con su matrimonio con un comunista de carné como mi abuelo.

Sus contradicciones son un reflejo de las tensiones de su tiempo que, con tanta agudeza, captura Eric Hobsbawn en su obra "The Age of Extremes", traducida al español con el título mucho más anodino de “Historia del siglo XX”:

 

"Fascism was triumphantly anti-liberal. It also provided the proof that men can, without difficulty, combine crackbrained beliefs about the world with a confident mastery of contemporary technology" (Eric Hobsbawn, "The Age of Extremes", Vintage 1996)

“El fascismo triunfó sobre el liberalismo al proporcionar la prueba de que los hombres pueden, sin dificultad, conjugar unas creencias absurdas sobre el mundo con un dominio eficaz de la alta tecnología contemporánea.” (la traducción de Juan Faci, Jordi Ainaud y Carme Castells)

Y como si hubiese querido dar fe de esta tensión entre polos opuestos, la abuela se casó dos veces con su único marido. La primera, fue un acto civil, todavía en zona republicana. La segunda fue ya una ceremonia religiosa, celebrada en los altares de la dictadura franquista. No sabemos si mi madre asistió sólo a una, o a las dos bodas.

A finales de 1936 o principios de 1937, la abuela se traslada a Valencia con su madre, siguiendo al gobierno republicano y huyendo de la terrible batalla de Madrid. En enero de 1939, nació mi madre. Mi abuelo había llegado a España, huyendo de Cuba, con la guerra ya empezada.

La irrupción del cubanito gallego en la vida de aquella mujer refugiada en Valencia, se me antoja como el aterrizaje de un meteorito en el océano en calma. La madre de mi abuela debió ver con buenos ojos aquella relación, o quizás prefirió cerrarlos, pensando que su hija tenía derecho a disfrutar de unos años locos que, a lo mejor, eran los únicos o, tal vez, los últimos en su vida. Y sin duda, así fue. Mi abuelo estaba en el frente, participó en la batalla de Madrid y fue detenido, al finalizar la guerra, en Alicante, cuando intentaba huir en un barco. Aquellos meses se adivinan salpicados de encuentros esporádicos, llenos de la rabia y la intensidad surrealista de los poemas de Pablo Neruda. Si el abuelo hubiera logrado huir y exiliarse, sesenta y ocho años de la vida de mi abuela se hubiera escrito con otras palabras, pero su historia no habría sido muy diferente.

Tras finalizar la guerra, mi abuelo inicia un difícil periplo personal para conseguir sobrevivir y mantener a su recién formada familia en un ambiente completamente hostil. Entre otras peripecias, sabemos que tuvo una larga serie de trabajos de muy baja estofa, que culminaron en un empleo como lacayo y guardaespaldas de una figura de la nobleza. ¿Llegó a saberlo la abuela? ¿Cuántas lamparillas a la virgen debió de poner en aquellos años? ¿Cuántos rosarios rezaría? Siendo mi madre ya adolescente, mi abuelo mantuvo unas relaciones claramente consentidas por la abuela que, lejos de revelarse, ejerce de mediadora entre su marido y mi madre al enterarse ella de todo.

Mucho después, cuando las aguas del maremoto cubano hacía ya tiempo que se habían serenado, tras una revisión médica rutinaria, a la abuela le diagnosticaron una leve afección cardiaca. El origen de aquella afección parecía ser un infarto de miocardio que había tenido hacía ya tiempo. Pero ¿cuándo? ¡La abuela ignoraba completamente haber tenido un infarto!

Sus años de abuela fueron años ya sosegados, familiares. La abuela jugaba al ajedrez con mi abuelo y, a sus nietos, nos enseñó a jugar a la brisca y al tute. Pero, sobre todo, nos legó su cariño incondicional, su paciencia, ese legado de abuela que nos acompañará siempre. Aunque su vida fue larga, seguramente lo habría sido aún más de no haber fallecido mi madre prematuramente. El día que murió su única hija, aquella hija mimada e idolatrada, fruto de una pasión lejana, la abuela se encerró en su interior y ya no quiso volver a mirar más el mundo.

Claudia Josefa falleció un día de julio de 2008, a la edad de 93 años, tras ocho largos años de ausencia, ensimismada en aquellos otros recuerdos que no quiso ya compartir con nadie.

 

Carolina I.

Domingo, 6 de julio de 2008


 

El materialismo dialéctico de los otros

 

Si desconoces los personajes famosos que mueren hoy, es imposible que entiendas como se ha construido el mundo que habitas. Cada semana, con puntualidad británica, The Economist publica una necrológica sobre una personalidad destacada que nos ha abandonado en los últimos siete días. Somos ya tantos en este planeta abarrotado, que ninguna semana falta material para publicar. La ley de los grandes números nos ofrece el luctuoso fruto de su dominio implacable sobre las poblaciones. Para los que gusten de mayores detalles, Wikipedia por ejemplo ofrece un catálogo mucho más exhaustivo (buscar por ejemplo, "deaths in 200X").

Contemplada con perspectiva, esta lista que se incrementa semana a semana, nos ofrece una panorámica asombrosamente rica del mundo por el que todos los días deambulamos medio narcotizados, como sonámbulos por el oscuro pasillo de nuestro apartamento. Los vericuetos que recorremos y entre los que nos afanamos como las abejas de un inmenso panal, no son simplemente el producto de las leyes anónimas e inmutables de la naturaleza. El mundo se describe mejor como un collage en el que se mezclan las voluntades individuales de estas personalidades sobresalientes, formando una amalgama de colores y formas incomprensiblemente atractiva cuando se contempla desde la distancia con los ojos entornados, aunque profundamente inquietante cuando uno se acerca para contemplar el detalle.

Sin un especial criterio, más que mi propio conocimiento y predilección por los personajes, selecciono diez de las necrológicas aparecidas en The Economist a lo largo del último año, empezando por la de esta misma semana:

 

1.   Sam Manekshaw, soldado, 27 de junio de 2008, 94 años

2.   Ives Saint Laurent, modisto, 1 de junio 2008, 71 años

3.   Charlton Geston, actor, 5 de abril 2008, 84 años

4.   Arthur C. Clarke, escritor, 18 de marzo 2008, 90 años

5.   Suharto, dictador, 27 de enero de 2008, 86 años

6.   Bobby Fischer, jugador de ajedrez, 17 de enero de 2008, 64 años

7.   Norman Mailer, novelista, 10 de noviembre de 2007, 84 años

8.   Anita Roddick, emprendedora, 10 de septiembre de 2007, 64 años

9.   Luciano Pavarotti, tenor, 6 de septiembre 2007, 71 años

10.        Ingmar Bergman, dramaturgo, 30 de Julio de 2007, 89 años

 

Es muy posible que mi criterio de selección introduzca un sesgo que se añada al sesgo determinado por el criterio de selección del semanario, pero haciendo una clasificación rápida y grosera de las personalidades de la lista, encuentro tres tipos principales: militares-gobernantes (Suharto, Manekshaw), artistas de diversos campos, y un par de emprendedores (Roddick y Saint Laurent), sorprendentemente un hombre y una mujer.

Si hubiera que explicarle a un marciano como funciona nuestro mundo con la sola evidencia de esta muestra para ilustrarlo, la descripción podría ser algo así: un 20% de la población trabaja de manera afanosa para crear la riqueza necesaria para mantener, además, a una casta de gobernantes y burócratas aparentemente encargados de coordinar todo el tinglado, otro 20% de la población, y a un 60% de sofisticadísimos artistas que serían los encargados de crear la experiencia sensorial compartida necesaria para aplacar nuestros sentidos y crear un cierto sentido de integridad: ¿el opio del pueblo?

No estoy en absoluto pretendiendo ser rigurosa. En realidad, tanto Anita Roddick como Ives Saint Laurent fundamentaron su éxito en la creación de empresas cuyos productos pertenecen tan plenamente al capítulo de creación de la experiencia sensorial (perfumes, moda) como la literatura, la ópera o el ajedrez. Es así, y esta tendencia continuará en el futuro: las empresas de éxito que se crean desde hace años ya no utilizan el carbón y el acero, la mantequilla o los cañones, utilizan la información como materia prima infinitamente maleable...

Pero continuando con mi descabellado análisis para el marciano forense, si se observan las edades de los fallecidos, se concluye que los emprendedores son los menos longevos (64 y 71 años respectivamente), los artistas alcanzan edades considerablemente superiores (64 a 90), y son definitivamente los jefes quienes consiguen prolongar más su estancia en el terreno de los vivos (86 a 94).

No sé si el amigo Marx hubiera estado de acuerdo con este análisis, pero creo que conviene darle otra pequeña vuelta de tuerca a este pequeño hallazgo de la necrología antropológica.

 

Carolina I.

Sábado, 10 de julio de 2008


 

Agujeros de gusano

 

Hay caminos que sólo se pueden recorrer en un sentido. La vida es uno de ellos, por eso el tiempo, ese lazarillo que nos guía a través de la ceguera de nuestra consciencia, no se detiene nunca, nunca retrocede. Los pasajes al infierno son también, aparentemente, caminos sin retorno. Por eso tu cartero, Alicia, nunca regresa, e incluso el diablo vive alejado de ellos.

No hay un único camino al infierno. Son innumerables. Como los agujeros de gusano de la ciencia ficción que horadan el tejido del espacio tiempo y permiten viajar hasta los confines del universo, la mayoría son inestables. Hoy se abre uno aquí y mañana otro allá. Luego desaparecen. Algunos, no obstante, como tu cañada, permanecen estacionarios mucho tiempo.

El primer camino al infierno lo descubrí una mañana a finales de enero de 1980. Alguien había dejado un ejemplar de "The Times" del día 21 de enero sobre la mesa de la cocina, y mientras me disponía a desayunar, mis ojos se desviaron hasta el titular que encabezaba la página que tenía justo delante:

 

"Taraki and Amin Regimes mutilated children and butchered parents to quell Muslim Rebellion. Why the Soviet invaders are wearing an air of injured innocence"

"Los regímenes de Taraki y Amin mutilaron a niños y descuartizaron a sus padres para sofocar la rebelión musulmana. Por qué los invasores soviéticos se revisten de un aire de inocencia herida"

 

Yo aún era una ingenua. En lugar de apartar la mirada, servirme el café y pasar un buen día, aquel titular me atrajo como el canto de una sirena, como los pétalos de una flor, y continué leyendo:

 

"From Ian Murray Islamabad, Jan 20. The Afghan refugees and rebels in Pakistan all seem to have a horror story to tell. This is one of the worst. A small village just to the north of Kabul had offended the communist regime of Mr. Nur Mohammed Taraki. He and his prime Minister, Mr Hafizullah Amin, decided to make an example of it. One August morning the Afghan Army was sent to destroy it. While the soldiers starting pulling down and burning the houses, 13 children were rounded up and stood in a line in front of their parents. Some of the soldiers then poked out the children's eyes with steel rods. The mutilated children were then slowly strangled to death. Next it was the parents' turn, and one by one they were shot, as was everybody in the village. The bodies along with everything else were burnt. The surrounded fields were bulldozed."

 

El 21 de enero de 1980, todas aquellas personas que se citaban en ese artículo, no sólo los habitantes de aquella desgraciada aldea arrasada, sino los Taraki y Amin, habían ya desaparecido de la faz de la Tierra, devorándose los unos a los otros mientras cruzaban las puertas del infierno. Rusia acababa de iniciar la invasión de Afganistán, supuestamente para cerrar aquel pasaje al infierno que se abría procaz en medio del país. Lamentablemente, no lo conseguirían, y ese agujero de gusano continúa aún hoy devorando almas insaciablemente.

Aquella brutal descripción del artículo de "The Times" produjo un impacto en mi mente adolescente que no he conseguido nunca superar. Como si de un conjuro se tratase, volví a encontrarla muchos años después en la conocida historia del siglo XX de Paul Johnson "Modern Times". Ofrezco aquí, a modo de traducción parcial del texto al castellano, el fragmento tal como aparece en la edición de Javier Vergara del año 2000, página 880 (traductor Aníbal Leal):

 

"Mientras los soldados comenzaban a derribar y quemar las casas, trece niños fueron agrupados y permanecieron alineados frente a sus padres. Después algunos de los soldados vaciaron los ojos de los niños con varillas de acero. Luego los niños mutilados fueron estrangulados lentamente. Siguió el turno de los padres"

 

Incluso admitiendo que pudiese no ser una descripción de los hechos rigurosamente cierta, el sólo hecho de pensar que algo así cabe perfectamente dentro de nuestra mente, supone para mí una tortura. Una tortura que me ha llevado a recorrer el mundo en un intento absurdo de dar fe de que algo así no puede estar ocurriendo, no está ocurriendo, y sólo puede ser el producto de nuestra imaginación. Lamentablemente, mi intento de cerrar todos los agujeros de gusano de este mundo, de demostrar su imposibilidad matemática, de desbaratar su existencia con la perturbación introducida por el observador imparcial, han fracasado como la invasión rusa de Afganistán.

 

Carolina I.

Lunes, 14 de julio de 2008


 

Primeros amores

 

They are not long, the weeping and the laughter,
Love and desire and hate;
I think they have no portion in us after
We pass the gate.

They are not long, the days of wine and roses:
Out of a misty dream
Our path emerges for a while, then closes
Within a dream.

 

(Ernest Dowson, “Vitae Summa Brevis")

 

Sin acabar de desayunar, sin arreglarme, salí apresuradamente mientras oía la voz de mi madre cerrarse detrás de la puerta. Bajé las escaleras volando, enloquecida. Corrí hasta la calle, luego hasta la parada más cercana, y luego seguí corriendo dentro de mí, con las sienes a punto de estallarme. No me detuve hasta encontrar a aquel efebo medio panoli que me traía a mal traer en aquellos días de vino y rosas. Felizmente estaba sólo en su casa. Me abalancé sobre él, lo empujé hasta el sofá, me subí encima, y me lo comí.

Me pareció que el tiempo había llegado a su fin, y el presente se extendía a mí alrededor como un vasto océano agitado sólo por la fuerza del viento y de las mareas que habitaban dentro de mí. Podía haberme concentrado en disfrutar aquel momento sin más, pero necesitaba dibujar un futuro más allá del punto de fuga del horizonte, re-escribir el guion de lo que inevitablemente vendría a continuación, para que aquel presente perfecto adquiriese su verdadero sentido.

Le pedí un pitillo y mientras le daba una profunda calada, recordé las terribles palabras de aquel desconocido asesino oriental del cuento de Borges:

 

"El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir irrevocable como el pasado" (Jorge Luis Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”)

 

Le anuncié mi decisión de manera lacónica. Pude ver mis palabras reptando como un veneno carmesí por debajo de su piel clara y me di cuenta de que lo había herido de muerte.

Aquellos días de vino y rosas acaecían en 1984, el año que George Orwell eligió como escenario de su visión anti-utópica, el año en que me dejaron Julio Cortázar y Truman Capote y sentí que habría que volverlo a inventar todo otra vez. Ese año Jorge Luis Borges, Italo Calvino y Gonzalo Torrente Ballester coincidieron en Sevilla para hablar de Literatura Fantástica, muy pocos días antes de que yo abandonara España.

 

Carolina I.

Jueves, 24 de julio de 2008

Fantasmas

 

Muchas noches vienen a visitarme mis fantasmas. De repente, oigo sus voces talladas sobre el mismo silencio que mis pensamientos, resonando como las pisadas de un intruso en el lóbrego túnel de mi memoria. Generalmente no puedo ver sus rostros ni sus cuerpos que ocultan sobrevolando por encima del techo de mi habitación, o a mi espalda, mientras inmovilizan mis brazos y me tapan la boca. Siento entonces su aliento tibio sobre mi cuello, mezclándose con mi sudor, huelo su aliento de caramelo, o de humedad, o de sangre.

De todos los fantasmas que suelen visitarme, al que más temo es a uno que no tiene voz, pero del que conozco sobradamente su larga sombra que se proyecta tenebrosa sobre la oscuridad de mis paredes, como una firma invisible. Este fantasma hace papiroflexia con mis recuerdos como si fueran legajos amontonados en una biblioteca antigua y olvidada. Con una habilidad sobrehumana dobla aquí y allá, una y otra vez, y consigue que en la cabeza cuneiforme de una pajarita confluyan un día olvidado de mi infancia en que me sentí abandonada en un oscuro callejón maloliente y aquella tarde de hace un par de meses en que acabamos a voces en la redacción.

Luego deshace la pajarita y vuelve a plegar y, súbitamente, sobre las brillantes escamas puntiagudas de un dragón fantástico, veo mi propia decrepitud, el mismo día en voy a morir, sentada en una vieja mecedora de madera, inmóvil, la mirada perdida y sin haber podido ordenar mi vida. Y en unas escamas cercanas estás tú, Alicia, recriminándome con esa voz grave y oscura que te sale a veces cuando te pones trascendente: "te vas a quedar sola Carolina”.

Cuando contemplo los innumerables pliegues, sutiles cicatrices trazadas sobre mis recuerdos, mientras el fantasma continúa haciendo y deshaciendo, me da miedo que el fino papiro en que están escritos llegue a desgarrarse. No siento dolor, pero a veces, he llorado con lágrimas invisibles que sentía evaporarse sobre mi rostro encendido en la noche, cuando he visto como uno de aquellos hijos de mi memoria, desaparecía para siempre tras un último doblez imposible que lo conducía al calabozo de los condenados a muerte.

La última noche que vinieron a visitarme, Naak estaba con ellos. La reconocí en seguida, me sentí aliviada. Quise incorporarme y abrazarla, pero ya me habían inmovilizado y no pude. Ella se acercó hacia mí por detrás, sin dejarse ver, me rodeo amablemente con sus brazos, pegó su rostro sorprendentemente fresco contra mi mejilla y empezó a susurrarme palabras thais que yo ya había olvidado hace años, y que no podía entender. Pero aquel flujo suave y melódico en mi oído, se proyectaba como la imagen perfectamente nítida de un cinematógrafo sobre mi frente, la imagen de nosotras tres jugando una tarde de otoño...

Los fantasmas son terribles porque penetran en nuestra vida sin que nos demos cuenta, a través de su lado cotidiano e inevitable, inevitablemente unido, como la otra cara de una misma moneda, a esa cara -o cruz- que exhibe luego su precio doloroso, procaz e inasequible. Cuando llega ese momento, entendemos que ni siquiera necesitaban penetrar, porque siempre han estado dentro, conectados a nuestra vida, como invisibles hermanos siameses.

 

Carolina I

Domingo, 3 de agosto de 2008


 

Realidades o deseos

 

The brain is wider than the sky,
For, put them side by side,
The one the other will include
With ease, and you beside.
The brain is deeper than the sea,
For, hold them, blue to blue,
The one the other will absorb,
As sponges, buckets do.
The brain is just the weight of God,
For, lift them, pound for pound,
And they will differ, if they do,
As syllable from sound.

(Emily Dickinson, “The Brain”)

No hubiera imaginado que aún seguías flirteando con esa manía tuya de penetrar por ese espacio angosto, esa madriguera de conejo, Alicia, donde los sonidos están hechos de cristal a punto de estallar y el pánico es visible como el aliento de un lobo en una noche fría de luna llena. Pero te confesaré que yo misma, muy de cuando en cuando, también siento la tentación de volver a levitar y dejarme arrastrar hasta allí dentro por la marea de la noche. Yo tampoco lo consigo ya. Y no, no te confundas, el reencuentro con Naak no ha tenido lugar en esos arrabales espurios del sueño. Ha sido un encuentro real.

Me da la impresión de que estás celosa porque ahora Naak haya decidido volver a través de mí, y supongo que por eso despliegas contra mí todo ese arsenal de epítetos —reglada percepción del mundo, orden insostenible de la realidad cotidiana, etc. etc. etc. — que sabes que me van a enfurecer. Así que, para evitar entrar ahora en una diatriba innecesaria ante los ojos de nuestros invisibles lectores, voy a recurrir a una de mis estratagemas favoritas —que sin duda te irritará— y extraer de entre mi montaña de textos una cita de Elkhonon Goldberg, un conocido neuro-científico, que considero apropiada para describir mi posición ante el debate epistemológico que propones y zanjar, siquiera por el momento, esta cuestión:

 

"The evolutionary pressures that have shaped our brain and our body were directed at enhancing our survival and not our ability to establish the ultimate truth, even though the latter would be a nice facilitator of the former. And unless you are Diogenes livinig in a barrel, the primary objective for most people is to improve their lot, while finding the truth is a means to that end rather than the end in its own right." (Elkhonon Goldberg, "The wisdom paradox")

"Las presiones evolutivas que han conformado nuestro cerebro y nuestro cuerpo han ido dirigidas a mejorar nuestra capacidad de supervivencia y no nuestra habilidad para establecer la verdad última, si bien esta última sería un precioso facilitador de la primera. Y, a menos que seas Diógenes viviendo en un barril, el objetivo primordial para la mayor parte de las personas es mejorar su suerte, mientras que encontrar la verdad es sólo un medio para ese fin último, y no un fin en sí mismo."

 

La traducción es mía porque, aunque el libro está publicado en castellano ("La paradoja de la sabiduría", por editorial Crítica) la traducción de Joan Lluis Riera no sigue fielmente al original inglés, al menos en este párrafo.

Tienes razón en que el tejido con el que se construye la historia (¿la realidad?) está hecho de mentiras, y que las mentiras pueden tener la misma consistencia o más que la propia verdad. A mí lo que me gusta de la verdad es que es como la varita mágica de Harry Potter. Si apuntas con ella en la dirección apropiada mientras formulas con sumo cuidado un conjuro bien estudiado, puedes ver como una pequeña parte de la realidad se transforma y deja ver otra historia que, de repente, hace que todo adquiera un sentido más profundo. Eso sí, a ningún mago se le ha ocurrido jamás apuntar al mundo entero y transformar la realidad. Y sólo los más grandes se atreven con los monstruos verdaderos.

 

Carolina I.

Domingo, 3 de agosto de 2008


 

Disfraces

 

Todos los monstruos necesitan disfrazarse. Existen innumerables razones para ello. La más obvia y quizás la más perversa de todas las razones es la de simular una apariencia familiar o simplemente apetecible con objeto de atraer a sus víctimas. Así es como actúa el lobo feroz, ocultándose tras una piel de cordero o dentro de nuestra propia abuelita. La más vil de las razones es la cobardía que impulsa a algunos monstruos a desaparecer para evitar la persecución o el castigo. Tal es el caso del recientemente capturado Radovan Karadzic, un monstruo característico de la brutalidad e iniquidad de finales del siglo XX que ha conseguido cruzar la frontera de un tiempo que no le pertenece bajo las ropas de un patético curandero.

No todos los monstruos se disfrazan con el mismo arte, oficio o dignidad. Hay monstruos que, como los niños, se disfrazan ocasionalmente para huir del aburrimiento que les supone ejercer constantemente su monstruosidad. Los hay que no toleran su imagen en el espejo, y también los que necesitan adornarse con fastos de pavo real para magnificar su crueldad o su fatuidad. Los monstruos más terribles de la historia han conseguido utilizar sus disfraces durante largos periodos de tiempo, cometiendo detrás de ellos sus atrocidades, a veces desde el exhibicionismo grosero de su impunidad, a veces desde el más grotesco de los anonimatos. Y algunos han conseguido, a fuerza de ejercer con rigor su monstruosa profesión, que sus atuendos se vieran, no ya como disfraces, sino como uniformes.

 

Monstruos y sus disfraces

 

Los monstruos más tristes son aquellos incapaces de adoptar un disfraz apropiado para la naturaleza de su lúgubre misión o de su ser atormentado, como el más famoso de todos los monstruos, la criatura de Mary Shelley. Estos monstruos acaban sucumbiendo ante su propia y evidente desesperación, o deambulando como viajeros por espacios prohibidos abrasados por la radiación a la que les expone su incontrolable desnudez.

Todo aquel que ha vestido un disfraz sabe que, inevitablemente, el calor, el tallaje inadecuado, el orgullo o, simplemente la moda, hacen que nuestro verdadero ser se agite inquieto y pugne por abrirse paso a través de las máscaras y los falsos ropajes. Como esa enorme cucaracha espacial (The Bug) que consigue ocultarse plegada dentro de un pobre y conturbado campesino en la película “Men in Black”, con tiempo suficiente, todos los monstruos acaban rompiendo los falsos cascarones en que incuban su malignidad.

No puedo evitar preguntarme cómo se siente un monstruo y, mientras me lo pregunto, me ahoga la inquietud que me hace sentir que todos podemos ser monstruos o, peor aún, disfraces que ocultan un monstruo que ni siquiera llegaremos a conocer y que, en cualquier momento, cederemos ante la presión de nuestra verdadera naturaleza oculta en nuestro interior insondable.

Carolina I

Domingo, 10 de agosto de 2008


 

Anotaciones sobre los humos de la mayoría

 

Alicia, tu última contribución sobre los humos de la mayoría me parece algo así como un punto directo de saque (un “ace”), por utilizar un término tenístico, ahora que podemos presumir de tener un número uno español y campeón olímpico. Así pues, permíteme sumarme al coro de comentarios técnico-deportivos que suele recibir una jugada como esta...

Lo que dijo Churchill fue literalmente (ver, por ejemplo,"Churchill on democracy revisited" de J.K. Baltzersen, aunque hay docenas de sitios web con citas e incluso los discursos completos de Churchill):

 

"No one pretends that democracy is perfect or all-wise. Indeed it has been said that democracy is the worst form of Government except all those other forms that have been tried from time to time.

“Nadie pretende que la democracia sea perfecta o perfectamente sabia. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de Gobierno, si se exceptúan todas aquellas otras formas que se han intentado de vez en cuando."

 

Fue durante un discurso en la Cámara de los Comunes, como líder de la oposición en 1947. El propio Churchill hubiera refrendado de manera lacónica tu punto de vista sobre la tiranía que la estupidez de la mayoría puede llegar a ejercer a través de la democracia, ya que también a él se le atribuye la siguiente cita:

 

"The best argument against democracy is a five-minute conversation with the average voter.

“El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio"

 

Pero sobre la tiranía de la mayoría prefiero el clásico ensayo de John Stuart Mill sobre la libertad, "On Liberty":

 

"(...) when society is itself the tyrant—society collectively over the separate individuals who compose it—its means of tyrannising are not restricted to the acts which it may do by the hands of its political functionaries. Society can and does execute its own mandates: and if it issues wrong mandates instead of right, or any mandates at all in things with which it ought not to meddle, it practises a social tyranny more formidable than many kinds of political oppression, since, though not usually upheld by such extreme penalties, it leaves fewer means of escape, penetrating much more deeply into the details of life, and enslaving the soul itself."

“(…) Cuando la sociedad misma es el tirano -la sociedad colectivamente sobre los individuos separados que la componen- su capacidad de ejercer la tiranía no se limita a los actos que puede realizar por medio de sus funcionarios políticos. La sociedad puede y ejecuta sus propios mandatos: y si lo que dicta en un mandato equivocado en lugar de lo correcto, o cualquier tipo de mandato sobre cosas que no le debieran concernir en absoluto, la tiranía que practica es más formidable que cualquier otra clase de opresión política, puesto que, aunque no esté normalmente sustentada en penas extremas, apenas deja vías de escape, penetrando mucho más profundamente en los detalles de la vida, y esclavizando el alma misma."

 

John Stuart Mill nos urge a protegernos del poder del estado, incluso con mayor razón cuando el estado es elegido libremente por la mayoría y responsable ante ella:

 

"The will of the people, moreover, practically means the will of the most numerous or the most active part of the people; the majority, or those who succeed in making themselves accepted as the majority; the people, consequently may desire to oppress a part of their number; and precautions are as much needed against this as against any other abuse of power. The limitation, therefore, of the power of government over individuals loses none of its importance when the holders of power are regularly accountable to the community, that is, to the strongest party therein.”

“Además, la voluntad del pueblo, en la práctica significa la voluntad de los más numerosos o de los más activos; la mayoría, o aquellos que consiguen ser aceptados como tal mayoría. El pueblo en consecuencia puede desear oprimir a una parte, y es necesario adoptar las mismas precauciones para evitar éste tanto cualquier otro tipo de abuso de poder. Por lo tanto, la limitación del poder del gobierno sobre los individuos no pierde en absoluto su importancia cuando los que ostentan el poder son responsables regularmente ante la comunidad, esto es, ante la parte más fuerte de esa comunidad."

 

Sobre el avance inexorable de la maquinaría del estado, merece la pena releer al maestro Ortega y Gasset, que en su obra "La rebelión de las masas" se explaya:

 

"En nuestro tiempo, el estado ha llegado a ser una maquina formidable que funciona prodigiosamente, de una maravillosa eficiencia por la cantidad y precisión de sus medios. Plantada en medio de la sociedad, basta tocar a un resorte para que actúen sus enormes palancas y operen fulminantes sobre cualquier trozo del cuerpo social (…)”

"Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado (…)”

"El estatismo es la forma superior que toman la violencia y la acción directa constituidas en norma. Al través y por medio del Estado, máquina anónima, las masas actúan por sí mismas."

 

En abril de 2006, The Economist publicaba un artículo titulado "The Avuncular State" (algo así como "El estado tiíto") en el que nos previene sobre el avance de un nuevo tipo de paternalismo, una forma de entender el papel del estado que propugnan algunos teóricos de la economía del comportamiento. Tomando como base la evidencia de que los humanos no somos realmente "racionales" en el sentido de que no adoptamos siempre las decisiones que maximizan nuestro bienestar, estos teóricos propugnan un estado que toma por nosotros las decisiones más adecuadas...

Me voy a pensar lo de volver a fumar.

 

Carolina I.

Jueves, 28 de agosto de 2008


 

JK 5022, Judas y el "yield management"

 

El pasado 19 de agosto, en la terminal II del aeropuerto de Barajas, una larga cola de personas esperaba con resignación frente al mostrador del vuelo JK 5090 de la compañía Spanair, con destino a Tenerife. Yo me encontraba entre ellos. Mientras tanto, los empleados de la compañía se afanaban en despachar el pasaje, al tiempo que lidiaban con el overbooking.

Un empleado todavía joven, poco pelo, perilla y gafas pequeñas de montura metálica, saltaba frenético desde su terminal para recorrer la larga fila de personas que esperábamos para facturar. Iba ofreciendo un bono de ciento y pico euros a los pasajeros que aceptaran demorar su vuelo. Cuando conseguía un sí, volvía a su terminal para atender al siguiente de la fila, hacer una reserva de asiento, pesar y etiquetar las maletas, y a saltar de nuevo hasta la fila…

El overbooking es una práctica comercial extendida entre las aerolíneas, cuya supervivencia pasa por conseguir la máxima eficiencia en el uso de sus aviones. Máxima eficiencia significa llenar completamente el avión, vendiendo cada asiento al mayor precio posible. Para lograrlo utilizan sofisticados algoritmos de gestión de las reservas que en la jerga técnica reciben el nombre de "yield management" (torpemente traducido a veces como gestión del rendimiento). En los libros, la matemática del yield management puede resultar emocionante. En la práctica, se traduce en un señor bajito hiperactivo, y una larga cola de clientes cabreados primero y hacinados después.

La industria aérea ha conseguido poner La Tierra entera al alcance de la inmensa mayoría. Pero no por ello deja de ser cierto que la "experiencia de usuario" es nefasta, y que es preciso bajar mucho el listón de la dignidad a cambio de esa breve pero intensa experiencia de tele-transporte: hay que estar dispuesto a exponer en cualquier momento nuestra intimidad ante los ojos aburridos pero insidiosos de oscuros funcionarios, dejarse husmear, cachear, escanear; aguantar esperas injustificadas sin recibir información relevante, para luego acabar plegando tu cuerpo sobre uno de los reducidos asientos que se alinean en una lúgubre bodega atestada por centenares de almas. Hay que estar dispuesto a escuchar protocolos de vuelo y normativas de seguridad incomprensibles, que se recitan como oraciones antes del despegue y después del aterrizaje, protocolos, normas, oraciones que nunca se llegarán a aplicar en caso de verdadera necesidad.

Muchas veces, durante mis innumerables experiencias en los aeropuertos de medio mundo, o mientras aguardaba descoyuntada y semi-asfixiada en las tripas de uno de esos torpes paquebotes volantes, me he sentido en el interior de uno de aquellos barcos negreros que surcaban los océanos no hace tanto tiempo, realizando una travesía que no sabía cómo había comenzado y de final aún más incierto. Luego, afortunadamente, el viaje llega a su término, consigues bajar del avión, abandonar el aeropuerto, coges un taxi y, mientras te diriges a tu destino, la insustancial conversación con el taxista hace que se recupere el pulso de tu dignidad y vuelvas a sentirte un ser humano. Al poco tiempo, el vuelo se olvida, como la mayor parte de las malas experiencias que no tienen consecuencias apreciables.

No será así con el JK 5090, porque al día siguiente, el 20 de agosto de 2008, un vuelo hermano de Spanair con destino a Gran Canaria, el JK 5022, no pudo remontar el vuelo y cayó escorado como un pájaro abatido al borde de la inmensa pista 36L del aeropuerto de Barajas, llevándose por delante la vida de más de 150 personas.

No es mi intención hacer leña del árbol caído. Con seguridad, las prácticas comerciales y de seguridad de Spanair, filial de Scandinavian Airlines (SAS), no difieren de manera significativa de las utilizadas por el resto de aerolíneas, todas ellas por otra parte flirteando con la quiebra. Sabemos todos que viajar en avión es el modo más seguro de viajar. Así nos lo explican los medios y nuestro tío el gobierno. Estoy convencida de que, forzando un poco la estadística, no sería difícil concluir que viajar en avión es más seguro que quedarte en tu casa leyendo el periódico o viendo la televisión. (No obstante, quienes citan estadísticas demagógicamente suelen ignorar que la estadística es útil para quien se interesa por el colectivo, no para los individuos que componen el colectivo.)

Ya sabemos todo eso, pero me va a costar quitarme de la cabeza al joven empleado de Spanair recorriendo como un pequeño Judas la lista de pasajeros del JK 5022 de 20 de agosto, y comprando con cien euros las vidas de algunos de ellos.

 

Carolina I.

Viernes, 29 de agosto de 2008


 

Huesos de Guerra

 

España aparece esta semana en la revista Newsweek por medio de un titular algo truculento: "Huesos de Guerra" (War Bones). Las fotografías que acompañan la noticia en la edición digital, así como una breve reseña en la sección de destacados del semanario impreso titulada "Exhumando víctimas de la Guerra Civil", muestran primeros planos de cráneos que presuntamente se están desenterrando al amparo de la ley de memoria histórica desde las fosas comunes en que fueron amontonados durante la guerra civil.

Sé por experiencia que los criterios de selección de noticias por parte de los medios de comunicación son cuando menos discutibles. Más aún, ningún periodista puede sustraerse fácilmente a la tentación de forzar el reclamo de sus titulares, aunque para ello deba forzar la semántica más de lo que aconseja la ética profesional. Esto es especialmente así cuando, como ocurre en el caso de la sección internacional de un semanario de cobertura mundial, el espacio y el tiempo que puede dedicarse a cada tema son realmente ínfimos. A pesar de todo, me ha llamado la atención que España sea noticia específicamente por este tema

Tras el provocativo titular sigue, en este caso, una discusión sobre el debate que ha ocasionado de España la gestación y aprobación de la Ley de Memoria Histórica, y el que se ha abierto en particular a raíz de las recientes actuaciones del juez Baltasar Garzón para la localización e identificación de personas desaparecidas durante la guerra civil y la dictadura de Franco. Este vívido debate es, desde luego, la punta de un enorme iceberg histórico sobre el que la sociedad española flota aún con la torpeza de un pingüino indeciso. Las heridas de la guerra civil y la dictadura todavía supuran a través de algunos costurones en la piel de nuestra cultura.

Nadie puede controlar (completamente) los titulares de prensa que genera. En esto consiste la existencia de una prensa libre. Pero me intriga saber si la imagen que se proyecta desde España a la comunidad internacional es la que desde España se querría o se quiere de hecho promover por parte de algunas instituciones; si lo que ocurre es que en este último año en que la crisis parece cebarse de manera especial en nuestras carnes, nos está pasando factura la prepotencia con la que algunos han estado coqueteando hasta hace bien poco; o si simplemente es la imagen tenebrosa de una España que todavía sigue llamando la atención principalmente por el esperpento y la pintura negra.

Puede ser simplemente casualidad...

 

Carolina I

Jueves, 11 de septiembre de 2008

Caroliana (I)

 

"Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto.” (Julio Cortázar, “Rayuela”)

 

La otra noche mientras cenábamos me preguntaste que era lo que yo deseaba, lo que andaba buscando, y me obligaste a improvisar, a salir del paso. ¡Si yo lo supiera, Alicia!

Luego mientras tú te abandonabas a esas sosegadas reflexiones de verano, yo estuve encerrada todo el fin de semana ordenando notas y des-embarullando ideas que generaban más notas. Ayer estuve revisando el trabajo de aquel fin de semana y me he dado cuenta de que estoy siguiendo un plan perfectamente trazado.

Recuerdo con nitidez una mañana, tendría yo siete u ocho años, en que regresé abruptamente desde uno de esos viajes por ese túnel plano hecho de pánico que conecta dimensiones insospechadas. Igual de desorientada que te has vuelto a sentir tú ahora que has vuelto a estar allí y has regresado con las manos y los ojos llenos de angustias lejanas, me levanté yo aquella mañana y corrí hacia el salón en busca del cálido refugio de mis voces familiares. No dije nada. Me senté en una silla con un cuaderno y un bolígrafo y comencé apresuradamente a hacer unas cuentas. Los números de aquellas operaciones brotaban de mi memoria como el agua límpida del caño de una fuente. Cuando terminé de apuntar, sumar y multiplicar, mire la hoja y no comprendí el resultado. Aparté el cuaderno, molesta, sintiendo la mirada interrogante de mi madre.

Desde que he regresado, busco, leo, anoto, escribo. No estoy angustiada como aquella mañana, pero las palabras ahora, igual que los números entonces, se vierten desde mi memoria con la misma facilidad, con la misma absurda determinación. Es la misma determinación irrevocable que me obligó a huir hace ya muchos años siguiendo una senda invisible, y creo que es la misma determinación que movió a Pierre Menard a imponerse la empresa "complejísima y de antemano fútil" de volver a escribir el Quijote (Jorge Luis Borges, “Pierre Menard autor del Quijote”).

Pierre Menard descarta su primera opción, por ser demasiada sencilla: escribir el Quijote reproduciendo la experiencia vital de Miguel de Cervantes. Y decide afrontarla con ironía desde su propia experiencia vital: "Mi empresa no es difícil. Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo…"

Cuando acabé la lectura de Rayuela de Julio Cortázar (aunque en realidad Rayuela no puede acabar de leerse nunca), creo que supe que mi destino era el de Pierre Menard, aunque en ese momento no lo pude formular así, entre otras cosas porque en mi tablero de lectura de los capítulos prescindibles de la vida, Borges venía después de Cortázar. Luego he comprendido que todos nos enfrentamos a la misma disyuntiva de Pierre Menard, y que sólo los auténticos visionarios son capaces de eludir el tortuoso camino de reproducir una vida y una obra ya existente. Cuanto mayor es el número de historias y de memorias que nos son accesibles, más titánica es la disyuntiva y más titánica la labor.

Ahora estamos tú, Alicia, y yo, por el momento, solas, creando un nuevo tablero de juego sobre el que puedan trazarse infinitas sendas, y al menos una de ellas será el camino de retorno a Siam.

 

Carolina I.

Sábado, 13 de septiembre de 2008


 

Bono Bus

 

Olvidados entre las páginas de los libros de mi biblioteca hay papeles con breves anotaciones, recortes de prensa, billetes de metro, tarjetas de visita, facturas, fotografías, flores que quedaron allí atrapados, señalando el lugar en que abandoné una lectura, una cita o un pasaje que un día lejano quise preservar para el recuerdo. Al volver a visitar aquellas páginas apresadas en libros que llevan años sobre los anaqueles, no es extraño que un recorte prisionero o una flor aplastada, escapen como un pájaro que huye de la jaula o el aroma que se evapora al abrir un tarro de esencia.

Agradecidos, como el genio de la lámpara de Aladino, esos pequeños objetos suelen concederme un deseo o devolverme un instante olvidado, una breve ilusión. La imagen de unos amigos con los que compartí un fin de semana alocado en Yosemite y de los que hace ya más de diez años que no he vuelto a saber nada, aparece de repente junto a los versos de Caupolicán de Rubén Darío, y hace retornar el sabor y el olor de aquellas noches en que yo solía leer a poetas españoles o hispanoamericanos a mis colegas norteamericanos que apenas entendían palabra de español, y se reían y mofaban amablemente de mi solemne pronunciación mientras el alcohol prendía nuestra imaginación.

Hace poco hallé un bono-bus entre las páginas de “La Invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares, que acababa de rescatar para re-leerlo de manera apresurada un fin de semana que tenía que viajar por razones de trabajo. Me sorprendió ver que todavía tenía un viaje sin picar, y sin pensármelo dos veces, agarré el bolso, salí a la calle y me dirigí a una parada de autobuses. Tomé el primero que se detuvo en la parada. No sabía a donde llevaba aquella línea y no sabía muy bien que estaba haciendo. A veces actúo así, de manera completamente impulsiva. Esos momentos conectan entre sí en mi memoria, como los túneles de una oscura mina de carbón.

 

Bono Bus a Siam

 

De repente viajaba sentada en un asiento, con el corazón desbocado, junto a un desconocido al que sentía que debía ocultar mi agitación interior. Me sentía llena de rabia contra el mundo, orgullosa por la estúpida hazaña de haberme colado en un autobús con un bono-bús caducado, y agobiada al mismo tiempo por la remota posibilidad de que apareciera un inspector y me pidiera que le mostrase el billete. Me sentí absurdamente atemorizada pensando que nadie podría localizarme mientras era detenida y conducida a prisión. Notaba perfectamente como aquel hombre a mi lado, miraba con disimulo como mi pecho se henchía una y otra vez con mi acelerada respiración, y como penetraba debajo de mi blusa y acariciaba mi piel con su aliento.

Casi a punto de desmayarme, conseguí bajar del autobús. Por un instante, me sentí absolutamente desorientada. No sabía dónde estaba y la sangre fluía espesa a través de mis sienes, mientras mi cabeza pasaba alocadamente páginas de mi memoria con instantáneas de los lugares que he visitado y en los que he vivido. De repente la foto que tenía delante adquirió una nitidez asombrosa y comencé a relajarme. Luego se reprodujo íntegramente el episodio de aquel último encuentro con Fabián, sobre el que escribí hace poco. Era yo otra vez con diecinueve años la que subía a su casa y me arrojaba en sus brazos, pero otra consciencia diferente aunque familiar se alojaba en un rincón recóndito de mi mente juvenil y espiaba curiosa aquel encuentro.

Cuando volví a mi biblioteca para insertar de nuevo la invención de Morel en su lugar, me pregunté en qué página sería correcto volver a olvidar aquel bono-bús que ahora parecía ya inerte, tras haber exhalado su último espíritu y agotado su poder de invocar el pasado. Súbitamente comprendí que ya no tenía sentido volverlo a enterrar entre las páginas de aquel fino volumen, que ya no pertenecía más a aquel lugar. Luego algo debió distraerme, y ese algo volvió a disparar el proceso por el cual cientos, quien sabe si miles de objetos se ocultan entre las páginas de los libros de mi biblioteca. Hoy mientras revisaba esta nota antes de publicarla, y me entretenía otra vez echando un vistazo a los libros, lo he visto sobresalir torpemente de entre las páginas de una colección de cuentos de Guy de Maupassant.

 

Carolina I

Sábado, 11 de octubre de 2008


 

La verdad exhumada

 

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

(Federico García Lorca, "Cuerpo Presente")

 

La necesidad de conocer la verdad y la necesidad de desenterrarla son dos cosas diferentes. A veces la verdad permanece oculta y desconocida bajo la tierra o bajo la opresión, y para conocerla no queda más remedio que excavar la tierra o socavar la autoridad. Siempre habrá alguien interesado en ignorar la verdad o en mantenerla inaccesible, en parapetarse detrás de la verdad oculta. Cuando tras el desconocimiento de la verdad se oculta un crimen remotamente punible, no puedo hallar razones suficientes para justificar el abandonar su búsqueda, ya sean privadas (cobardía) o públicas (bien común). Como nos enseñó Unamuno, la verdad antes que la paz.

Sin embargo, la verdad es a menudo de sobra conocida y verla de cuerpo presente no nos ha de servir para mucho más que torturar nuestro ánimo, por el simple hecho de que, como bien observó John Locke, los sentidos tienen preferencia sobre los recuerdos en los inescrutables circuitos de nuestra mente. Toda verdad, especialmente cuando la verdad es dura y punzante, debe necesariamente someterse al tamiz del tiempo que, como el agua salada de los océanos, bate una y otra vez sobre las rocas hasta desgastarlas, suavizando sus formas. Toda verdad necesita ser domada antes de poder reposar en el océano de nuestra consciencia.

Si la verdad es conocida y desenterrarla no nos aportará información relevante, sino acaso dolor, tal vez únicamente dolor, ¿de qué sirve desenterrarla?, ¿de qué sirve transportarla hasta otro lugar donde sumergirla de nuevo en otro olvido?, ¿de qué sirve exponerla a miradas curiosas que no pueden entenderla ni compartirla? Porque la verdad crece como los árboles sobre el terreno abonado por una historia y una memoria compartidas. ¿Puede trasplantarse una verdad? ¿No cambia esto la verdad en sí? ¿No es un intento vano de cambiar el pasado irrevocable, creando un nuevo presente que se cimenta torpemente en una repetición inútil del pasado, porque bifurca y hereda de un mismo pasado? ¿No es preferible la discreción?

Exhumar es una palabra tremenda. Solo pronunciarla me produce un inevitable escalofrío. Por eso cuando leo en la prensa que "Exhumarán los restos de Lorca", y compruebo que la familia del poeta ha intentado evitar que se removiera la tierra donde yacen sus recuerdos, me siento solidariamente apenada (y espantada leyendo algunos de los comentarios que genera la noticia). De repente la necesidad de exhumar de algunos interfiere con la preferencia por dejar las cosas como están de los otros. Es uno de esos conflictos irresolubles que nos asaltan más a menudo de lo que desearíamos. Me consuela ver que finalmente parece que se resolverá con la resignación de quienes preferían la discreción a dejar también hacer a los que quieren enderezar renglones que ya nadie tendrá interés en leer. Lo malo es que siempre somos los moderados y los transigentes quienes acabamos acomodándonos a la voluntad del resto, y por el eso nuestro mundo tiene a la moderación y a la transigencia constantemente en jaque.

La forma en que los humanos afrontamos la muerte, especialmente la de nuestros seres queridos, no es un hecho universal. No existe una manera universal de aceptarla, de conjurarla o de evitar que su lúgubre presencia atormente nuestra existencia. La forma en que veneramos la memoria de nuestros antepasados no es objeto de un rito universalmente aceptado. Son muchas las culturas, los ritos, las diferentes formas de sentir y expresar el dolor, el respeto, la resignación. ¿Por qué desenterrar los restos de padres o hermanos que de repente sabemos que yacen en una cuneta, en una fosa común, sus huesos mezclados con los de otros que compartieron el irrepetible viaje de la historia? ¿Cambia algo?

Sospecho que la respuesta a esta pregunta depende de íntimas creencias personales que nada tienen que ver con la verdad de la historia. Sospecho que quien prefiere un panteón o un camposanto a una cuneta o un barranco como reposo para los restos de sus semejantes, es porque atribuye a los restos, a la materia que los compone, una espiritualidad o una simbología que no todos compartimos. Recuerdo que en Taiwán por ejemplo, las tumbas se reabren al cabo de años y los huesos se limpian y se guardan antes de volverlos a enterrar. Es un signo de veneración hacia los antepasados, de piedad filial. Yo apenas puedo comprenderlo y me produce una profunda consternación, me hace sentirme una extraterrestre en un planeta habitado por seres con los que me resulta imposible conectar. Pero lo acepto. Quiero simplemente creer que detrás del afán de conseguir rescatar de tierras inadecuadas los restos mortales de parientes y conocidos, se halla ese puro sentimiento de piedad filial, y no un deseo obsceno de notoriedad o espurios intereses comerciales.

Alicia, esta reflexión que ahora con algo más de tiempo he podido apenas esbozar, es la que me hizo saltar como un resorte el día que vi el titular de Newsweek y las fotos con España desenterrando su historia. Yo soy partidaria de la verdad, legionaria de la verdad, pero no me gustan los entierros, y mucho, muchísimo menos, los desentierros.

Bien, si nos falta algo por hacer españolitos, hagámoslo de una vez por todas. El siglo XXI se nos ha echado encima con toda la urgencia de la historia con mayúscula y nosotros todavía estamos intentando echar el cierre al XIX. Mis muertos también vivieron en el lado débil de esa historia que no nos deja avanzar, pero ahora mi amiga, sus respuestas, sus verdades están soplando en el viento, y nadie podrá exhumarlas jamás.

 

Referencias:

  • Este fin de semana Javier Marías publicaba en su columna La Zona Fantasma de “El País Semanal” un artículo con un punto de vista similar sobre este tema: Figuraciones sólo nuestras...
  • El artículo publicado en El País, "Garcia Lorca es todos los muertos", citado arriba en mi texto contiene referencias recientes a las diferentes posiciones en el debate sobre la recuperación de la memoria histórica de la guerra civil y el periodo franquista en España
  • Web de la asociación para la recuperación de la memoria histórica: http://www.memoriahistorica.org/index.php
  • También recomendables, los viajes por el pasado de España que nos ofrece Giles Tremlet, corresponsal de “The Guardian” en España, en su libro "Ghost of Spain"

 

Carolina I.

Domingo, 12 de octubre de 2008

Despertar

 

Oigo llamar a la puerta. Debe ser muy tarde, o muy pronto, de madrugada. Sobresaltada, busco el reloj sobre la mesilla de noche, tanteando en la oscuridad. No puedo hallarlo. Insisten. Están llamando con los nudillos en vez de utilizar el timbre. Oigo sus voces. Salto de la cama apresurada y comienzo a bajar las escaleras para abrir la puerta. Súbitamente me doy cuenta de que estoy desnuda y retrocedo para coger algo con que cubrirme. Se oye un golpe seco, parece que intentan derribar la puerta. ¿Qué está pasando?

Me acerco a la ventana para observar sigilosa. Las manos me tiemblan cuando intento apartar los visillos. La noche reposa densa, iluminada por la luz tenue de las farolas e ignorante del alboroto que llega desde el otro lado de la casa. Con un enorme estruendo la puerta cede. Han conseguido entrar. Aterrada e inmóvil mi mente evalúa mis posibilidades. Ya suben por la escalera. No tengo tiempo de huir, no tengo fuerzas, no tengo ganas. Me hallarán echa un ovillo sobre la tarima, junto a la ventana, como un cachorro aterido de frio. Simularé estar dormida, haberme olvidado de la existencia, ser un recuerdo más en una casa deshabitada.

Siento como la luz penetra y lo invade todo. No puedo verla porque ya no tengo ojos, pero noto su aliento cálido, su tenue caricia sobre el recuerdo lejano de la piel que envuelve mis huesos. Sin duda me observan. Ahora son ellos quienes contienen la respiración agitada, sobrecogidos, excitados, mientras se preguntan si estoy aquí, bajo esta apariencia de olvido, de tierra húmeda, de intimidad profanada. Alguno se santigua, alguno murmura una oración, una letanía, a alguno se le humedecen los ojos. ¿Y ahora qué? me pregunto mientras continúo huyendo como una gacela hacia la espesura de mi propio interior.

No quiero que me toquen, no quiero que sus manos morbosas hurguen entre mis restos como sabuesos rampantes, como adminículos de forense en busca de mudas evidencias. ¿Qué pretenden? Esta es mi casa, éstas son mis escasas pertenencias que a nadie interesan ya, esto que veis es el equipaje con el que viajo por la soledad de la historia. Hace mucho tiempo que vivo sola, que no recibo visitas, que viajo sola. Ya dije en su día lo que tenía que decir. Hubiera podido seguir diciendo, decir más, mucho más, pero creo que fue suficiente. Suficiente para quienes me inmortalizaron por decirlo, suficiente para quienes decidieron asesinarme porque preferían mi silencio.

Vuelvo a oír el timbre. Alguien sigue llamando a la puerta, aunque ya no haya puerta. Tengo que despertar, levantarme. No existe la paz eterna.

 

Carolina I

Domingo, 19 de octubre de 2008

África, ¿truco o trato?

 

Es la noche de Halloween y mientras los niños recorren las calles, llamando a las puertas, vuelvo a oír el oscuro lamento que brota de la garganta herida del continente africano, que retumba en la noche como el trueno lejano, cruzando el mar y rompiéndose como espuma contra las costas altivas de la vetusta Europa, de la altiva Norteamérica. Oigo el graznido de los medios de comunicación que presagian la inminente llegada del terror en oleadas de histéricas noticias, como coladas de lava que amenazan inundar nuestra consciencia de recuerdos incandescentes, de imágenes que acribillan como metales forjados para la tortura en las fraguas del infierno.

En Somalia, Asha Ibrahim Duhuhulow, adúltera de 23 años es condenada a muerte. La han enterrado hasta el cuello y ha sido apedreada por una muchedumbre de antropoides con togas. La lapidación ha sido lenta. Según testigos se interrumpió hasta tres veces para comprobar si la joven había fallecido. Algunos allegados entre La multitud que observaba intentaron abrirse paso hasta la joven. Los guardias abrieron fuego y mataron a un niño. Luego se ha sabido que no era una mujer adúltera, que había sido violada, que fue condenada para ocultar la violación, que era una niña de 13 o 14 años. ¿Qué más da en realidad?

La injusticia, la barbarie, la inhumanidad no tienen límites. Nuestra capacidad de asimilarlas sí. Cada mañana tiemblo al asomarme a las ventanas abiertas de par en par y contemplar la barbarie del mundo, al escuchar las palabras mercenarias de los presentadores de radio o televisión recitando su letanía de impersonales desgracias, al enfrentarme a la ingente avalancha de textos e imágenes que cada noche han quedado atrapados en la red y se descargan como inertes toneladas de información en conserva a través de nuestros navegadores, al pasar las páginas de un diario y sentir en las yemas de mis dedos el tacto de la sangre seca.

El caso de Asha es sólo uno más entre los cientos de miles, los millones de casos que cada año asolan el continente africano (también el resto del planeta). En Etiopia y en Somalia, millones de personas se mueren de hambre. El número es tan ingente que nos hace refugiarnos en la estadística y entre los burocráticos objetivos del milenio, olvidando que detrás de cada muerte hay una historia desoladora, tal vez no tan efectista como la de Asha, pero igualmente destructiva para la moral y la convivencia. Cada una de esas pequeñas historias es un ladrillo en una muralla de injusticia que crece y crece sin límites separando África de la justicia y de la paz.

Mientras lapidaban a Asha, teníamos la mirada puesta en Zimbabwe, donde el gobierno de Robert Mugabe, derrotado en unas elecciones el pasado marzo, se resiste a abandonar el poder, redoblando la violencia sobre la oposición política y abandonando el país completamente a la vorágine económica que lo engulle. Mientras lapidan a Asha, Ban Ki-moon, el secretario general de Naciones Unidas, anuncia que un nuevo desastre humanitario de proporciones catastróficas se cierne sobre el Congo. Oscuros intereses comerciales avivan el fuego de esta historia africana interminable de miseria, desolación y guerra. En la República del Congo resuena con claridad el eco del genocidio de Ruanda que no se ha extinguido con los años transcurridos desde la masacre, mientras las potencias occidentales debaten sobre la conveniencia de intervenir.

Tenemos la mirada puesta en tantos sitios, que ya no vemos nada. Por eso cierro los ojos y escucho. Oigo la respiración fatigada de África como si fuera un animal malherido. Oigo a África crepitar como una hoguera que nadie puede apagar y en las que se consumen sus pueblos malditos, arrasados por el hambre y las enfermedades, por intereses mezquinos, diminutos, que alientan rapiñas, venganzas desproporcionadas. Escucho a los líderes políticos, desbordados por el enorme tsunami que ha desatado nuestra ambición y nuestra incapacidad, recorriendo las puertas de los innumerables conflictos en África y preguntado inútilmente a sus inquilinos de manera ritual: ¿truco o trato? Los inquilinos no tienen nada que ofrecer y la ira de los muertos continúa soplando sobre las llamas.

 

Carolina I

Domingo, 2 de noviembre de 2008

Volando Voy

 

El pasado día 18 de noviembre, los presidentes de los tres principales fabricantes de automóviles de los Estados Unidos, General Motors, Ford y Chrysler, viajaban a Washington para solicitar al Congreso 25 billones de dólares (un billón americano = 1.000 millones) con objeto de evitar la quiebra de la industria del motor en ese país, algo que según ellos traería consecuencias impredeciblemente funestas (¿aún más?) para la economía. El dinero público se ha convertido en el nuevo maná de la economía neocapitalista, y pedirlo a manos llenas forma ya parte del padre nuestro que cada día rezan los ejecutivos de las grandes compañías ante los sepulcros blanqueados de nuestras democracias y, antes de acostarse, en la turbia oscuridad de sus alcobas.

En realidad, 25 billones (americanos) de dólares es una auténtica bagatela si se compara con las astronómicas cifras que se barajan en el desesperado intento de rescate del sistema financiero mundial. No dudo que lo conseguirán, y si no lo han hecho en este primer intento ha sido únicamente por un pequeño error de cálculo en esta primera visita ritual al Congreso. Con el desparpajo y la desproporción que caracterizan la puesta en escena de esta opereta que está resultando la última crisis financiera, estos tres señores se desplazaron hasta Washington, cada uno de ellos en su respectivo jet privado, lo que forzó un inevitable apercibimiento por parte de los congresistas:

"Señores de la industria de Detroit, el Congreso americano hará todo lo necesario por salvar una de las industrias fundacionales del sueño y el espíritu americanos, pero por favor, tómense Uds. la molestia de aprender de nuestros amigos Europeos. Allí los terratenientes, herederos del feudalismo medieval, mantienen aún sus prebendas en forma de subvenciones a una agricultura absolutamente no competitiva. Por evidentes razones de estado, existe la Política Agraria Común (PAC). Aquí en los Estados Unidos, y por las mismas razones, estamos dispuestos a instaurar nuestra propia Política Automovilística Común (PAC) para mantener nuestra propia y característica industria no competitiva. Pero por favor, cuando vengan Uds. a reivindicar la limosna de los contribuyentes, pónganse al menos el traje de faena y corten carreteras como hacen los agricultores en Francia".

Es obvio que estos nuevos monstruos, aún no dominan la técnica del camuflaje, aunque basta ver sus contritas caras durante la reprimenda para saber que aprenderán:

 

Los tres de Detroit

Es fácil indignarse ante estos signos evidentes de codicia y desprecio a nuestros semejantes, ante los sueldos multimillonarios de ejecutivos como los de los tres de Detroit, las insultantes indemnizaciones de los caídos con la quiebra de la banca de inversión, o con últimas cenas como la de Fortis. Y es también muy fácil tornarse catastrofista como el compañero Ramón Muñoz en el reportaje que publica hoy en el País, "Cuando las cosas van mal de verdad". Leyéndolo parecería que nadie tuviera la culpa de lo que está ocurriendo, salvo estos patéticos actores de opereta y seguramente los invisibles altos cargos de las administraciones públicas y los organismos reguladores.

Pero a todos los que gimotean ahora, cabría también hacerles alguna pregunta, de la misma manera que Tom Schatz, presidente de "Citizens Against Government Waste" (Ciudadanos contra del despilfarro del Gobierno) formulaba la pregunta del millón a los tres de Detroit ¿Quién de Uds. ha venido hoy aquí en un jet privado? Cabría, por ejemplo, preguntarles a las plañideras: ¿Quiénes de Uds. viven o lo han intentado en una casa claramente por encima de sus posibilidades? ¿Quiénes han especulado con la eterna subida de los precios de la vivienda? ¿Quiénes han tomado copas con concejales recalificadores de terrenos? ¿Quienes conducen un coche comprado con el dinero de la hipoteca que sabían que no podían pagar? Porque ésta es la verdadera causa de la debacle. Si fueran cuatro o cinco los sinvergüenzas, no habría codicia en el mundo capaz de hacer tambalearse a una civilización de más de seis billones (americanos) de individuos. El problema es que hay demasiados sinvergüenzas. Eso sí, unos más listos que otros. Los más listos vuelan en jets de la compañía que dirigen y expolian, y los sólo listillos conducen el SUV que han escamoteado a los decimales de su hipoteca.

¿Recuerdas, Alicia, aquellas tardes bobas que nos pasamos mirando las musarañas en la biblioteca del colegio, custodiadas por la madre superiora de disciplina, toda la clase castigada por la travesura o el despropósito de unas cuantas que no se atrevían a dar la cara? Yo entonces no me daba cuenta de que esos castigos eran las verdaderas lecciones de la enseñanza elemental. Tonta yo, creía que lo que había que aprender estaba en los libros. E intentaba estudiarlos en medio del murmullo de la caldeada biblioteca. Pero los libros de texto no cuentan la verdad, no se escriben para enseñar la verdad, son el opio que una sociedad anquilosada prepara para amaestrar su progenie. Ahora en cambio lo veo claramente cuando hablo con mis sobrinas o con tus hijas. Los libros de texto no te enseñan que los pecados de los unos los espiamos todos, y que el infierno no tiene calderas individuales, ni potros de tortura a la carta. El infierno es una lotería colectiva y da igual quien haya comprado los boletos.

Por eso ahora nos tocará estar encerradas en esta absurda biblioteca de babel, quién sabe cuánto tiempo, castigadas por la avaricia de los muchos y la estupidez de todos. Habrá que echar a volar la imaginación.

 

Carolina I

Domingo, 23 de noviembre de 2008


 

El fracaso (epifanía)

 

Hace ahora un año que tomé la decisión de volver a mi país, a mi ciudad natal, "my hometown" como dicen bromeando mis amigos de ese otro lado—Hi Nigel, are you there?—, dejando atrás años de trabajo, de exploración, de preocupaciones que han ocupado los últimos veinticinco años de mi vida. Algunas de esas preocupaciones, irrelevantes a la postre, desaparecieron por el camino o se esfumaron definitivamente con mi decisión de regresar. Otras, inevitables, me acompañarán siempre como las maletas en que empaqueto los ornamentos esenciales de mi vida, cruzando conmigo fronteras y aduanas, expuestas a los detectores de metales de los aeropuertos que las hacen crepitar como el aire que aviva las brasas.

Hacer balance es inevitable, supongo. Yo me propuse firmemente no hacerlo, pero el implacable auditor agazapado en mi conciencia me reclama su tributo cada vez con mayor apremio, y más tarde o más temprano, me resultará imposible continuar eludiéndole. Supongo que hacer balance será agradable cuando esperas encontrar un saldo neto a tu favor, un saldo en todo caso proporcional al esfuerzo y al tiempo invertidos en su consecución. Pero ¿quién puede desear realmente conocer la profundidad de deudas insondables, o incluso el saldo exiguo que arroja una empresa a la que has consagrado tu vida?

La cultura anglosajona celebra el fracaso como ingrediente esencial de una cultura de cambio e innovación, de la asunción de riesgos, como la inevitable cruz de esa moneda que en la otra cara tiene impresa la idolatrada figura del éxito. Pero los fracasos de los que se trata en las escuelas de negocio son fracasos de juguete, fracasos que pueden eliminarse del balance con goma de borrar ("write off"), o cómo se eliminan las manchas de chocolate de un mostrador de acero inoxidable. Pero ¿qué ocurre con los fracasos totales, los fracasos de los que no es posible recuperarse? Me refiero a fracasos como el que se describe en "Der Untergang" (El Hundimiento). Tal vez a la sociedad le conviene tolerar los fracasos individuales, pero ¿podemos los individuos tolerar nuestro fracaso como personas?

En el prólogo de su popular obra "The Black Swan" (El cisne Negro), Nassin Nicholas Taleb concibe un hipotético personaje que, al obligar a las aerolíneas a adoptar una impopular medida de seguridad, una cabina blindada a prueba de asaltantes, habría disuadido a los terroristas de su intento de tomar el control de unos aviones con los que cometer los brutales atentados del 11/9. Lógicamente nadie le podría agradecer nunca algo que, de hecho, su impopular medida habría conseguido evitar y que, por tanto, nunca habría llegado a existir. El único reconocimiento para este héroe desconocido habría sido la ingratitud, las críticas despiadadas a su molesta, costosa e impopular medida que habrían acabado por arruinar su carrera y forzar su dimisión, sumiéndolo en el fracaso y la depresión. ¿Cuántos héroes desconocidos como éste habitan entre nosotros?

En el cine o en la literatura es posible ver a través de los ojos del director o del narrador la textura impalpable del destino, los hilos invisibles con que se teje la historia, como esa oportuna presencia de nuestro héroe desconocido en el lugar y en el momento exactos ahuyentando inconscientemente al asesino a punto de cometer un crimen. Sólo podemos verlo nosotros, espectadores, lectores omniscientes, nunca el héroe de la historia y mucho menos los beneficiarios de su heroísmo inadvertido. Tal vez deberíamos erigir estatuas en nuestras ciudades a los héroes desconocidos, monumentos que nos recordasen nuestra absoluta ignorancia sobre el devenir de los acontecimientos y que sirviesen, como los faros de la costa, para alejar a los fracasados, en noches turbias, de su fatal destino entre los arrecifes de su propia desesperación.

¿Cómo hacer balance si no podemos leer los libros en que se escriben nuestras hazañas porque no sabemos a quienes pertenecen, si puede que nadie llegue siquiera a anotar los réditos de nuestros éxitos, porque nuestros éxitos son los fracasos que no llegarán nunca a producirse?

Hoy en día, los físicos tienen que postular la existencia de materia oscura, un tipo de materia hipotética e invisible que tendría que existir en el universo en cantidades muy superiores a la materia visible para hacer sostenibles y compatibles entre sí las leyes conocidas de la física. Los economistas buscan desesperadamente las hipotecas fantasmas, los activos evanescentes y las deudas fragmentadas y espolvoreadas como granos de sal sobre la economía de todo el planeta, para poder recomponer sus modelos arruinados por la crisis financiera. Y yo, pobre idiota, necesitaría encontrar hechos inexistentes en la historia para poder cuadrar mi balance personal y dar sentido a mi propia existencia. Tantas búsquedas imposibles me suenan inevitablemente a excusas, las excusas del administrador que lleva demasiado tiempo ocultando el fracaso de su gestión...

Vienen a mi memoria los pensamientos lúgubres de Gabriel, el personaje del relato "The Dead" (Los Muertos) de James Joyce, al deslizarse con cautela en la cama al lado de su mujer, instantes después de descubrir que ella ha llevado encerrados en su corazón durante años la imagen de un joven amante y el rescoldo de una pasión como él jamás vivirá:

 

"Better pass boldly into that other world, in the full glory of some passion, than fade and wither dismally with age"

"Mejor pasar valientemente al otro mundo, en el esplendor absoluto de alguna pasión, que marchitarse y desvanecerse entre las sombras de la edad"

 

Y como Gabriel siento cercanos a mis fantasmas, aunque no puedo asirles...

 

"His soul had approached that region where dwell the vast hosts of the dead. He was conscious of, but could not apprehend, their wayward and flickering existence. His own identity was fading out into a grey impalpable world: the solid world itself which these dead had one time reared and lived in was dissolving and dwindling."

"Su alma se había aproximado a esa región donde moran las vastas huestes de los muertos. Era consciente de ellos, pero no podía aprehender su existencia caprichosa y parpadeante. Su propia identidad se fundía en un mundo gris e impalpable: el mismo mundo sólido en el que aquellos muertos se habían criado y habían vivido se iba disolviendo y consumiendo."

 

Y me gustaría sentir que comienza a nevar y que no va a parar hasta que la nieve lo cubra todo con su manto suave de blanco silencio.

 

Carolina I.

Jueves, 25 de diciembre de 2008


 

Colores

 

Los matemáticos han demostrado que para colorear un mapa político son necesarios únicamente cuatro colores. Los matemáticos, por supuesto, no pretenden hacer política, al menos no mientras hacen matemáticas. Política y matemáticas son inmiscibles como el agua y el aceite. Así pues, el teorema de los cuatros colores lo que afirma es que, dada una región plana separada en un número arbitrario de regiones, tales como por ejemplo las provincias de un país o los países de un continente, es posible colorear todas las regiones empleando únicamente cuatro colores de manera que nunca existirán dos regiones adyacentes (con un lado común) que compartan el mismo color. Existen algunos tecnicismos adicionales, pero no son relevantes.

Este teorema fue por primera vez formulado como una mera conjetura en 1852. Aparentemente es trivial. Todos hemos tenido la experiencia de colorear un mapa político en el colegio y, de manera más o menos consciente, hemos debido seleccionar los lápices de colores que íbamos a utilizar. A pesar de ello, no pudo ser demostrado hasta el año 1976, y fue con la ayuda de un ordenador. Se convirtió, de hecho, en el primer teorema relevante demostrado con ordenador y, puesto que todavía hoy no existe una prueba lo suficientemente breve que permita su verificación sin la ayuda del ordenador, la demostración sigue siendo objeto de controversia. Tal vez sea el sino de sus connotaciones políticas.

Resulta sorprendente que, sabiendo que bastan cuatro colores para evitar el conflicto a que puede dar lugar el uso de un mismo color en dos regiones adyacentes, la política aún se siga haciendo en blanco y negro, derecha e izquierda, como si los colores fueran un bien escaso y no hubiera más remedio que escatimar. Todo en la política es de una burda monocromía: los colores de los escaños, los trajes de los políticos, y por supuesto los discursos. Y no es difícil darse cuenta de que con dos colores sólo es posible colorear regiones que se adapten a la geometría prusiana de un tablero de ajedrez. Una política monocroma no permite atender las necesidades que la diversidad de formas exige. Pero atender la diversidad sería posible sin necesidad de dispendios o exuberancias irracionales, simplemente duplicando los colores del juego político, pasando de dos a cuatro.

Lo cierto es que los políticos, como los ordenadores, sólo se encuentran confortables dentro de los estrechos límites de la lógica binaria. Supongo que es el resultado de que la forma más sencilla de discrepar en la arena política es decir simplemente no, sin matices que puedan inducir a la confusión. O estás conmigo o estás contra mí. Los medios de comunicación necesitan titulares breves y contundentes, necesitan enlatar la política. La política bipolar ha sido el precio que ha habido que pagar por el sufragio universal, por hacer política de masas. Lamentablemente, a diferencia de los ordenadores que son capaces de procesar miles de millones de opciones binarias (bits) de manera casi instantánea, y que cada dos años duplican su capacidad de proceso, lo que los convierte en máquinas capaces de desentrañar verdades inasequibles para los hombres, los políticos apenas si pueden apartarse de los mismos gags que utilizaron sus abuelos. Y así llevamos ya más de un siglo intentando abrir una “tercera vía”.

Con la política monocroma ocurre que cuando una va de compras al supermercado, se encuentra con que si quiere libertad de expresión también hay que comprar una dosis importante de paternalismo socialdemócrata, y si lo que quiere es libertad de mercado, sólo la encontrará en su sabor fundamentalista neoconservador y tendrá que meter en la cesta de la compra una ración de ortodoxia religiosa, y así podríamos seguir. Es como si al ir al mercado para comprar pescadilla, una se viera obligada a llevarse las patatas, la salsa de soja, un kilo de limones y dos huevos duros. Para colmo las latas en que vienen empaquetadas estas raciones de política precocinada para usar en el microondas, no respetan las normas más elementales de etiquetado, no detallan su composición ni contenido calórico, y no avisan de que su consumo habitual es perjudicial para la salud.

El recurso sistemático al empaquetamiento de opciones políticas produce una devastadora degradación del colorido natural de nuestras creencias y aspiraciones. Ocurre lo mismo que con la plastilina. ¿Recuerdas, Alicia, lo divina que eras haciendo figuras de plastilina? Nada se te resistía. Eras capaz de moldear el lazo de una pajarita o una pluma de ganso de plastilina para adornar el cuello de una camisa o el ala de un sombrero. Pero a fuerza de moldear y combinar los brillantes colores de las barras de plastilina nuevas acababan fundiéndose y, al cabo de unos pocos días, acabábamos siempre con un montón de plastilina de un color asintótico que, dependiendo de la proporción de colores en la mezcla original, se decantaba entre el insulso gris o el repulsivo color de la mierda. Normal, al fin y al cabo, la mierda es la mezcla de todo lo que nuestro cuerpo ya no necesita. Lo malo es que durante meses había que seguir jugando con la plastilina de color gris o de color mierda.

Ahora mismo estoy amasando una larga serpiente de plastilina con la que voy trazando un camino sobre los lados que separan regiones contiguas del mapa pintadas con colores diferentes. No sé por cuanto tiempo podrá mi serpiente seguir avanzando, pero allí donde tenga que detenerse porque una región de gris amalgamado le impida el paso, allí habrá que tirar un puente o dinamitar el gris con el rojo de la rabia y de la sangre, porque mi serpiente tiene que dar la vuelta al mundo y regresar hasta Siam.

 

Carolina I

Sábado, 27 de diciembre de 2008

Walking around

 

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.


(Pablo Neruda, “Walking Around”)


Nada más entrar he sabido que habías estado aquí. Ha sido tu perfume de violetas secas flotando en el aire inmóvil de la casa como las plumas de un pájaro recién abatido. Desde que dejé de fumar, mi olfato se ha ido agudizando, tornándose dolorosamente preciso e intransigente. Y ha sido ese rastro intangible de aroma el que me ha guiado hacia el interior de la casa, como habría arrastrado a tu gato, y no la tonta insistencia de tus silbidos. Y ahí detenida en el centro del salón, absurdamente desubicada en mi propia casa, me he sentido como un espíritu que acaba de regresar al ser invocado por una pitonisa.

Finalmente ha nevado copiosamente tal como deseaba, pero la nieve ya no me sirve como a Joyce para echar el cierre, siquiera sea momentáneo, porque la nieve ya no puede sobrevivir en nuestras calles sazonadas con sal e incesantemente barridas por palas de quitanieves hiperactivos. Nuestra frenética sociedad no tiene tiempo para la contemplación de estampas bucólicas, como la ciudad arropada por el manto silencioso de la nieve. Las autoridades se apresuran a retirar la nieve de las calles para que los políticos puedan arrojársela en sus cómicas guerras de bolas en televisión, entre acusaciones de inoperancia y falta de previsión; y sobre los torpes meteorólogos que corren a refugiarse en sus despachos para ajustar sus simuladores y sus protocolos. Toleramos mejor las calles cubiertas de sangre.

Y he salido a pasear por las calles anegadas por la sangre, pisando sobre la sangre que abre surcos sobre la nieve olvidada. Pensé que "sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frio. Paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia y patios donde hay ropas colgadas de un alambre, calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias."

Sí, Alicia, sucede que me canso de ser mujer, pero eso no significa nada.

 

Carolina I

Sábado, 7 de febrero de 2009


 

Caroliana (II)

 

Estaba segura que habías entendido que el Retorno a Siam es un juego. Sé que lo sabes, sin embargo, estás tensa, como si te incomodara no dominar las reglas y tener que improvisar, ansiosa como si tu futuro fuera de pompas de jabón que blandamente estallan entre tus dedos. Supongo que lo de Nacho pasa factura, pero te seré franca: a mí nunca me gustó. Cuando una relación demanda más de lo que produce, es energética y económicamente ineficiente. Esto que a los dieciocho años uno no puede permitirse concebir, por encima de los cuarenta se debe tener asumido. Deberías prender su recuerdo y empujarlo a través del océano de la memoria, como un barco cargado de vikingos recuerdos, o volverá a aparecer como el gato.

En poco más de medio año, hay algunas cosas que hemos conseguido: cuarenta entradas "posts", algunas buenas metáforas, ciertas recurrencias, bastantes guiños, sospecho que más de uno todavía escondido y esperando ser descubierto. Recuerda que, en la mayor parte de los juegos, en los clásicos juegos de arcade, no es posible acceder al siguiente nivel si no se han superado todas las pruebas del anterior. Casi todo en la vida, la escuela (según el momento político), las relaciones de pareja, la carrera profesional, responden perfectamente a este esquema. Si no consigues pasar en unos pocos intentos de nivel, pierdes la partida (game is over). Y lo cierto es que hay muchas cosas que aún no hemos conseguido en este nivel.

Lo que más me intriga es un aparente malentendido que flota acechante como una oscura nube sobre el horizonte de nuestro viaje apenas iniciado, una nube extraña a ras de suelo, como esa nube que envuelve a Scott Carey (Grant Williams) al inicio de la película del increíble hombre menguante ("The incredible shrinking man"). Tú me atribuyes la necesidad de un destino, cuando lo único que me obsesiona, como siempre, es estudiar cuidadosamente los pasos para cerciorarme de que son adecuados. En cambio, tú finges amablemente que te basta pasear del brazo conmigo por el camino, como dos viejas amigas que intercambian confidencias, pero yo noto como tu cuerpo se arquea y se tensa bajo la piel. Eres tú quien exige una dirección.

Mi aproximación a la obra es puntillista. Me obsesiona el color de cada trazo, cada detalle aislado. Confío en que la perspectiva, junto con la limitada agudeza visual y los prejuicios de cualquier eventual observador, obrarán el milagro de la interpretación. Realmente no me importa en absoluto la interpretación. Si cada paso, cada trazo, es perfecto, ¿qué importan el sentido, el significado, el destino? Es la obsesión por la finalidad lo que arruina nuestras existencias, lo que las encierra en opresivas cárceles, aprisionadas entre los barrotes de hierro del pasado y esa puerta cerrada que es el futuro. ¿Es el tiempo lo que nos hace divergir? ¿Será cierto que paseamos por el camino como dos estúpidas mónadas inconexas?

Si lo piensas bien, tú y yo sólo hemos existido en espacios imaginarios. Quiero decir que nuestra relación siempre ha girado alrededor de ideas, de mundos que nunca hubieran podido llegar a existir porque no se regían por las leyes de la física de nuestro universo. Sólo donde y cuando han existido altas dosis de imaginación, hemos podido conectar, como si perteneciésemos a una especie, algún tipo de virus, que únicamente abandona su estado letárgico cuando se dan ciertas condiciones en el entorno, condiciones que no se dan en la vida real, en las celebraciones de fin de curso, en las bodas, en los bautizos, en las reuniones de vecinos, condiciones que sólo se dan a ciertas horas de la madrugada, a ciertas dosis de alcohol en sangre, a distancias muy cortas de sucesos que no se van a repetir.

El resto del tiempo, hemos permanecido cerca como los adoquines del empedrado, como sillares, mampuestos, o simplemente pedruscos, como vecinos que se intercambian las llaves a través del buzón para que el inspector del gas fuera entrar, o pasar a regarse las plantas.

Tal vez soy yo la que existe únicamente en un espacio imaginario, un espacio al que por razones de tu especial sensibilidad hacia lo espiritual o lo imaginario, tú has podido acceder en algunas ocasiones, esas ocasiones en las que hemos creído habitar una amistad como la que se lee en los libros de aventuras o se ve en las películas. Quizás todas las amistades verdaderas son simplemente eso: conexiones en espacios imaginarios, conexiones a través de agujeros de gusano que nadie sabe controlar, que nadie puede atravesar deliberadamente. No me gusta la amistad que describen los tratados de psicólogos y psiquiatras, mucho menos la que propugnan los líderes religiosos, la amistad finalista, utilitaria, la amistad que puede cultivarse como las lechugas, amistades insulsas, babosas. Sólo me gustan las amistades salvajes, hechas de rabia compartida, de miedo, de vivencias irrepetibles, de imágenes olvidadas, esculpidas en la roca metamórfica de la infancia como lenguajes irrepetibles, que no se pueden aprender.

 

Carolina I

Sábado, 14 de febrero de 2009


 

Incomunicando

 

Suena el teléfono. Distraídamente descuelgo el auricular. Tu-tu, tu-tu, tu-tu, tuuuuuuuuuuu, silencio. Han colgado y el eco de la llamada resuena a través de una lejanía metálica de cables y conmutadores. Mi mano izquierda sostiene el cuerpo inánime de un artefacto que parece haber exhalado su último suspiro. Intento reanimarlo para saber quién está al otro lado, quién me ha importunado y ahora huye, mientras mi mano rodea el cuello exangüe del terminal.

Pero no hay “display” donde haya quedado registrado el número de la llamada entrante, no hay lista de llamadas perdidas, no hay botón de re-llamada, no hay un mensaje en el contestador. Quien quiera que haya intentado contactar conmigo ha cambiado de opinión y podrá permanecer remotamente ignoto e inaccesible, aunque sus dedos prolongados por finísimos hilos de cobre hayan llegado a acariciarme como los dedos sutiles de un carterista que roba un instante. O quién sabe si, tal vez, malgastó su último aliento en una llamada desesperada de socorro que, aunque llegó a escucharse como el aullido lúgubre de un lobo en una noche seca, no consiguió su propósito de salvación.

De repente me doy cuenta, mientras mis dedos aún retienen la garganta rígida y enmudecida del auricular: es el teléfono quien ha muerto, y esa llamada ha sido, efectivamente, su último estertor. No había nadie al otro lado.

Absurdamente, me preguntó si alguna vez lo hubo, si ese aparato no sería mucho más que el mero emisor y receptor que siempre he supuesto, esa especie de tonto mensajero que ululaba a los cables en un extremo y que nos devolvía la voz que extraía halando del extremo opuesto. (Suele ocurrir con los muertos que uno se pregunta quienes fueron realmente.) Absurdamente, me pregunto si lo que inventó Alexander Graham Bell no fue más bien el símil auditivo (probablemente más sencillo de construir con la tecnología de su época) del espejo de la madrastra de Blanca Nieves. Y su obra maestra fue la industrialización de la magia de los cuentos de los hermanos Grimm para que todos pudiéramos hacer nuestras propias e inconfesables preguntas a esa especie de geniecillo de cuello de ánade.

Hábilmente, Graham Bell se habría dado cuenta de que no existe un genio idóneo para todas las preguntas, y de que, además, un genio que conociera todos y cada uno de nuestros más inconfesables deseos, sería un riesgo demasiado grande. Sólo alguien tan malvado como la madrastra de Blanca Nieves sería capaz de controlar a un asesor personal que, como su espejo, manejara tal cantidad de información restringida. Así pues, la verdadera innovación de Graham Bell, habría sido el dial: un genio para cada ocasión, un confesor para cada inconfesable deseo o aspiración que quisiéramos formular. Y nadie mejor que nuestros propios familiares y amigos para esas pequeñas curiosidades y maledicencias que pueblan nuestra mente día a día. Mucho después llegarían los consejeros sentimentales profesionales y los inconfesables servicios profesionales en forma de números anónimos como los 90X o los 80X según países y tiempos, o incluso los servicios de salvación total como el actual 112. ¡Si Graham Bell levantara la cabeza!

La magia del teléfono de Bell es que realmente no sabes quien está al otro lado. Puedes suponerlo, imaginarlo o creerlo, pero realmente al otro extremo puede estar cualquiera: la persona con la que realmente creemos hablar, un pariente con una voz parecida (¡no me puedo creer que no lo hayáis probado nunca!), un buen imitador, o un imitador perfecto como los Terminator de James Cameron. Si te lo propones puedes diseñar tu propio test de Turing para descubrir qué tipo de inteligencia habita el otro extremo, pero la mayor parte del tiempo, ¿quién está realmente interesado en cerciorarse? Si los mensajes que llegan del otro lado son los adecuados, ¿por qué preocuparnos? Y cuando no lo son, como sucede a menudo incluso siendo la propia madrastra de Blanca Nieves, tampoco suele ser el la identidad del mensajero nuestra mayor preocupación.

Y ahora el teléfono está a punto de desaparecer. Como el Panda, el Gorila o el Oso Polar, el teléfono es una especie en vías de extinción. Deberían existir ONG's que se ocuparan de la protección de hábitos de vida en peligro de extinción. ¿O es que alguien piensa que las redes sociales y los móviles de última generación son un sustituto para el teléfono de Bell? ¿Quién va a querer confesar sus más íntimas preocupaciones y sus deseos inconfesables a unos artefactos digitales que a diferencia del teléfono lo registran todo, lo recuerdan todo, y tienen posibilidades ilimitadas de realizar comprobaciones de autenticidad?

Si hay algo que no nos gusta a los humanos es que nos recuerden lo que dijimos o hicimos cuando hemos decidido ocultarlo, olvidarlo, o simplemente cuando no nos conviene. La discreción del teléfono original en este sentido es absoluta. Su memoria es nefasta. En el mismo instante en el que está pronunciándolo, olvida lo que dice, dejándonos plena libertad para contradecirnos o contradecirse el mismo en el instante siguiente. Todo lo que ocurre en el teléfono permanece exclusivamente en nuestra memoria, y quizás en la de nuestro interlocutor si es que éste existe. ¡Quien podría imaginar mejor forma de comunicación!

 

Carolina I.

Domingo, 22 de noviembre de 2009


 

EPÍLOGO

 

Con la desaparición de Alicia, “Retorno a Siam” quedó inmóvil y silencioso, y pronto cayó en el olvido. No sé lo que, mucho tiempo después, me hizo volver sobre mis pasos. Descubrí que Alicia también había regresado puntualmente, sigilosa, sin dejarse notar. Fue entonces cuando, al releer lo que habíamos escrito, me di cuenta de que, en realidad, no habíamos escrito juntas, de que simplemente habíamos coincido en el espacio y el tiempo del blog, como si danzásemos siguiendo la armonía preestablecida de las mónadas de Leibniz. Me di cuenta de que, tanto la mitad de Alicia, como la mita de Carolina, podían tenerse en pie por si solas. Fue entonces cuando decidí remendar a esta media Carolina.

He respetado escrupulosamente las dos partes. No ha sido difícil porque, como ya he dicho, Alicia y Carolina no llegaron a mezclarse. He retocado únicamente lo imprescindible para disimular los puntos de sutura de la operación. Lo más difícil ha sido evitar la tentación de editar, de actualizar alguna entrada, alguna referencia, alguna imagen —sobre todo las imágenes, ¡uf!— de maquillar un párrafo o una metáfora, de continuar la obra inconclusa. Hubiera sido seguramente la opción más profesional.

He optado, sin embargo, por la imperfección. Con la excepción de algunos errores obvios que he podido corregir, y de una mínima revisión de la tipografía y el formato, los textos permanecen tal y como fueron escritos originalmente. Algunos, para mi sorpresa los más, parecen escritos ayer mismo. Otros se difuminan ya en el punto de fuga de la mirada presente. Así es la geografía de la memoria.

 

Carolina I.

20 de agosto de 2016


 

Sobre el autor y la obra

 

Mi nombre es Francisco J. Jariego y con el experimento “Carolina 114” publico por primera vez ficción en castellano.

En realidad, debería haber sido la propia Carolina quien firmase y publicase esta obra. Yo hubiera preferido que así fuese. Ella no es sólo la protagonista y la narradora, es realmente la autora de esta obra. “Retorno a Siam” existió realmente, aún existe y aún pueden encontrarse sus trazas en los buscadores de internet, aunque ahora ya sólo es posible acceder de manera privada. Pero Carolina tiene un defecto: es un personaje imaginario. Y hoy en día no es sencillo para un personaje imaginario darse a conocer publicando un libro en un medio digital.

Mi actividad profesional está ligada a la tecnología, las comunicaciones y la innovación; de alguna manera, al futuro. Aunque siempre me ha gustado escribir, hasta ahora, solo había publicado sobre temas relacionados con esa actividad profesional, y de manera esporádica un poco sobre casi todo en mi blog personal “Mind the post” (en inglés).

Con este experimento he querido volver por un momento la vista atrás para retomar un camino que hace años decidí no explorar hasta encontrar el momento apropiado. Ese momento parece que ha llegado ahora.

Huelga decir que un camino desconocido, es mucho mejor explorarlo en buena compañía; y desde luego, un camino como el de la literatura. Así pues, querido lector, si estás interesado en explorarlo conmigo, será un auténtico lujo.

Aquí puedes encontrar más información:

·      Otras obras de ficción

·      Twitter

·      Alienimagina

·      Mind the Post

Francisco J. Jariego

28 de agosto, 2016


Publicado el 20 de octubre de 2022 por Francisco J. Jariego Fente.
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