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Historia, Crónica.
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28 de septiembre de 2016.
Recibida esta carta que tanto lisonjeaba el gusto del santo general, aunque entre los domésticos no faltaron hombres de autoridad, que juzgaron debía dejarse esta expedición para tiempo en que estuviera más abastecida de sujetos la Compañía; sin embargo, se condescendió con la súplica del piadosísimo rey, señalándose, ya que no los veinticuatro, algunos a lo menos, en quienes la virtud y el fervor supliese el número. Era la causa muy piadosa y muy de la gloria del Señor, para que le faltasen contradicciones. En efecto, algunos miembros del real consejo de las Indias se opusieron fuertemente a la misión de los jesuitas por razones que no son propias de este lugar. El rey pareció rendirse a las representaciones de su concejo, pero como prevalecía en su ánimo el celo de la fe, a todas las razones de estado, o por mejor decir, como era del agrado del Señor, que tiene en su mano los corazones de los reyes, poca causa bastó para inclinarlo a poner resueltamente en ejecución sus primeros designios. [Insta a don Pedro Meléndez y lo consigue] Llegó a la corte al mismo tiempo el adelantado don Pedro Meléndez, hombre de sólida piedad, muy afecto a la Compañía y a la persona del santo Borja, con quien, siendo en España vicario general, había hablado ronchas veces en esto asunto. Su presencia, sus informes y sus instancias disiparon muy en breve aquella negra nube de especiosos pretextos, y se dio orden para que en primera ocasión pasasen a la Florida los padres. De los señalados por San Francisco de Borja, escogió el consejo tres, y no sin piadosa envidia de los lemas: cayó la elección sobre los padres Pedro Martínez y Juan Rogel, y el hermano Francisco de Villareal.