No hay más información sobre el texto «Un Sueño».
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Apoyó este lápiz en la parte superior de la lápida; la lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse, pero sí inclinarse hacia adelante, porque el montículo de tierra (que evidentemente él no quería pisar) le separaba de la piedra. Estaba de puntillas, y se apoyaba con la mano izquierda en la superficie de la lápida. Mediante un prodigio de destreza, logró dibujar con su lápiz ordinario letras doradas; escribió: «Aquí yace». Cada una de las letras era clara y hermosa, profundamente grabada, y de oro purísimo. Cuando hubo escrito las dos palabras, se volvió hacia K.; K., que sentía gran ansiedad por saber cómo seguiría la inscripción, apenas se preocupaba por el individuo, y sólo miraba la lápida. El hombre se dispuso nuevamente a escribir, pero no pudo, algo se lo impedía; dejó caer el lápiz, y nuevamente se volvió hacia K. Esta vez K. le miró, y advirtió que estaba hondamente perplejo, pero no podía explicarse el motivo de su perplejidad. Toda su vivacidad anterior había desaparecido. Esto hizo que también K. comenzara a sentirse perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso malentendido, que ninguno de los dos podía solucionar. Fuera de lugar, comenzó a repicar una campanita de la capilla fúnebre, pero el artista hizo una señal con la mano y la campana cesó. Poco después comenzó nuevamente a repicar; esta vez con mucha suavidad y sin especial insistencia; inmediatamente cesó; era como si solamente quisiera probar su sonido. K. se sentía afligido por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo rato en la concavidad de sus manos. El artista esperó que K. se calmara, y luego decidió, ya que no encontraba otra salida, proseguir su inscripción. El primer breve trazo que dibujó fue para K. un alivio, pero el artista tuvo que vencer evidentemente una extraordinaria repugnancia antes de terminarlo; además, la inscripción no era ahora tan hermosa, sobre todo parecía haber mucho menos dorado, los trazos se demoraban, pálidos e inseguros; pero la letra resultó bastante grande. Era una J; estaba casi terminada ya, cuando el artista, furioso, dio un puntapié contra la tumba, y la tierra voló por los aires. Por fin comprendió K.; era muy tarde para pedir disculpas; con sus diez dedos escarbó en la tierra, que no le ofrecía casi ninguna resistencia; todo parecía preparado de antemano; sólo para disimular, habían colocado esa fina costra de tierra; inmediatamente se abrió debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K., impulsado por una suave corriente que lo puso de espaldas, se hundió. Pero cuando ya le recibía la impenetrable profundidad esforzándose todavía por erguir la cabeza, pudo ver su nombre que atravesaba rápidamente la lápida, con espléndidos adornos.
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.
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