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Suben al tranvía Sigüenza y el señor capellán. Y al sentarse el señor capellán se le alza el hábito, ya viejo y lustrosito, y Sigüenza le ve las anchas orillas de sus pantalones, pantalones de labriego, de color de trigo, y las medias, medias blancas, con rollos gordos de arrugas, como de una lana recién cortada de la oveja; las botas, inmensas, de elásticos flojos, están fragosas de unto, de betún, con sus barrancas de pliegues, sus laderas peladas y los peñascos abruptos, inquietadores de los dedos gordales. ¡Oh pies de apóstol primitivo y botas de capellán aldeano! Estas botas se las guardará una abuela enlutada que cuando se sienta, su falda hace un regazo hondo como la sotana del hijo; las guarda en una alacena del dormitorio, cerrada limpiamente por una cortina inmaculada que la madre plancha los sábados con tanta unción como un alba o un sobrepelliz.
El señor capellán trae desabrochados dos altos botoncitos del hábito, y le asoma la argolla del reloj; debe de ser un reloj enorme, de esos que resuenan como una herrería.
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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