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Nos miró la muchacha y sentóse en la tierra como una niña árabe. Entonces reparamos más en sus pies, pies de caminante, agrandados y rodos, con costras de polvo y de jugos de hierbas.
Apareció un insecto, muy grave, grueso, de patas sutiles, con negra vestidura reluciente. Andaba despacio, pesado, como reflexivo, y nos recordaba algún conocido nuestro, respetable varón que aparentaba maquinar profundidades y es posible que no piense ni haga nada. Un grano de semilla, caída del árbol, hízole parar; luego tuvo desasosiego; sin embargo, debió recibir muy gran contentamiento, según se frotaba las manos, es decir, los hilillos de sus palpos, y quedó meditando, meditando.
La rapaza tomó una aguda pedrezuela; hundiósela por la espalda, y el desdichado conocido nuestro crujió y se tumbó, reventado.
—¿Por qué has hecho ese mal? —le preguntamos.
Nuestras palabras le dieron asombro. Hizo luego con su hocico una mueca de que le tenían sin cuidado, y nos volvió la espalda.
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Publicado el 13 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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