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Pero es precisamente por eso. ¡Claro, han de aprovecharse del milagro de tenerte cerca, y te lo dicen todo de una vez!
Muerta doña María del Carmen, entendió Ibáñez en la testamentaría sin recibir ayuda del sobrino, a quien había de enviar escribientes y procuradores; y a él mismo le costó buscar al artista y ponerle los folios a su firma.
Comentaba el doctor en las comidas el abandono y pereza de aquella criatura que no parecía sino que fuese hijo de emperador o dueño de minas de oro, según se comportaba, cuando verdaderamente había llegado a su perdición. La esposa propuso que se le llamase.
La respuesta que trajo el mensajero agrió al señor tío más que la contumacia de un litigante. Aurelio había dicho que si no era muy grave el asunto iría al día siguiente, porque estaba trabajando.
—¡Trabajando... trabajando mi sobrino!... ¡Que no venga! ¡Que no venga!
La esposa suspiraba:
—¡Esa criatura, esa criatura!
La Princesita entró a su dormitorio diciéndose que no tenía razón su primo, pero que tampoco la tenía su padre para tanta mohína.
48 págs. / 1 hora, 24 minutos.
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Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.
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