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—¡Son las cuatro —dijo doña Paz—, y el sol se pone a las siete y algunos minutos!
—¡Ya ves! —le replicaron ellos—. Hay tiempo para todo.
Y se marchó Sigüenza con su prima a la solana.
La pobre señora les llamaba.
El rosal y la yedra, altos, grandes, se abrazaban tupidamente haciendo un trono de olorosa frescura, donde parecía dormir toda la infancia de los dos primos. Se miraban muy contentos de su labor de jardineros, pero la espina de Santa Rita, la pincha más sutil del rosal, dejaba una herida de melancolía en sus frentes...
Salió la madre, y para desagraviarla la pasearon llevándola del brazo, hablando y mirando la tarde de la sierra.
Tenían las laderas una tierna opulencia de pinar joven; y el sol se acostaba alborozado entre los troncos.
Cerca, bajo las inmensas gradas de los vinares, y rodeado de chopos, que se calaban en el azul, surgía un blanco casal campesino.
—¿No recuerdas el viejecito de aquella heredad? Pues, murió, y ahora veranea su hija Victoria, ya casada... ¡Está más hermosa!
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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