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Este texto forma parte del libro «Libro de Sigüenza».
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De todos los barcos escogió Sigüenza para mirar un vapor negro, ancho, gordo, reluciente en su misma negrura; el hierro de sus costados tenía arrugas, tacto, substancia de piel etiópica. Respiraba un hondo hervor de máquinas. Sus grúas eran palpos gigantescos que se torcían sobre la tierra; bajaban sus cadenas oxidadas, y con dos uñas terribles se llevaban cuévanos de hortalizas a las entrañas de las bodegas.
Constantemente venían carros de cestos de fruta, y el muelle era una granja en llenura venturosa.
Entre las gentes que faenaban destacaba un hombre rollizo, cebado, de color quebrada de enfermo del hígado; en sus manos, cuajadas de sortijas, aleteaba un papel donde iba anotando la carga que se engullía el vientre del vapor. Gritaba enfurecido, y miraba a todos, a Sigüenza también, con orgullo y desconfianza.
Una mocita flaca, alta, casi rapada, como una esclava, le llenaba, de tiempo en tiempo, un vaso de leche. Bebía vorazmente el fenicio, y sus labios fragosos quedaban blancos de espuma como una peña de playa, y después se los iba lavando con su ancha lengua.
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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