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...Un marinero enorme, macizo, con un gorro doblado y encendido como una llama, le estaba comprando a una recovera del puerto. Seis huevos merco, y holgadamente se los puso en el cuenco de su manaza. Y como Sigüenza le preguntase si su barco —un viejo falucho, negro, bravo, de velas remendadas, nave homérica— había llegado de tierras muy remotas, él, para indicarle que de Orán, alzó con gallardía su cargada mano y tendió el brazo lo mismo que una estatua de D. Cristóbal Colón, y los huevos se estuvieron muy quietos en el seno de su diestra, que parecía un nidal de gaviotas.
En justa alabanza de la recovera y de la grandeza de la mano del marinero, nos atrevemos a jurar que aquellos huevos eran de los más hermosos y cabales concebidos por madrecilla de gallina.
Y así se lo dijo Sigüenza a la buena mujer, que no hacia más que mirarle muy menudamente. Era ancha, blanda, enlutada, de cara rugosa, torrada de sol, las manos ásperas de cortezas de salvado, como las patas de las aves de su corral, y el vientre de una cansada robustez.
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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