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La anciana condesa de Saville, retirada en su castillo de Rocher para cuidar a sus nietos después de las muertes sucesivas de su hijo y su nuera, quería mucho a su sacerdote, y decía de él:" Es un encanto".
Él venía todos los jueves a pasar la noche con la dueña del castillo y se había creado entre ellos una buena y franca amistad entre ancianos.
Se entendían casi con medias palabras, siendo los dos buenas personas, con esa bondad de las gentes sencillas y tiernas.
Ella insistía:
—Veamos, señor cura, confiese usted.
El repetía:
—Yo no había nacido para la vida común. Me di cuenta a tiempo, felizmente y muy a menudo he constatado que no me he equivocado.
Mis padres, vendedores merceros en Verdiers, y bastante ricos, tenían muchas esperanzas puestas en mí. Me mandaron a una pensión muy joven. No se sabe lo que puede llegar a sufrir un niño en un colegio por el mero hecho de la separación, del aislamiento. Esta vida uniforme y sin ternura es buena para unos, detestable para otros. Los seres pequeños tienen a menudo el corazón mucho más sensible de lo que uno cree y, encerrándolos así, demasiado pronto, lejos de aquellos que aman, se puede desarrollar hasta el exceso una sensibilidad que se exalta, que se convierte en enfermiza y peligrosa.
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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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