No hay más información sobre el texto «El Armario».
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Y me dejó a oscuras. Oí cerrar dos puertas; luego me pareció que aquella mujer hablaba con alguien. Quedé sorprendido, inquieto. La idea de un chulo me turbó, aun cuando tengo bastante fuerza para defenderme.
«Veremos lo que sucede», pensé.
Y afinando el oído, escuchaba. Se movían con grandes precauciones para no hacer ningún ruido. Luego sentí abrir otra puerta y me pareció que hablaban, pero muy bajo. La moza volvió al fin con una bujía, diciéndome:
—Ya puedes entrar.
Entré, y pasando por un comedor donde sin duda nunca se come, me condujo a un gabinete alcoba.
—Ponte cómodo, mi vida.
Yo lo inspeccionaba todo y no
encontraba cosa que pudiera causarme inquietud.
Ella se desnudó tan de prisa, que ya estaba en la cama
cuando yo no me había quitado aún el abrigo.
Y riendo, prosiguió:
—¿Qué te ocurre? ¿Te has convertido en estatua de sal? Acaba y ven.
Así lo hice.
A los cinco minutos me daban intenciones de vestirme y escapar. Pero el maldito abandono que me amenazó en mi casa con tristezas crueles, me quitaba las energías, reteniéndome, a disgusto mío, en aquella cama pública. El encanto sensual que me había hecho sentir aquella criatura en el teatro, desapareció cuando la vi tan cerca y deseosa de complacerme. Su carne vulgar, semejante a la de todas, y sus besos insípidos, me desilusionaron. Para entretenerme le hice varias preguntas:
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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