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Cuando entraron en el estudio del notario Lamaneur, se hizo un pequeño movimiento entre los empleados, y cuando el señor Serbois tuvo a bien darse a conocer, aunque se le reconoció perfectamente, el primer oficial se levantó con una diligencia acentuada, mientras el segundo sonreía.
Y los esposos fueron introducidos en el despacho del jefe.
Éste era un hombrecito regordete, regordete todo él. Su cabeza parecía una bola fija sobre otra bola que tenía dos piernas tan pequeñas, tan cortas que casi parecían así mismo unas bolas.
Saludó, señaló una sillas, y dijo, dirigiendo a la señora Serbois una ligera mirada de inteligencia:
—Iba justamente a escribirles para rogarles que pasaran por mi estudio con la finalidad de darles a conocer el testamento del señor Vaudrec, que les concierne.
El señor Serbois no pudo evitar pronunciar.
—¡Ah! ¡Ya lo decía yo!
El notario añadió:
—Voy a darles lectura de esta hoja, muy corta, por cierto.
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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