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Al tropezar continuamente en los guijarros que rodaban bajo sus pies descalzos, refunfuñaba: "¡Desgracia... miseria ... montón de cochinos..., dejar reventar de hambre a un hombre ... a un trabajador... montón de cochinos..., ni cuatro cuartos ... ni un céntimo... y ahora a llover ... eso faltaba ... cochinos, más que cochinos!"
Y se indignaba con las injusticias de la suerte, tomando por testigos a todos los hombres, de que la naturaleza, nuestra madre común, era ciega, injusta, pérfida y feroz. Y repetía entre dientes: "¡Montón de marranos!", contemplando al mismo tiempo la pequeña nube de humo gris que salía de los tejados de una aldea cercana a aquella hora, que era la de cenar. Y sin reflexionar en la otra injusticia humana, que se llama violencia y robo, sentía ardientes deseos de correr hacia el pueblo, entrar en una de sus casas, aplastar a los habitantes y sentarse en su lugar a la mesa.
"Yo tengo el derecho de vivir —decía—, y ahora con mas razón, puesto que me dejan reventar de hambre... ¡cochinos!... yo no pido más que trabajo, nada más, ¡cochinos!" Y el dolor de sus miembros, el dolor de su estómago, el dolor de su corazón se le subía a la cabeza como una especie de formidable borrachera, haciendo nacer en su cerebro esta idea sencilla: "¡Tengo el derecho de vivir, puesto que el aire es de todos! ¡No hay derecho alguno que pueda privarme del pan que necesito para alimentarme!"
12 págs. / 22 minutos.
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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