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Les faltaban ojos, manos, boca, tiempo; les faltaba todo para realizar las múltiples caricias que imaginaban.
A los pocos días, el notario dijo a su mujer:
—¿Quieres que vayamos a París mañana? Como dos amantes, recorreremos los teatros, los restaurantes, los cafés cantantes, los merenderos con gabinetes reservados al amor clandestino...
Ella estallaba de gozo.
—Sí, sí, sí; vayamos lo más pronto posible.
Él prosiguió:
—Como es necesario atender a todas las cosas, le dirás a tu padre que hoy mismo te haga entrega de tu dote. La llevaremos para pagarle al señor Papillon el traspaso de la notaría.
Ella, convencida, respondió:
—No tengas cuidado; ahora mismo, si quieres.
El beso que los unió estrechamente no acababa nunca.
Y al otro día, el padre y la madre de la novia los despidieron en la estación del ferrocarril.
El viejo razonaba:
—Me parece una imprudencia llevar tanto dinero en el bolsillo. Se les puede perder la cartera, les pueden robar...
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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