—¿Tombouctou?
El negro, radiante, se dió una tremenda manotada en un muslo, soltando al mismo tiempo una carcajada inverosímil.
—Sí, sí, mi teniente reconoce á Tombouctou, bueno día...
El comandante, riendo de muy buena gana, le tendió la mano. Entonces
Tombouctou se puso grave: tomó la mano del oficial, y sin que el otro
pudiese impedirlo se la besó según costumbre negra y árabe. Confundido,
el militar le dijo con severidad:
—Vamos, Tombouctou, vamos, que no estamos en África. Siéntate, y cuéntame lo que haces aquí.
Tombouctou se sentó, y tartajeando á puro de hablar á prisa, dijo:
—Ganado mucho dinero, mucho, gran restaurán, buena comida, prusianos
yo robado mucho, mucho, cocina francesa, Tombouctou, cocinero del
Emperadó, do ciento mil francos míos... ja, ja, ja...
Y reía, reía, con loca alegría retratada en los ojos.
Cuando el oficial, que comprendía su extraño modo de hablar, le hubo interrogado durante un largo rato, le dijo:
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