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Pero mientras maldecía y protestaba, salió el sol, y en sus rayos se columpiaban radiantes espíritus buenos, hijos de la luz, que bailaban por encima de los frígidos bloques de hielo y los derretían, por lo que las grandes piedras que estaban presas en ellos, se precipitaron al fondo, sobre el banco de arena.
«¡Chusma del sol! —gritaba el viento Nordeste—. ¿Es esto camaradería y parentesco? Ya me acordaré para vengarme. ¡Lo maldigo!».
«Nosotros lo bendecimos —respondieron los hijos de la luz—. El banco emergerá, y nosotros lo protegeremos. Sobre él se levantarán la Bondad, la Verdad y la Belleza».
«¡Estúpidos!», gritó el viento.
—¿Ves? De todo esto nada sabían las linternas —dijo el padrino pero yo sí lo sé, y es de gran importancia en la vida de Copenhague —. Volvamos ahora la página —añadió—. Han pasado muchos años, y el banco de arena se ha elevado. Un ave marina se ha posado sobre la mayor de las piedras, la que más sobresalía del agua. Puedes verla en la estampa. Corrieron los años. El mar arrojaba peces muertos a la arena; brotaron tenaces carrizos, se marchitaron y pudrieron, y abonaron el suelo. Nacieron otras especies de hierbas, y el banco de arena se transformó en una isla verdeante. Desembarcaron los vikingos; estallaron reyertas y desafíos, que fueron otras tantas avenidas de la muerte. En el Holm de Seeland había un buen fondeadero. Ardió la primera linterna de aceite; creo que asaron pescado sobre ella; abundaba bastante. Los arenques circulaban en enormes bandadas por el Sund, hasta el extremo de dificultar las maniobras de las embarcaciones. Brillaban las aguas como si en su seno estallaran relámpagos de calor; el fondo relucía como una aurora boreal. El Sund era rico en peces; por eso se fue poblando la costa de Seeland. Las paredes de las casas eran de roble, y los tejados, de corteza; no eran árboles lo que faltaba. Los barcos entraban en el puerto; la linterna de aceite ardía balanceándose en las jarcias, mientras el viento Nordeste soplaba, cantando: «¡huu—ui!». Si en el Holm brillaba una linterna, era de bandidos. Contrabandistas y bandidos prosperaban en la «Isla de los ladrones».
17 págs. / 29 minutos.
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Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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