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A veces la tía se sentía enferma, pero muy mal tenía que estar para perderse una comedia. Una vez el médico le ordenó que se pusiera una cataplasma en las plantas de los pies. Ella lo hizo, pero se fue al teatro en coche y siguió la función con la cataplasma en su sitio. Morir en el teatro, ésta hubiera sido su ilusión. Thorwaldsen murió en el teatro. A eso le llamaba ella una «muerte venturosa».
No podía imaginar un cielo sin teatro. Cierto que nada de ello se dice en los libros sagrados, pero todos esos excelentes actores y actrices que nos han precedido, en algo tendrán que ocuparse en la eternidad.
Mi tía tenía su hilo telegráfico desde el teatro a su casa; el telegrama llegaba cada domingo a la hora del café. Este hilo telegráfico ,era el «tramoyista señor Sivertsen», el encargado de dar las señales de subir y bajar el telón, de colocar o retirar los decorados y cortinas. Él le anticipaba una breve explicación del argumento y circunstancias de la obra. A «La Tempestad», de Shakespeare, la llamaba la «maldita pieza». «Hay tanto y tanto que cambiar, y desde la primera escena está uno metido en agua». Quería decir, desde luego, que había que poner en primer término las «olas rodantes». En cambio, cuando la decoración no variaba en los cinco actos, el hombre decía que era una obra razonable y bien escrita, una obra tranquila, que discurre sola, sin complicaciones escenográficas.
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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.
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