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Edición física «La Inocencia de Reginald»
—Una actitud inesperada de tu parte.
—A mí me encanta la gente que hace cosas inesperadas. ¿No te ha encantado siempre el tipo que va y mata un león en el foso cuando está aburrido? Pero sigamos con esta inocencia desafortunada. Hace tiempo, cuando estuve peleando con más gente de la que acostumbro, tú entre ellos (debió haber sido en noviembre, porque nunca peleo contigo muy cerca de Navidad) tuve la idea de que me gustaría escribir un libro. Iba a ser un libro de reminiscencias personales, sin dejar nada de lado.
—¡Reginald!
—Eso fue exactamente lo que dijo la duquesa cuando se lo mencioné. Como yo andaba en plan de provocar, me quedé callado; lo siguiente que la gente oyó de mí fue, por supuesto, que había escrito el libro y lo había publicado. Después, mi privacidad no fue superior a la de un pez ornamental. La gente me atacaba en los lugares más inesperados. Me rogaban o me ordenaban que quitara cosas que ya se me había olvidado que habían sucedido. Una vez estaba sentado detrás de Miriam Klopstock en un palco del teatro Real, cuando empezó con lo del incidente del perro chau—chau en el baño, lo cual, insistió, tenía que quedar por fuera. Sostuvimos una discusión intermitente, pues algunas personas querían escuchar la obra y Miriam es campeona de gritos. Le tuvieron que impedir que siguiera jugando en el club de hockey de las "Guacamayas" porque en un día tranquilo se podía escuchar a más de media milla lo que pasaba por su cabeza cuando le daban un golpe en la espinilla. Les dicen las guacamayas por sus vestimentas azul con amarillo, pero tengo entendido que el lenguaje de Miriam era aún más colorido. Sólo admití hacer un cambio, decir que había sido un spitz y no un chau—chau, de resto me mantuve firme. Dos minutos después se dirigió a mí con su voz de megáfono: 'Me prometiste que no lo mencionarías: ¿Nunca mantienes tus promesas?' Cuando la gente dejó de mirarnos le dije que yo en vez de promesas preferiría mantener ratones blancos. La vi rasgar la hoja del programa unos minutos, antes de que se recostara hacia atrás y resoplara: 'No eres el muchacho que creía', como si fuera un águila que hubiera llegado al Olimpo con el Ganímedes equivocado. Ese fue su último comentario audible, pues siguió rompiendo el programa y tirando los pedacitos alrededor hasta que la vecina le preguntó, con la dignidad del caso, si era necesario que le mandara a traer una papelera. No me quedé hasta el último acto.
3 págs. / 5 minutos.
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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.
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