Libro gratis: Cape Cod
de Henry David Thoreau

Habiendo bajado la pendiente y tan cerca del agua como pudimos, allí donde la arena era más compacta, dejando detrás las luces de Nauset, comenzamos a caminar sin prisas por la playa, en dirección noroeste, hacia Provincetown, distante unas veinticinco millas, siempre navegando bajo nuestros paraguas, admirando en silencio, en nuestra marcha, la gran fuerza del movimiento del océano,

ποταμοϊο μέγα σθένος ‘Ώκεανοϊο.

Las blancas olas se precipitaban hacia la orilla; la espuma corría por la arena y luego retrocedía hasta donde dejábamos de verla (e imaginamos cuánto más lejos a lo largo de la costa atlántica, delante y detrás de nosotros), con la misma regularidad —por comparar lo grande con lo pequeño— como el director de un coro marca el compás con su batuta blanca; y de vez en cuando una ola más alta nos hacía apartarnos apresuradamente, y veíamos detrás nuestras huellas cubiertas por el agua y la espuma. Las olas parecían manadas de un millar de caballos salvajes de Neptuno galopando hacia la orilla, con las blancas crines flameando; y cuando, por fin, el sol brilló por un momento, las crines se tiñeron con los colores del arco iris. Asimismo, las talofitas se agitaban esporádicamente, como colas de vaca que retozaran en el piélago.