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Este texto, publicado en 1894, está etiquetado como Novela corta.
Novela corta.
78 págs. / 2 horas, 17 minutos / 285 KB.
15 de febrero de 2025.
Aquella tristeza en una muchacha tan joven me impresionó ya desde el principio del viaje; pero las ocupaciones inherentes a mi cargo de capitán llevaron mi pensamiento y mi atención hacia otras cosas. Durante las primeras semanas, fuera del ritual good morning, apenas si dirigí a aquella jovencita otras palabras; pero luego, compadecido de la juventud y de la soledad de Liliana, que no tenía ningún pariente en la caravana, me propuse prestar, en cuanto fuera preciso, algún pequeño servicio a la pobre muchacha. No era menester, ciertamente, que yo la protegiese con mi autoridad de capitán y con mis puños contra la impetuosidad de los compañeros de viaje más jóvenes, porque toda mujer, por joven que sea, encuentra siempre en los norteamericanos, si no la galante solicitud de los franceses, sí, cuando menos, la más completa seguridad. No obstante, teniendo en consideración la delicada salud de Liliana, logré acondicionarla en el mejor carro, que guiaba el experto Smith; aderecé por mí mismo la yacija, de suerte que pudiese dormir cómodamente durante la noche, y le presté una de mis mejores pieles de búfalo. Por insignificantes que fueran aquellas muestras de atención, Liliana se sentía extraordinariamente agradecida a ellas y no despreciaba ocasión de demostrármelo. Era, en verdad, una criatura bien tímida y bien dócil. Las dos mujeres que compartían con ella el mismo carro, la señora Grossvenor y la señora Atkins, sintieron muy pronto por Liliana —atraídas por la dulzura de su trato— un grandísimo cariño, y acabaron por darle el sobrenombre de Pajarillo, con el cual fué en seguida llamada por toda la caravana. Y, sin embargo, mis relaciones con el Pajarillo continuaron siendo poco frecuentes, hasta el día en que observé que los ojos azules y casi angélicos de aquella muchacha me miraban con manifiesta simpatía y singular insistencia.