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Este texto, publicado en 1894, está etiquetado como Novela corta.
Novela corta.
78 págs. / 2 horas, 17 minutos / 528 KB.
15 de febrero de 2025.
Pero no me quedaba otro recurso que rabiar.
Henry, cuando no le tocaba estar de guardia, podía hacer cuanto le viniera en gana y estarse, por tanto, muchos ratos con Liliana, mientras que yo no gozaba en medio de mis ocupaciones de un momento de reposo. Cuando íbamos por la carretera seguíanse los carros unos a otros, mediando a veces entre ellos bastante distancia; pero al penetrar en las regiones desiertas quise, durante las paradas del mediodía, disponerlos, según el uso en las estepas, en una línea transversal, apretados de tal modo que entre las ruedas respectivas pudiese apenas pasar un hombre. No son fáciles de imaginar los esfuerzos que hice y las dificultades con que tropecé para obtener que semejante línea no se viese descompuesta. Los mulos, bestias de índole salvaje, no bien domados aún, en vez de estarse en línea recta, deteníanse obstinados, o no consentían en dejar el camino trillado, y mordían, relinchaban, coceaban. Los carros, al dar una vuelta repentina, volcaban con frecuencia, y se perdía mucho tiempo en levantar aquellas moles, verdaderas casas de madera y lona. El relinchar de los mulos, las blasfemias de los carreteros, el sonido de los cascabeles y los ladridos de los perros que nos seguían producían una zalagarda infernal. Luego, cuando, derrochando esfuerzos, había logrado un poco de orden, debía atender al desenganche de las bestias y disponer el trabajo de los conductores que habían de llevarlas al pasto y luego al río. Los que durante el día se habían internado en la estepa para cazar regresaban de todas partes con la caza capturada y asaltaban las hogueras. Apenas encontraba yo un momento para restaurar mi estómago y descansar un poco.