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No debemos aspirar a un placer puro: tanto el placer como el sufrimiento forman parte del viaje. Tal y como dijo Washington Irwing, un viaje por mar, con las emociones, la falta de confort y la forzada disciplina que implica, es una buena introducción a un viaje al extranjero. Pasaremos por alto los pequeños contratiempos, las molestias propias de Egipto e Italia, es decir, las pulgas y otros bichos, por mucho que estos de ningún modo estén dispuestos a pasar por alto al viajero. También el pasaporte es fuente de constante inquietud. Se aprende con rapidez, por los requerimientos oficiales, aquello que se convertirá en una constante: «Abrir el pasaporte es abrir el monedero», y las interminables formalidades al final de cada viaje no hacen más que recordar el suplicio soportado. El acoso y la extorsión de los guías —no solo de los canallas algo toscos, sino también de aquellos que combinan la cortesía más pulida con la vileza más refinada— son otro importante obstáculo al placer, aunque, si se tienen en cuenta las extorsiones mil veces peores que sufren los inmigrantes en nuestro país, debemos reconocer que Europa no es el hogar de todos los picaros. Sin embargo, existe un método infalible para ahorrarse estas preocupaciones: tener los bolsillos llenos. Pague a esos pillos, ríase y siga su camino. También daremos con hombres buenos, honestos y humanos, pero no son mayoría.
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Publicado el 22 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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