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— Estoy segura de que duerme.
Y, en efecto, cuando llegó al lugar de la cita lo vio tumbado en el suelo, dormido. Se apartó del coche, fue hasta él, y lo sacudió y llamó, pero en vano. Al mediodía siguiente, la vieja fue de nuevo a ofrecerle comida y bebida. El hombre se negó a aceptar; no obstante, ante la insistencia, volvió a beber otro sorbo de la copa. Poco antes de las dos fue de nuevo al jardín, al lugar convenido, a esperar la llegada del cuervo; pero, de repente, le asaltó una fatiga tan intensa que las piernas no lo sostenían; incapaz de dominarse, se tiró en el suelo y volvió a quedarse dormido como un tronco. Al pasar el cuervo en su carroza de cuatro caballos rojos, dijo tristemente:
— ¡Seguro que duerme! — y se acercó a él; pero tampoco hubo modo de despertarle. Al tercer día le preguntó la vieja:
— ¿Qué es eso? No comes ni bebes. ¿Acaso quieres morirte?
Pero él contestó:
— No quiero ni debo comer ni beber nada.
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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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