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Así que el erizo vio a la liebre, pensó jugarla una buena treta y la dio los buenos días con mucha política; pero la liebre que era un personaje muy grande a su manera y de un carácter orgulloso, no devolvió el saludo, sino que dijo con un aire muy burlón:
—¿Cómo corres tan temprano por el campo, en una mañana tan hermosa?
—Voy a pasearme —dijo el erizo.
—¿A pasearte? —dijo riendo la liebre—; me parece que necesitarías para ello cambiar de piernas.
Esta respuesta disgustó mucho al erizo, pues no se incomodaba, mas que cuando se trataba de sus piernas, porque las tenía torcidas de nacimiento.
—¿Te imaginas quizá —dijo a la liebre— que tus piernas valen más que las mías?
—Lo creo al menos —dijo la liebre.
—Eso es lo que está por ver —repuso el erizo—; apuesto a que, si corremos juntos, corro más que tú.
—¿Con tus piernas torcidas? Tú te chanceas —dijo la liebre—, pero si quieres apostaremos. ¿Qué vamos a ganar?
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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