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— Me llegaré yo a buscar al invitado —respondió el dueño.
No bien hubo vuelto el amo la espalda, Margarita puso de lado el asador con las gallinas, diciéndose: «El estar junto al fuego hace sudar y da sed. ¡Sabe Dios cuándo volverán! Mientras tanto, bajaré a la bodega a echar un traguito». Bajó muy ligera, llenóse un jarro y diciendo: «Que Dios te lo bendiga, Margarita», se echó al coleto un buen trago. «Eso del vino se pega —añadió—, y no es bueno cortarlo», y volvió a empinar el codo. Volvió luego a la cocina, puso otra vez las gallinas al fuego, bien untadas con mantequilla, y empezó a dar vueltas alegremente al asador. El asado desprendía un tufillo de lo más delicioso, y pensó Margarita: «Tengo que probarlo, no fuera caso que le faltara algo», y les pasó un dedo y se lo chupó. «¡Caramba —exclamó—, y qué buenas son las gallinas! Es un pecado y una vergüenza no comérselas cuando están a punto». Corrió a la ventana para ver si llegaban el dueño y su invitado; y como no venía nadie, se volvió a sus gallinas y pensó: «Esta ala se quemará; mejor es que me la coma». Cortóla, pues, se la zampó, ¡y lo bien que le supo! Una vez terminada, se dijo: «Hay que quitar también la otra, para que el señor no note que falta algo». Zampado que se hubo las dos alas, volvió a la ventana; pero el amo no aparecía por ninguna parte. «¡Quién sabe! —se le ocurrió—; a lo mejor no vienen, se habrán metido en alguna parte», y al cabo de un ratito: «Vamos, Margarita, anímate; una está ya empezada, otro traguito y te la comes entera; verás qué tranquila te quedas. ¿Por qué desperdiciar este don que te hace Dios?». Bajó, pues, a la bodega, echó un buen trago y se comió la gallina en buena paz y alegría,
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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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