Una mujer tenía tres hijas: la mayor se llamaba Un Ojito, porque sólo tenía un ojo en medio de la frente; la segunda se llamaba Dos Ojitos, porque tenía dos ojos como todo el mundo; y la tercera se llamaba Tres Ojitos, porque tenía los dos de todo el mundo, más uno de propina en la frente. Y como la segunda era igual que todas las personas, ni su madre ni sus hermanas la podían soportar. Siempre le estaban diciendo:
— ¡Qué niña más ordinaria! No te distingues nada de la gente corriente; no pareces de nuestra familia.
Y la trataban mal, la vestían con los peores trajes y no le daban de comer más que las sobras.
Un día, la mandaron al campo a cuidar la cabra; y la niña estaba llorando porque tenía hambre. En esto, vio a una mujer que le dijo:
— Dos Ojitos, ¿por qué lloras?.
— ¡Ay, soy muy desgraciada! Tengo dos ojos como todo el mundo, y ni mi madre ni mis hermanas me quieren; siempre me están empujando, me dan los vestidos rotos y me dejan sin comer. Hoy he comido tan poco, que me estoy muriendo de hambre.
Y la mujer que era un hada, le dijo:
— No llores más; voy a decirte unas palabras mágicas, para que ya nunca vuelvas a pasar hambre. Basta que digas a la cabra: “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y, en cuanto lo digas, aparecerá delante de ti una mesa llena de platos muy buenos, y podrás comer todo lo que quieras. Cuando termines de comer, dirás: “¡Bala, cabrita!
¡Quítate, mesita!”. Y la mesa desaparecerá.
El hada se marchó, y Dos Ojitos se quedó pensando: “ Voy a probar si todo eso es verdad, porque tengo mucha hambre”. “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y, en aquel momento, apareció una mesa con un mantel blanco y un palto, cuchillo, tenedor y cuchara de plata; y sobre la mesa había fuentes llenas de comida caliente, como si las acabaran de sacar de la cocina. Dos Ojitos rezó la oración más corta que sabía: “¡Bendice estos alimentos, Señor!”, y se puso a comer con un apetito enorme. Cuando terminó, dijo: “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y, en un momento, la mesa desapareció.
“¡Así da gusto! ¡Qué fácil es preparar la comida!”, pensó Dos Ojitos, muy contenta. Por la noche, volvió a su casa con la cabra y vio una cazuela con restos de comida que le habían dejado sus hermanas, pero no lo tocó. Al día siguiente volvió a salir con la cabra, sin coger los pedazos de pan que le habían dejado para desayunar. Las hermanas no notaron nada al principio, pero cuando Dos Ojitos dejó su comida varias veces, dijeron:
— A esa niña le pasa algo; siempre se deja la comida, con lo tragona que era antes. Debe de comer algo por ahí.
Entonces, decidieron que Un Ojito la acompañara al campo, para ver si alguien llevaba comida a su hermana. Dijo que la acompañaba para ver qué tal cuidaba a la cabra, pero dos Ojitos no era tonta y comprendió por qué iba; así que dejó a la cabra en un prado, y dijo a Un Ojito:
— Ven, un Ojito; vamos a sentarnos aquí y te cantaré una canción.
Un Ojito estaba cansada de andar y del calor que hacía; se sentó, y Dos Ojitos se puso a cantar: “ Un Ojito, ¿estás dormida?
Un Ojito, ¿estás despierta?”. Y repitió la cantinela muchas veces, muchas veces, hasta que Un Ojito cerró su único ojo y se durmió. Y entonces, Dos Ojitos dijo: “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y la mesa apareció y la niña comió con mucho apetito; dijo luego las palabras mágicas: “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y la mesa desapareció. Entonces, Dos Ojitos despertó a su hermana y dijo:
—¡Vaya una manera de guardar la cabra! Te has quedado dormida, y si no es por mí, la cabra se hubiera escapado. Vamos ya a casa.
Dos Ojitos tampoco tocó su cena aquella noche; pero Un Ojito no pudo explicar nada, y contó que se había quedado dormida en el campo. Al día siguiente, la madre dijo a Tres Ojitos:
— Hoy acompañarás tú a tu hermana; fíjate bien si alguien le lleva comida, porque no entiendo lo que le pasa.
Tres Ojitos explicó a su hermana que quería ver si cuidaba bien a la cabra, pero Dos Ojitos comprendió por qué la quería acompañar, y cuando llegaron al prado se puso a cantar: “ Tres Ojitos, ¿estás dormida?” Pero, a fuerza de repetirlo, se confundió y dijo muchas veces: “ Tres Ojitos, ¿estás despierta?
Dos Ojitos, ¿estás dormida?” Y con la equivocación, a Tres Ojitos se le cerraron dos ojos, y el tercero, el que tenía en la frente, se le quedó abierto; entonces, la niña cerró también aquel ojo para hacerse la dormida, pero por el rabillo del ojo miraba a su hermana. Y Dos Ojitos, creyendo que Tres Ojitos estaba bien dormida, dijo: “¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita! ”. Y la mesa apareció, la niña comió y dijo luego las palabras mágicas para que la mesa desapareciera. Entonces dijo a Tres Ojitos:
— ¡Te has dormido tú también! ¡Vaya una manera de vigilar a la cabra! Vámonos ahora a casa.
Al llegar a la casa, Dos Ojitos se dejó la cena; y Tres Ojitos dijo a su madre:
— Ahora ya sé por qué no come Dos Ojitos; fíjate bien lo que hace.
Y le contó la historia de la mesita mágica. La madre llamó entonces a Dos Ojitos y empezó a regañarla:
— ¡Egoísta! ¿Crees que te vas a dar mejor vida que nosotras? ¡Se te ha acabado la broma!
Cogió un cuchillo y se lo clavó a la cabra en el corazón; Dos Ojitos se marchó de la casa llorando, y cuando llegó al prado, volvió a aparecer el hada y dijo:
— ¡Han matado a mi cabrita! ¡Ya no podré decirle las palabras que me enseñaste y me quedaré sin comer!
El hada le dijo:
— No llores así; pide a tus hermanas las tripas de la cabra, y las entierras delante de la puerta de tu casa. Ya verás como eso te trae suerte.
Dos Ojitos volvió a su casa y dijo a sus hermanas:
—Hermanas, por favor, dadme algo de mi cabrita. No pido más que las tripas.
Las hermanas se echaron a reír:
— ¿Las tripas? ¡Vaya, qué boba! Por nosotras te las puedes llevar.
Dos Ojitos se guardó las tripas de la cabra, y por la noche fue a enterrarlas sin que la vieran, delante de la puerta. Y a la mañana siguiente todos se quedaron maravillados al ver delante de la puerta un árbol hermosísimo, que tenía hojas de plata y frutos de oro. No se podían explicar cómo había crecido aquel árbol durante la noche. Sólo Dos Ojitos sabía que había crecido de las tripas de la cabra y que era un árbol mágico. La madre dijo entonces a Un Ojito:
—Trepa al árbol, hija, y coge las frutas.
Un Ojito trepó al árbol, pero cada vez que iba a coger una de las manzanas de oro, la rama se le escapaba de las manos. No consiguió coger ni una sola manzana de oro, y la madre dijo:
— Tres Ojitos, sube tú al árbol, que con tus tres ojos verás mejor que tu hermana.
Tres Ojitos subió, pero le pasó lo mismo; en cuanto iba a coger una manzana, se le escapaba la rama. Entonces la madre perdió la paciencia y se subió al árbol; pero le ocurrió lo mismo que a sus dos hijas, y se quedó sin manzanas.
Dos Ojitos dijo entonces:
— Voy a subir yo; a lo mejor, puedo coger las manzanas.
Las hermanas se reían de ella:
— ¡Tú, y tus dos ojos! ¡Qué vas a poder!
Pero la niña trepó al árbol, y las ramas no se le escapaban, sino que le acercaban las manzanas; y sus hermanas, llenas de envidia, empezaron a pegarle.
Un día estaban todas debajo del árbol, y vieron llegar a un caballero joven y guapo, y las hermanas dijeron:
— ¡Vete, vete, Dos Ojitos! ¡Que no te vea el caballero, que nos dará vergüenza, con lo ordinaria que eres!
Como el caballero ya se acercaba, metieron a Dos Ojitos dentro de un tonel, con las manzanas que había cogido. El caballero paró el caballo y se puso a mirar al árbol.
— ¡Qué árbol más hermoso! ¿De quién es? Daría lo que fuera por una de sus ramas.
Tres Ojitos y Un Ojito dijeron que el árbol era de ellas, y que le regalarían una de las ramas; pero, por más que saltaron y treparon, las ramas no se dejaban coger. Entonces dijo el caballero:
— ¡Qué raro! Si el árbol es vuestro, ¿cómo no tenéis poder para coger una rama?
Las hermanas seguían diciendo que el árbol era suyo; pero dos Ojitos, que lo estaba oyendo todo dentro del tonel, echó a rodar unas cuantas manzanas hasta los pies del caballero. Estaba enfadada porque sus hermanas no decían la verdad. Al ver las manzanas de oro, el caballero se quedó muy asombrado y preguntó de dónde venían.
Un Ojito y Tres Ojitos dijeron que tenían una hermana, pero que no dejaban que nadie la viera porque era una niña muy ordinaria, con dos ojos como todo el mundo. El caballero dijo que la quería ver, y como las hermanas no le hacían caso, él gritó:
— ¡Dos Ojitos, ven aquí!
La niña salió del tonel; el caballero se la quedó mirando: era una niña guapísima, y el caballero le dijo:
— Dos Ojitos, ¿quieres cortarme una rama del árbol?
— Con mucho gusto; yo puedo cortar la rama, porque el árbol es mío.
Trepó al árbol y cortó una rama de hojas de plata y manzanas de oro, y se la dio al caballero. Y él preguntó:
— ¿Qué quieres a cambio de esta rama?
— Que me lleves contigo, caballero. Aquí me tratan muy mal; me hacen pasar hambre y sed y soy muy desgraciada. Llévame contigo, por favor.
Entonces el caballero subió a Dos Ojitos a su caballo, y se la llevó al castillo de su padre. Le dieron vestidos preciosos, buena comida y bebida; y, como el caballero la quería tanto, se casó con ella y celebraron la boda con mucha alegría.
Las dos hermanas se morían de envidia al ver que Dos Ojitos se había marchado con el caballero. Se querían consolar pensando: “Por lo menos, tenemos el árbol mágico. Aunque no podamos coger las manzanas de oro, los que pasen por aquí se paparán a mirarlas y nos haremos famosas. Y a lo mejor sacamos novio"”
Pero a la mañana siguiente, el árbol había desaparecido y las hermanas se quedaron sin nada. Y cuando dos Ojitos se asomó a su ventana del castillo, vio con alegría que el árbol estaba allí delante. Dos Ojitos vivió mucho tiempo feliz con su marido.
Una vez llegaron al castillo dos mujeres muy pobres pidiendo limosna. Dos Ojitos las miró a la cara y vio que eran sus hermanas, Un Ojito y Tres Ojitos, que se habían vueltos tan pobres, que tenían que ir de puerta en puerta pidiendo un poco de pan. Y como Dos Ojitos era tan buena, las hizo entrar al castillo y las cuidó y vistió, y mandó que les dieran de comer. Y las hermanas se arrepintieron de todo lo que habían hecho sufrir s Dos Ojitos cuando era pequeña.
Se acabó.