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— ¡Guárdate bien — dijo Yoringuel — de acercarte demasiado al castillo!
Era un bello atardecer; el sol brillaba entre las ramas de los árboles, bañando con su luz el verde de la selva, y una tórtola cantaba su lamento desde lo alto de la vieja haya.
De pronto, a Yorinda se le saltaron las lágrimas; sentóse al sol, y se echó a llorar; y también lloraba Yoringuel. Ambos se sentían presa de una extraña angustia, como si presintieran la proximidad de la muerte. Miraban a su alrededor, desconcertados, y no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba; sólo la mitad de su disco sobresalía de la cima de la montaña cuando Yoringuel, al dirigir la mirada a través de la maleza, descubrió, a muy poca distancia, el viejo muro del castillo. Aterrorizado, sintió una angustia de muerte, mientras Yorinda cantaba:
«Mi pajarillo del rojo anillo
canta tristeza, tristeza, tristeza,
canta la muerte a su pichoncillo,
canta tristeza, ¡tirit, tirit, tirit!».
2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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