Imitando el estilo y la temática de Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga construye un homenaje a su maestro que es, a la vez, metaliterario y autorreferencial. Un ambiente opresivo, angustioso, como en las obras del autor de Boston, genera una atmósfera de locura en la que todo, pese a lo improbable, es a la vez posible.
Al lado de ese franco entusiasmo, yo me sentía viejo, escudriñador y
malicioso. Era en él un desborde de gestos y ademanes, una cabeza linca
que no sabía ya cómo oprimir con la mano la frente que volaba. Hacía
frases. Creo que nuestro caso se podía resumir en la siguiente
situación: — en un cuarto donde estuviéramos con Poe y sus personajes,
yo hablaría con éste, de éstos, y en el fondo, Fortunato y los héroes de
las Historias extraordinarias charlarían entusiasmados de Poe.
Cuando lo comprendí recobré la calma, mientras Fortunato proseguía su
vagabundaje lírico sin ton ni son.
—Algunos triunfos de Poe consisten en despertar en nosotros viejas
preocupaciones musculares, dar un carácter de excesiva importancia al
movimiento, coger al vuelo un ademán cualquiera y desordenarlo
insistentemente hasta que la constancia concluya por darle una vida
bizarra.
—Perdón —le interrumpí. Niego por lo pronto que el triunfo de Poe
consista en eso. Después, supongo que el movimiento en sí debe ser la
locura de la intención de moverse...
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Publicado el 29 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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