El adolescente abrió el sobre precipitadamente y leyó:
"Carlos: todo ha concluido entre nosotros. Elvira"
Súbitamente quedó helado y estuvo a punto de caerse, como si toda la vida de su ser, precipitándose de golpe en el corazón, le hubiera dejado vacío el cuerpo.
¡Concluido, todo! ¡Ya no!... Se levantó con la vista extraviada, y miró el ropero, el mapamundi, sin saber lo que hacía. Vio en el espejo su cara lívida y descompuesta, y tornó a sentarse.
Carlos: todo ha concluido entre nosotros. Elvira. ¡Oh, qué desesperación! ¡Todo ha acabado, todo, todo muerto! ¡Muerto! ¡Cómo ella, su Elvira, su Elvira suya, ya no era más de él!
Sentía en las sienes el latido cargado que retornaba por fin del corazón en plenas ondas de angustia, y respiraba con dificultad. ¡Luego sus ojos, su voz, su amor adorado e idolatrado, anda ya! ¡Su entusiasmo de triunfar, su propia vida, nada ya! Y en un solo momento... Toda está concluido entre nosotros... ¡No, no, no!
La respiración le faltaba cada vez más, y hacíale daño el corazón hinchado en sofocante angustia.
Todo está... ¡es decir que ya nunca más le hablaría! ¡Es decir que debía olvidarla del todo! ¡Que ya nunca, nunca más volvería... a... concluído entre nosotros!
De golpe, sus cuatro meses de radiante felicidad subieron a su memoria, vertiendo en el se acabó final la desolación de lo que fue inmensa dicha un día. Su dolor fue tan grande que perdió un instante la conciencia de esa atroz realidad, y suspiró hondamente, como al final de una pesadilla que nos deja ya en paz.
Todo... ¡Sí, era cierto! ¡Allí estaban las siete fatales palabras para recordárselo! ¡Todo pasado! Entonces, ese pasado de muerta gloria ante su lamentable porvenir pudo más que sus nervios de adolescente, y lo doblegó en convulsivos sollozos sobre el papel que acababa de tronchar su dicha. Desde ese instante no fue ya más dueño de sus nervios, y lloró, con los puños estrujados contra las sienes, la ruina total de su vida.
Concluido entre nosotros... Las siete palabras subían insistentemente a sus ojos, y aun al cerrarlos fugazmente veía nítidos los rasgos sobre un fondo de tinieblas: Carlos: todo...
Todo el llanto de su irreparable desastre surgió desde entonces de aquellas siete palabras que no podía apartar más de su mente. Cuanto es desolación de dicha zozobra de golpe, y que por ser única hundió consigo en su naufragio la vida misma que ya para nada ha de servir; cuanto es amargura de amor devuelto; dolor de felicidad irreconstruíble y desesperanza suprema de alma encerrada viva en la tumba de su muerto amor, lloraba incesantemente con las siete palabras: Carlos: todo ha concluido entre nosotros, Elvira.
No le quedaba un sólo resto de domino sobre sí. Y cuando su cuerpo no fue ya más que un haz sollozante de nervios, comenzó a escribirle. Nada le pediría, no; pero que estuviera segura de que si ha habido en el mundo un dolor atroz, él lo sufría en ese instante; y que si a alguien cupo asimismo un poco de dicha en esta tierra, él también la había tenido inmensa de ella... (todo está concluido... )
Las fatales palabras no lo abandonaban más, a tal punto que debía hacer un profundo esfuerzo para arrancarse a esa idea fija.
Ese momento decidía de su vida de tal modo, que si alguna vez le fuera posible contarle cuánto la había adorado... (Está concluido. Elvira)
Una nueva crisis de sollozos tendióle de nuevo los brazos sobre el papel. ¡No, no! ¡No era posible perder así su dicha! Entonces, recogiendo bruscamente la pluma, dio cauce a la pasión que deliraba en él. ¡Elvira, alma adorada! ¡No era posible eso! ¡A todo se hallaba dispuesto, a todo menos a perderla! ¡Una palabra nada más, que le permitiera irla a ver un solo segundo, y después,... (todo está)... Sí, lloraba, lloraba en ese instante y después, y luego. ¡Pero no perderla a ella, alma, vida, amor, Elvira mía! (Concluido. Elvira)
Fue la carta a su destina y una hora después el adolescente recibía la respuesta:
"Carlos: No creía merecer esta grosería de su parte. Si no se le ocurría otra cosa, en respuesta a mis palabras, que escribí en el primer impulso de una ofuscación, hubiera sido preferible que no se burlase del cariño que hasta hace un momento pude haberle tenido. Como usted comprende, es inútil que de aquí en adelante vuelva a hacerme objeto de sus burlas. E."
Incluida en la esquela se le devolvía su carta. No contenía sino siete palabras: Carlos todo ha concluido entre nosotros. Elvira.
El delirio de su inmenso dolor había convertido al fin aquella sentencia de muerte en idea fija; y en vez de su desesperado llanto de amor, el desgraciado no había escrito sino eso.