Ser mujer puede ser una casualidad, un triunfo, una desgracia, un logro personal...
Las mujeres de este libro son, por turnos, cualquiera de estas cosas. Porque en estas historias las protagonistas son mujeres. Mujeres diversas: una sirena, una bruja de pocos años, una ama de casa, una soñadora, una mujer lunar...
Si es usted mujer, tal vez crea, tras leer este libro, que vale la pena seguir siéndolo. Si es usted hombre, quizás, sólo quizás, sienta incluso algo de envidia.
Descubrió pronto que si deseaba algo con mucha, mucha fuerza, lo
conseguía. Lo probó un par de veces, y dio resultado. La primera, con el
molinillo de café.
Era una lata, para cualquiera, moler el café con este molinillo de
madera, pesado, aburrido, con el que dabas vueltas y vueltas, y nunca
quedaba suficientemente fino. A ella le parecía que sí, que estaba bien.
Pero su madre comprobaba siempre que no, que quedaban trozos de granos,
que todavía debía seguir. Claro, pronto encontró el truco de esconderse
para no hacerlo. Pero el mismo truco descubrieron sus dos hermanos, y
le dolía luego la conciencia, cuando veía a su madre, agobiada ya por
demasiadas horas de trabajo, insistir, dale que dale, dando vueltas al
dichoso molinillo. Se le ocurrió entonces la posibilidad de que cayera
del cielo un aparatito eléctrico, uno de estos que se usaban en casa de
tía Toñi, y que resolvía el pesado problema.
En aquel tiempo, el café se compraba a granel en la tienda de Es Pla
des Monestir, y no en las bolsas ya molidas que se compran ahora en el
supermercado. En Vicent de sa Creu d’en Ramis tenía fama de vender el
mejor café, y el mejor aceite de Mahón. Era una excursión mensual, el ir
a comprar estos artículos. El aceite de colza no había enturbiado
todavía el panorama español, y era una maravilla ver cómo salía el
aceite, medido con una manivela, como formando parte de una magia no
descubierta. Pero volvamos al tema. Intentó buscar soluciones
alternativas al molinillo. Y empezó a pensar seriamente en ello. Por la
noche, en la cama, con los ojos apretados con fuerza, se concentraba en
buscar soluciones. Llegó a la conclusión de que no necesitaba encontrar
la forma de hacer el milagro: el milagro se haría solo, ya pondrían los
ciclos la manera. Ella sólo debía concentrarse en desear el nuevo
artilugio, en imaginarlo hasta su más íntimo detalle. Desde luego, no
había que pensar en comprarlo: la economía familiar no daba para estos
gastos fuera de presupuesto, y sería una locura imaginar que un dinero
necesario para cosas más imprescindibles, se destinara a algo así.
52 págs. / 1 hora, 31 minutos.
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Publicado el 6 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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