¡Mientras Haya Rosas!

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Pocos días después se la llevaban á la quinta del pueblo. Creían que de este modo no podríamos vemos. Pero no fué así. Dejé pasar una semana, y al octavo día tomé el caballo y á las dos horas estaba yo en los alrededores de la quinta.

Bonito edificio, recién levantado, blanco y lindo como un jarrón de porcelana. Sobre la cúpula del mirador se alza una veleta que figura un gallo. Jazmines, enredaderas y madreselvas son ligeros marcos de las ventanas y balcones. La entrada central tiene cuatro peldaños de granito. La verja es de hierro. Hay pocas flores. En cambio está rodeada de grandes árboles.

Empecé á dar vueltas con precaución en derredor de la verja. ¡Si se asomase! ¡Si pudiese hacer que supiese mi llegada! Esto decía yo cuando sentí que me tiraban de la cazadora. Me volví trémulo como un ladrón cogido en el robo. Un chiquillo me presentaba una cartita.

La carta decía:

«¡Al fin has venido! ¡Te esperaba! Todos los días subo muchas veces al mirador y me paso las horas muertas mirando hacia el camino de Madrid.

»Te esperaba, sí... Por aquella cinta blanca que se pierde entre dos llanuras verdes, he visto un punto negro que nadie sino yo, querido Juan, hubiese conocido que era un hombre á caballo.

»¡Has estado avanzando un siglo sin moverte, alma de mi alma! ¡Debías comprar otro caballo más ligero!

»¡Basta hoy no he comprendido bien lo que es la vela de un barco que aparece en el horizonte, y llena ella sola, con ser tan pequeña, toda la extensión del mar!

»Desiertos campos de una comarca odiosa, ¡qué animados, qué encantadores sois ahora!

»¿Será él?—me preguntaba.—Sí—contestaba mi corazón,—¡él es!

»¡Sí, tú eres! La nube de polvo que te precede se aclara, y veo tu caballo que viene al galope, hostigado por tu látigo, y adivinando quizás á qué viene. Pobrecito caballo; corría, es verdad, pero ¿cómo había de correr tanto como mi deseo? ¡No le vendas!

»¡Espérate, por Dios!... ¡Vamos á vernos ahora mismo!

»¡Mi vida, mi alma, mi Dios, espérate!»

Esperé. Rechinó una persiana, alcé los ojos; era Mercedes; hermosa como nunca, pero algo triste, graciosamente recogidos los cabellos de oro, buscándome impaciente con sus grandes ojos azules. Vestía de blanco. Me vió y me hizo señas de que bajaba.

Apareció en la escalera y empezó á bajar los peldaños. Entonces sonó adentro una voz; la voz airada de su madre que gritaba:

—¡Mercedes! ¡Mercedes!

Pero Mercedes no la oía; no quiso oírla; corrió hacia mí, y acercándose á los labios una rosa que traía y dándola un beso, me la tiró diciendo:

—¡Vete! ¡Vete! Se sabe ya que has venido. ¡Toma mi alma en esa flor! ¡No me olvides jamas! Cuando salgas del pueblo vuélvete á mirarme muchas veces... y... ¡que tu caballo no corra tanto!

¡Pobre Mercedes! Aquella lucha fué superior á sus fuerzas. Su corazón se abrió y con su sangre se la escapó la vida.

Su memoria vive en mí, como en un altar. Jamás sacrificaré su recuerdo á la memoria de otra mujer. Los años pasan y su imagen resplandece más cada día en la tiniebla de mi tristeza.

Pasan los años. Desde aquel día fatal vivo expatriado; me abruma el cielo de España; se burlaba de mí con su alegría... Este cielo brumoso se aviene mejor con los sentimientos de mi alma; me consume con su tristeza, pero no me insulta.

Entre las páginas del libro de Cervantes, donde las risas son tristes y las tristezas risueñas, poema de un loco sublime, enamorado y servidor como yo de una ideal figura, he puesto la rosa que me dió Mercedes.

Su beso palpita en la rosa todavía; las hojas del libro suspiran, como suspiraba Mercedes, cuando lo abro.

Ella dió su perfume de inocencia y de pasión á esta rosa. Y cuando abro el libro, todo el cuarto se llena de un olor suavísimo...

Es el alma de Mercedes que se difunde.•


Al fin vuelvo á España. Quiero ver antes de morir los sitios de nuestra juventud. ¡Se diría que soy un viejo, y sólo tengo cuarenta años!

Han pasado veinte desde entonces.

¡Veinte años! ¡La vida entera! He cambiado de rostro; he cambiado de cabellos, he cambiado de otro!

¡Veinte años! Es decir, ¡veinte leguas de camino explanado con fatiga, calcinado por la pasión, regado con sangre y lágrimas, cubierto de sepulturas de amigos y enemigos! ¡Veinte leguas de polvo, de alegrías y tristezas! ¡Veinte leguas iluminadas por celajes de oro que se apagan! ¡Veinte leguas de vidas, cosas, ideas y sentimientos que huyen! Y sin embargo, el pasado es mi única felicidad; es la única felicidad del hombre. De los recuerdos tejemos un vestido de fiesta para engalanarnos á solas. ¡El oleaje ha dejado un murmullo en el fondo del caracol, y el caracol murmura fuera del mar; las tempestades de la vida dejan también otro blando murmullo en el corazón!

¡El pasado es un cementerio! Pero un cementerio lleno de mariposas y de flores.

¡El pasado es polvo! Pero polvo de rosas.

Ayer quise ver la quinta. ¿Por qué? Por verla. El año pasado no había nadie; aunque la vendieron los padres de Mercedes.

¡Qué triste me pareció! Los árboles la ocultan ya casi toda. Los jazmines, las enredaderas y las madreselvas han transformado el hotel en un gran cenador. Algo se ve de la fachada; pero el sol y la lluvia la han quitado su alegría.

Hasta el gallo de la veleta no alza ya su cresta como si cantase; alguna pedrada de algún chicuelo le ha hecho bajar el pico.

Ayer, pues, fui á mirar la quinta; á pasear por la capital de mis recuerdos.

Me senté en un banco de madera que hay á poca distancia de la casa y empecé á soñar despierto.


De pronto pasó alguien por delante de mí, que me arrancó de mis imaginaciones.

Era un joven, bien puesto, bella figura y como de veinte años. Sin verme corrió hacia la verja. Una persiana rechinó, girando; una joven hermosa, de ojos azules, vestida de blanco, se asomó, le miró, alzó y bajó su linda mano como diciendo:—

¡Espera! y...

—¿Estoy soñando?—me pregunté.—¿Qué veo?

¿Qué me pasa?

... Y poco después la puerta se abría y la joven bajaba los peldaños sonriéndose... Llevaba en las manos una rosa y en la boca un beso.

¡Cerré los ojos deslumbrado por aquella visión espléndida de mi juventud y de mi felicidad!

¡Lloré como un niño!

Casi instantáneamente la visión había desaparecido.

Corrí hacia la estación del camino de hierro; el joven iba por una senda y volvía la cara hacia el hotel, alzando en la mano la rosa.

En lo alto del mirador una mujer vestida de blanco, agitaba un pañuelo.

El tren huía vertiginosamente perdiéndose en el horizonte con bocanadas de humo y todavía la joven estaba en el mirador.

¡También ella habría encontrado que la locomotora anda poco para venir, y que para volver devora el espacio!


* * *


¡Mientras haya rosas!...


Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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