Bichito

Javier de Viana


Cuento


Como érase en primavera y en pleno campo —donde el sol no encuentra estorbos a sus amores fecundos,— el amor reía en el bosque con los rojos labios de los ceibos en flor; reía en las lomas con las boquitas multicromadas de los pastos florecidos; reía con el saltarín montoncito de plumas del chingolo; reía en las plácidas pupilas de las potrancas y en las pupilas de fuego y en las crines eréctiles de los potros; en la luciente piel de los vacunos; en la blanca bondad de los ovinos; en el polvo que burbujeaba en el aire, y en la abismante suavidad celeste del gran techo.

Ese cálido efluvio que, penetrando en el alma de todos los seres les obligaba a hincharse y a reventar en flor sacudió la timidez de Horacio, decidiéndole a jugar de una vez los últimos realitos de esperanza amorosa que le restaban.

El domingo temprano recogió el bayo de las crines de ópalo, lo lavó, rasqueteó y cepilló con esmero, lo aperó cuidadosamente y, poco después de mediodía, partió a trote corto, rumbo a la casa de Ana Fermina.

Llegó demasiado temprano; los perros, cuya digestión iba a turbar, lo recibieron con inusitada belicosidad; las muchachas sorprendidas con las cabezas empapeladas y los trapillos de entre casa, tuvieron para con él una agria cortesía. Lo condujeron a la sala, se sentaron, cambiáronse frases sin objeto y dificultosamente expresadas. Dos minutos después, Rómula, la mayor, se levantó y con un breve:

—Con permiso —desapareció.

Josefa no demoró en imitarla, con el pretexto de ordenar a Bichita que cebase el mate; pero ya su hermana debió adelantarse en la galantería, pues cuando Horacio se reconfortaba con lo que consideró una táctica convenida para dejarlos solos, entró la chica con el amargo. Como concluyera en dos sorbos, Ana Fermina se levantó diciendo:

—Debe estar frío... Esta gurisa no sabe hacer nada como la gente!... —Y no obstante las protestas del mozo, tomóle el mate y salió, seguida de Bichita.

Horacio quedó solo, esperando que su amada hubiera salido para arreglarse y no demorase en volver; pero quien volvió fue la chinita, que le entregó el mate, se sentó campechanamente y se puso a observarlo con insistencia. Molesto, el mozo interrogó:

—¿Qué me mirás? —Y ella riendo:

—¡Pobre don Horacio! —dijo.

—¿Por qué, pobre?...

—No sé, es un decir... ¡Pucha!... ¡cómo arruina el amor!...

—¡Qué sabés vos gurisa!

—¿Qué sé?... Mucho más de lo que usted supone, mucho más de lo que tuitos suponen!... ¡Cuando uno se ha criao asina, guacho, rodando pu’ aquí y pu’ ayá, recibiendo una caricia de acá y una patada de allá... muchas... más patadas que caricias!... ¡pucha si se apriende!... Delante de una, las gentes hablan como delante de los animales, y como nosotros tenemos oídos y los ojos grandes y abiertos lo mesmo que lechuzón, vamos rejuntando esperencia... Vea, don Horacio: nosotros aprendemo la vida como la música: de oido no más.

—Es malo saber demasiado, Bíchita.

—¡Qué va ser malo!... Sabiendo de qué lao viene una cachetada siempre hay tiempo pa cuerpiarla!... ¿A usted nunca li han dao una cachetada?

—Nunca.

—¡No sabe!... ¿Y que más cachetada que la que le da Ana Fermina?...

—¡Bichita!

—¡Sí! —exclamó.— ¡Usté no ve!...

—Y vos ¿qué ves?...

—Veo, veo... primeramente que usté con pantalón en lugar de bombachas, y con botines en vez de botas, con ese arreglo que se ha hecho pa complacer a Ana Fermina que dende que estuvo un mes en el pueblo el campo le jiede a ruda...

—¿Qué?

—Que no es ni pozo ni aljibe: pal uno le falta soga y pal otro le sobra.

—¿Vos crees que Ana Fermina?...

—¡Es loca... por la risa!...

—Yo la quiero y ella me ha dao esperanzas... Vos debés saber...

—¡Yo sé que la calandria hace nido con palitos que rejunta de todos los laos!... ¡Ah! ¿sabe que hoy debe venir don Marcelino, aquel escrebidor del pueblo que Ana Fermina conoció en el baile del comesario?... Sí, va venir...

—¿Ella sabe?

—¡No va saber!... Pa eso se han enrrulao y han almidonao las naguas y la pollera amarilla que de plancharlas quedaron como vidrio, y... Vea’ es un decir, pero calculo que no le van’agradecer su visita hoy.

—¿Vos crees, Bichita?

—Maliseo no más.

—¡Bichita, Bichita! M’estás envenenado el alma!

—¡Qué quiere!... La culpa no es del «mío mió» sino del animal que por inorancia lo come!...

—¡Sabés mucho, Bichita!

—¡Eh!... ¡Se apriende! ¡Cuanti más golpiada está la masa, más sabroso sale el pan!...

Púsose de pie la chica y mirando al gauchito abatido con ojos burlones, dijo:

Voy a cebarle otro mate.

Y desapareció.


Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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