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Poeta y músico y cantor, componía tiernas endechas, las musicaba y las cantaba en la guitarra con arte y con pasión.
Los gauchos, cuando no tenían nada que hacer, cuando los temporales les obligaban a permanecer ociosos «verdeando» en el galpón, lo obligaban a cantar. No le obligaban: él accedía, gustoso de demostrar su superioridad en algo.
Cantaba con el alma, diciendo cosas muy lindas en frases muy torpes; y cuando esperaba tener subyugado por la emoción al auditorio, alguno exclamaba en voz alta:
—¡Le digo qu'el malacara 'e Robustiano no le hace ni la cola al overo de Umpierrey!
—¿En trescientas varas?
—Ni en veinte.
Y otro del grupo:
—Che, Feliciano, a ver si me devolvés el sobeo que te presté l'otro día!...
Nadie le hacía más caso que el caso que allí se hacía a los pájaros y a las flores. Y él sufría.
Nadie lo tomaba en serio y consideraban pagarle en exceso, ofreciéndole caña a discreción, y Santos La Luz bebía, bebía para conseguir la inconsciencia, por obtener el largo sueño en el cual su imaginación fabricaba castillos.
2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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