Bocoy de Caña

Javier de Viana


Cuento


Santos La Luz fué una equivocación de la naturaleza. Poseía cualidades sobresalientes, pero sin aplicación posible en el medio hostil donde nació y del cual no podía evadirse.

Carecía de músculos para poder traducir en hechos lo que su inteligencia concebía. No erraba nunca un tiro de lazo, pero, sin fuerzas para sujetar al bruto, la res se iba siempre, con lazo y todo.

Le sobraba coraje; pero su valor sólo le servía para hacerse golpear,—lastimar a veces,—por los otros, que eran más fuertes.

Tenía un cuerpo pequeño, de gracilidad femenina. Su rostro era bello, delicado, denunciando inteligencia en la frente amplia, con los ojos llameantes y en los labios de expresiva movilidad.

Una flor, un pájaro.

Como leía cuanto papel impreso caía en sus manos, sabía mucho; y como sus ocupaciones eran pocas, dedicaba largas horas al cultivo de las facultades intelectuales, perfectamente inútiles en el agreste escenario donde le tocó actuar.

Poeta y músico y cantor, componía tiernas endechas, las musicaba y las cantaba en la guitarra con arte y con pasión.

Los gauchos, cuando no tenían nada que hacer, cuando los temporales les obligaban a permanecer ociosos «verdeando» en el galpón, lo obligaban a cantar. No le obligaban: él accedía, gustoso de demostrar su superioridad en algo.

Cantaba con el alma, diciendo cosas muy lindas en frases muy torpes; y cuando esperaba tener subyugado por la emoción al auditorio, alguno exclamaba en voz alta:

—¡Le digo qu'el malacara 'e Robustiano no le hace ni la cola al overo de Umpierrey!

—¿En trescientas varas?

—Ni en veinte.

Y otro del grupo:

—Che, Feliciano, a ver si me devolvés el sobeo que te presté l'otro día!...

Nadie le hacía más caso que el caso que allí se hacía a los pájaros y a las flores. Y él sufría.

Nadie lo tomaba en serio y consideraban pagarle en exceso, ofreciéndole caña a discreción, y Santos La Luz bebía, bebía para conseguir la inconsciencia, por obtener el largo sueño en el cual su imaginación fabricaba castillos.

Bebía sin medida.

«Bocoy de caña», lo apellidó, un guaso, y ese nombre le quedó.

El alcohol hacía nacer diariamente en su alma, espléndidas florescencias, que se marchitaban y morían de inmediato.

Y él mismo se consumía rápidamente, enflaqueciendo, empalideciendo, achicharrándose con los efectos del tóxico fatal.

Cuanto más bebía, más ansias sentía de beber, sin saciarse nunca. ¿Y qué iba a hacer?...

Llegó al extremo del descenso físico y moral. Andaba sucio, haraposo, mendigaba miserablemente, soportaba impasible las sátiras y los insultos groseros.

Estaba ya muy cerca del final inevitable, cuando el nuevo comisario del pago, enamorado de su excelente caligrafía, le dio el puesto de escribiente, previa advertencia de que:

—La primera vez que te mames, te caliento el lomo á rebencazos, te meto en el cepo de cabeza por tres días y te largo de aquí a patadas!...

Santos no volvió a «mamarse», no volvió a beber, siquiera. Una rápida transformación se operó en él. Con la platita de su sueldo se vistió bien, se cuidó, compró apero elegante y, sintiendo vibrar una olvidada cuerda de su alma, comenzó a galantear a las mozas del pago, concluyendo por enamorarse de Josefina, la más linda y la más coqueta de las criollas comarcanas.

Ella correspondió a sus requiebros, porque en ese momento su alma de gata pérfida no tenía un ratón con qué jugar.

—Todas las flores que dé el ceibo de mi cariño serán pa vos!—expresaba Santos.

—Y todos los besos de mis labios serán tuyos,—respondía la coqueta.

—Yo m'esconderé en el nido de las calandrias p'aprender los cantos más lindos y cantártelos a vos...

—Y yo esconderé mi amor en la caja de tu guitarra pa que tenga sonidos más dulces...

Idilio de un mes.

Una tarde en que Santos llegó a los ranchos de la morocha para cantarle unas décimas rebosante de pasión, los padres de la morocha le comunicaron entre sollozos que en la noche anterior, ésta había volado en compañía de un bandolero del pago, mulato, picado de viruelas, tuerto, mellado y rengo...

En vez de regresar a la oficina, Santos La Luz enderezó a la pulpería y al siguiente amanecer, no fué Santos La Luz, sino «Bocoy de caña» quien se presentó al comisario.

Este cumplió su promesa. Lo azotó brutalmente, lo puso en el cepo y lo arrojó después a patadas...

«Bocoy de caña», detenido un momento en el descenso de su vida, rodó de nuevo, cuesta abajo, vertiginosamente.

Dos meses más tarde, en una noche de bochornosa borrachera, erró el paso del río y se tiró en una laguna donde pereció ahogado.

Su cadáver, sujeto por las sarandíes del fondo no salió nunca a flote. Las tarariras y las mojarras comieron su cuerpo, como los hombres y las mujeres, tarariras y mojarras humanas, habían comido su espíritu.


Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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