Notábase sin gran esfuerzo que la conversación no gustaba ni divertía á ninguno.
Las mujeres, cansadas de tomar mate dulce "por hacer compaña" al
intruso, hallaron modo de escurrir el bulto, una después de la otra, y
así que los hombres se quedaron solos, el forastero se preparó como para
hablar de importantes y delicados asuntos.
El dueño de casa le allanó el camino al preguntarle:
—¿Qué se habla de elesiones por allá?
—Bastante—dijo el otro—; bastante: esta vez es de á deberás.
—No comprendo.
—Bueno, para eso he venido; porque, ¿sabe?, estamos trabajando firme,
¿sabe?; y de esta hecha ó la ganamos ó nos lleva el diablo, ¿sabe?
—Yo creo más siguro que nos lleve el diablo. Convénsase, amigo; no da el potrillo pa botas.
—Yo compriendo que usted no crea: ¡las cosas han ido tan mal...!
Pero, ¿sabe?, ahora es otra cosa, ¿sabe?, porque contamos con la ayuda
de los de arriba, ¿sabe?
—¡Pa jeringarnos, como siempre!...
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