El hecho ocurrió en una provincia muy próxima a la capital, y en una época nada remota. Se impone esta advertencia, porque, de haber sucedido en el lejano norte, y durante el caos de la organización nacional, ofrecería un interés muy relativo.
Contó el caso ante numeroso auditorio, reunido en la trastienda de la pulpería principal del pago, don Melitón Zavaleta, viejo gaucho que, en sus ochenta años de vida campasina, «había visto —en su decir— de todo, menos caballos verdes, burros parejeros y justicia justiciera».
—En el tiempo de antes vide muchas cosas fieras: vide paisanos güenos palenquiaos como potros, p’hacerles aflojar el cogote; vide otros a quienes les sobaron los costillares a talerazos y vide otras cosas entuavía piores, que no las digo porque de sólo mentarlas me se descompone el estómago...
—¿Y a usted no le salpicó el barro?
—En aquel entonces,... y áura es cuasi lo mesmo,... defender la justicia era dir contra l’autoridá... Tapemo el cuerpo’el dijunto con el poncho del olvido... y vamo al cuento, qu’es achura de vaca ricién carniada...
—A mí me lo contó el escribiente de la polecía de... no quiero decir de ande, porque quien tiene esperiencia tiene sencia y el diablo sabe más por viejo que por lo que aprendió en la escuela.
—¿Hay escuelas en el infierno?
—¡Dejuro qui’a de haber!
—Pero máistros no, porque siendo la vida pa ellos un infierno, deben estar en el paraíso por santos.
—O en el purgatorio, por zonzos.
—Bueno —intervino el almacenero—dejenló a don Melitón que termine su cuento.
—Ya lo viá rematar... Es el caso que un gran comerciante’e la capital mardó a la provincia un... yo no mi acuerdo cómo los llaman... vichador... ambulante... no mi acuerdo...
—¿Un corredor?
—¡Eso es! Un corredor. Y el corredor vendió una montonera'e mercadería, muy baratito, pero al contao rabioso... El comerciante se cansó de esperar los morlacos y la güelta del corredor que tenía un apelativo sospechoso...
—¿Cómo se llamaba?
—Fuggipresto.
—¿Y fugió?
—¡Ni que hablar! ... Entonce el comerciante se puso cabrero y lo denunció a la justicia. De la capital mandaron un pliego, yo no sé si pal juez de la provincia o pa quien, por qu’en eso soy más inorante que un perro... Pero lo que me costa es que el jefe’e policía recebió la orden de caturar al nombrado Fuggipresto, andequiera que lo encontrasen, si lo encontraban.
El jefe se rascó el cogote y dispués de cavilar un rato, l'encajó una telegrama al comerciante, diciéndole que bajase a la capital de la provincia p'hablar del asunto.
Fue el interesao y el jete le dijo d’esta laya:
—«Mire, don..., yo sé ande mora el prójimo éste, cuya catura se me ordena . Está radicao en el partido de... —tampoco digo el nombre, porque los gauchos pobres como yo debemo tener cuidao con no comprometenos por darle gusto a la lengua...»
—Güeno, suponga que jué en el Bragao...
—¡Yo no sé si en Bragao o en Posadas... por algún lao jué! El caso es que el jefe habló d’esa suerte. Y el interesao, contentazo, dijo:
—¡Ayjuna! ...
—¿Era criollo el pulpero?
—No, era gringo; y él lo diría en gringo, pero yo lo tradusco asina: ¡Ayjuna!... ¡En sabiendo ande está, fácil es ganarle la bova’e la cueva! ...
—No tan fácil —respondió el jefe.
—¿Y por qué?...
—Porque yo tengo qu'encomendar la catura al coniesario’el partido.
—¿Y di’ay?
—Di’ay qu'el comisario’el partido es Fuggipresto en carne y güeso, y me parece difícil que se resine a caturarse a sí mesmo!...
—¡Estoy partido! —dijo el gringo y cayó al suelo.