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Los coronillas, los talas, los guayabos, los vivarós y los yathays, esperaban la batalla. Ellos eran guerreros a quienes una maldición divina amarró a la tierra, condenándoles a resistencia pasiva contra los guerreros sueltos y feroces, sus enemigos declarados, los vientos. Los vientos, escupiendo saña combativa, anunciaban su embestida. Los veteranos del bosque, esperaban, firmes, serenos, silenciosos, sin orgullos ni desfallecimientos.
* * *
Se echó la sombra sobre el campo y hubo un gran silencio formado
con miedos, contentos y esperanzas. Una brisa fresca pasó sobre las
campañas abrasadas. La chusma vegetal respiró a gusto. Los macachines,
las verbenas y las marcelas —¡mujeres!— irguieron los tallos y tendieron
las corolas buscando la luz de luna que prestase irisaciones a sus
policromadas pedrerías. Imprevisoras, como mujeres, las hierbas gozaron
del repentino fresco. Pero los fuertes de la selva, los aguerridos
luchadores, temblaron cual tiembla un hombre ante un peligro que no ha
de cuerpear.
2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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