Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.
La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:
—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...
—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.
—¡Jugado! —respondió ella en el acto.
Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.
Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.
Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:
—¡Come-cola, come-cola!
Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...
Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:
—Aquí le traigo el pañuelo perdido.
—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.
—Y espero me conceda esta polca...
Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:
—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.
Malambio estuvo todavía vacilando. Él tenía preparada su frase y quería ahora buscar la ocasión de decirla nuevamente. Pero la ocasión no se presentaba al parecer. Quiso atropellar entonces. Al fin y al cabo ya había dispuesto que era necesario hacer las cosas sin vacilaciones.
Y dijo:
—Vea, es que yo quería proponerle que nos casemos, porque yo la quiero mucho y dende hace mucho tiempo.
Leonilda lanzó una carcajada y dijo:
—Un mes antes lo hubiera acetado... Aura tengo novio... ¡Otra güelta comió cola!...