¿Compriende?

Javier de Viana


Cuento


A Leoncio Monge.


—Hermano ¿cómo es el estilo de aquella décima que cantó el Overito en la reunión de Tabeira?

—No mi acuerdo.

— ¿No es así?

Y Pepe López, apoyado en el mango del hacha, silbó un estilo.

—¿Es ese?

—Puede. No mi acuerdo.

Y cubierto de sudor el rostro color de arcilla, bien afirmado sobre las recias piernas desnudas, Evaristo tornó a levantar el hacha que, con ritmo lento y majestuoso, caía sonoramente sobre el tronco grueso y duro de una arnera.

Pepe López se escupió las manos y continuó embistiendo a su árbol.

Durante un cuarto de hora sólo se oyó el ruido sordo de las herramientos mordiendo la leña viva. El sol caía a plomo sobre la gramilla y las zarzas y los árboles abatidos en el reducido potril. En el contorno, los guayabos, los coronillas, los virarós apretados, estrechadas sus armazones que habían resistido a los zarpazos de los vientos, se inmovilizaban, serenos y nobles, con la tristeza augusta del héroe que va a morir una muerte obscura. Las pavas del monte, escondidas en lo más hondo y obscuro, lanzaban su queja en un canto semejante a un ruego. Muy arriba, en plena luz solar, sobre penachos de los yatays, las águilas permanecían quietas, silenciosas, solemnes, como los últimos representantes de la raza madre en el martillo.

—Hermano ¿m'empresta su tostao pa dentrar en la penca'e Farías?

—No puedo, lo necesito.

—¿Pa matreriar?

—¡Quién sabe!—replicó Evaristo siempre taciturno.

Pepe López meneó la cabeza y siguió hachando.

—¡Me caigo... y no me levanto! —gritó.—¡Siempre ha de haber un ñudo pa un apurao y un bagual pa un maturrango!... ¡Cuasi me desloma este guayabo que se volió pal lao de enlazar como gringo recién llegao!...

Rió, cantó una vidalita, y luego, con el mismo tono irónico y jaranista, preguntó:

—Hermano, a usté nunca lo ha picao una crucera?

—¿Por qué pregunta?

—Pues porque he oído decir qu'el picao por crucera queda azonzao pa tuita la vida!...

Evaristo levantó violentamente el brazo, hizo relampaguear el hacha y la dejó clavada en el tronco del árbol. En seguida, dando un paso, fruncido el entrecejo, lívido el semblante, exclamó en son de amenaza:

—¡No me hable más de la carrera perdida!... ¡Se gana la plata, pero la pasiencia, no!...

Con paso lento, la cabeza alta, la mirada a un tiempo firme y cariñosa, Pepe López avanzó hacia su camarada, púsole sobre el hombro la mano ancha y corta, morena y dura, y díjole con voz casi solemne:

—¡Es por servirlo, hermano!... Yo tamién he sido potro cosquilloso y los primeros lazazos me hicieron espumar de rabia... Dispués, cansao de bellaquiar al cuete, m'entregué mansito, mordí el freno, hice sonar la coscoja... Muchas veces suelo hinchar el lomo, pero ya no corcobeo... ¡En el camino se hacen güeyes los novillos más ariscos!...

—¡Usté sabe mi desgracia!—dijo amargamente Evaristo.

—La sé, y la compriendo... porque he pasao por el mismo paso.

—¿Usté?

—Yo, sí.

—¿Y se conserva alegre y ríe y canta?

—¿Y di ay?... ¿Quiere que llore?

Evaristo ocultó la cabeza entre las manos, y cerrando los ojos, vio desfilar los obscuros episodios de su vida. Recordó cómo y cuándo conociera a Malvina; la emoción intensa al declararle su amor; la frase turbada con que le correspondiera; luego, sus desvíos, sus coqueteos, y por fin la huida con un pardo coquimbo, tocador de guitarra... Su pena, su desesperación y la filosófica frase del padre, el viejo Anacleto.

—Confórmese, amigo; la mujer es como la mosca: ¡lo mesmo se para sobre un terrón de azúcar que sobre una osamenta!...

Y un año más tarde, abandonada por su amante, Malvina tornaba al rancho paterno, y Evaristo, olvidando la falta, se casaba con ella... Él la amaba, la amaba zonzamente... Y ella lo engañaba con... éste... con aquél, con cualquiera que ofreciese satisfacción a su vicioso organismo. Lo engañaba sin escrúpulos, porque tenía el convencimiento de que era un idiota. ¡Todos los idiotas aman de ese modo y perdonan falsías semejantes!...

Pepe López dijo:

—¿Y por qué no la larga, aparcero?

—¿Por qué?—gritó Evaristo fuera de sí;—¿por qué?... Porque el miércoles pasao, al amanecer, cuando iba llegando al rancho, vide al zaino pangaré del sargento Pintos maniao en el palenque y la puerta cerrada!... Hice volar la puerta... él se me fué... lo corrí, escapó, ¿compriende, hermano?... volví al rancho, tenía l'hacha en la mano... le abrí la cabeza, le partí el pecho, saltaron los sesos, la sangre, las tripas... ¿Compriende?... Dispués metí todo en un bolsón de lana, lo cargué con la piedra de afilar, fuí a la orilla'e la barranca en la Laguna Sucia, empujé, cayó... los camalotes se rompieron, el agua hizo gorgoritos... ¿Campriende?...

—Compriendo—respondió Pepe López tendiéndole la mano.


Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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