Cosas de Negro

Javier de Viana


Cuento


A Juan C. Guerreño.


El demonio de la sequía mortificaba á la comarca. Cien y taños días transcurridos sin llover, mientras el sol besaba cotidianamente la tierra con sus labios de fuego, dejaron las sementeras pálidas, lánguidas, mustias, exhaustas, sin potencia para germinar, idénticas á mujeres consumidas y esterilizadas con la excesiva prolongación del deliquio amoroso.

El hacendado opulento que veía pasar los días, consagrada la peonada a la ingrata labor del «cuereo», y que al recorrer el campo observaba el suelo amarillo, agrietado, loco de sed, sobre el cual erraban lentamente los vacunos flacos y tristes, apenábase, sin duda, porque aquella calamidad le absorbía todo el rendimiento del año, la ganancia esperada como justa recompensa del capital expuesto y del diario afanoso laborar.

Pero para el mísero chacarero, la perspectiva era más desconsoladora aún; su cosecha es su pan, el pan del año entero, el fruto obtenido á trueque de penas infinitas. La pérdida de la cosecha, era la miseria sonriéndole sarcásticamente desde aquel cielo azul, sin nubes, árido, inclemente.

¡No llovía!...

A veces nublábase el firmamento y las gentes salían al patio y observaban ansiosas, mudas, reteniendo la respiración «para no ahuyentar la tormenta». Hasta los perros se quedaban quietitos, sentados sobre las patas traseras, agitados los flancos, escarlata los ojos y media cuarta de lengua afuera.

Solían caer unas gotas de agua, á cuyo contacto la tierra dejaba encapar un vaho capitoso. Pero casi de seguida borrábase el aspecto caliginoso del cielo y tornaba el sol á vomitar fuego sobre las campiñas desesperadas.

Sólo las ovejas estaban contentas, comiendo raíces y sin importárseles un ardite de la ausencia del agua.

La persistencia de la sequía dibujaba, con rayos de luz, un cuadro sombrío para los infelices moradores de la comarca, quienes intentaron un último recurso, yendo á implorar la piedad divina.

Reuniéronse los labriegos, coincidieron en el propósito, pero considerando que, para solicitar algo á los poderosos—y Dios debe serlo más que nadie,—siempre resulta más práctico hacerlo por intermedio de persona influyente, se fueron á ver á Enrique Queirolo, chacarero al por mayor, y que, siendo muy amigo del cura, tenía algunas relaciones con Dios.

Queirolo, servicial, buen creyente y capaz de cantar una petenera sobre la parrilla en que asaron a Moctezuma, accedió gustoso y fuese á ver al padre Bianchetti, santo prelado napolitano para quien la sangre de Cristo se transfuga anualmente en los viñedos de Barbera.

—Padre—empezó Queirolo:—¿Si hiciésemos un a petendam pluvíam?

—Ma parece buono.

—¿Si sacásemos en procesión al patrón del pueblo?

—¿Á santo Benito?

—¡Pues!

—Ma parece lindo... Ma, sapese, cuesta matina tenguc que decirle coiné cinco misa á Santo Benito... Son misa pagata, ¿sái?... Pagato puoco due pesi el máximum... ma precisa cumplire... Dopo al meso jorno sacamo al Santo Benito, lo sacamo, andate tranquilo... ¡Per San Genaro! si questo cane de negro no fa llovere, lo meto tuta setimana de facha al...

—¡Padre!

—¡Ah! Escusa. ¡Qué la santa Madona me perdone...


* * *


A las tres de la tarde, la gente del pueblo, aumentada con numerosos vecinos de las chacras, se hallaba reunida en la iglesia parroquial, de donde partió, con el ceremonial acostumbrado, la procesión encabezada por San Benito.

Una hora después, la ceremonia había terminado; y una hora después ennegrecíase el cielo, rugían los truenos, serpeaban los relámpagos... y caía sobre la pobre, asolada comarca, la más formidable de las granizadas...

Queirolo, compelido por sus colegas, fue á pedir una explicación del fenómeno al buen padre Bianchettí, quien después de servirse y de beber la última copa de Barbera, respondió con beatífica calma.

—¿E qué querese ché?.... Santo Benito e negro é lo negro, no lo sábese, dopo el meso jorno, sempre hacene cosa de negros!...


Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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