Crímenes Gauchos

Javier de Viana


Cuento


Agotábase el día, lentamente, como en un bostezo de fastidio; de fastidio y de rabia por la rigurosa inclemencia del sol.

Huyendo del galpón, —que con sus muros de piedra y su techo de cinc ofrecía la temperatura de un horno caldeado al rojo blanco,— los peones preparaban el asado bajo la enramada, tomando, entretanto, el cimarrón con agua tibia.

Todos estaban fatigados con la ruda labor del día, idéntica repetición de la que venían ejecutando desde una quincena atrás. Desde el alba hasta el crepúsculo, pasábanlo en el campo, sin comer, sin matear, cuereando las docenas de vacunos y los centenares de lanares que el carbunclo y el saguaipé, en infame consorcio, abatían diariamente.

Ninguno protestó, sin embargo, ni a ninguno se le ocurrió exigir aumento de salario. Es verdad que al frente de ellos, estaban el patrón, el septuagenario don Amadeo, y sus cinco hijos varones, estimulándolos con el ejemplo y obligándolos a la abnegación y al sacrificio. Y es verdad también que don Amadeo era el padre y el amigo de todos ellos. Con ese elocuente grafismo de la parla gaucha, alguien lo definió diciendo:

—Pal patrón, un tajito en cualquier parte del cuerpo le resultaría una puñalada mortal, porque el corazón le enllena tuito el cuerpo.

Mientras los peones descansaban, esperando ansiosos que estuviese a punto el asado, don Amadeo inspeccionaba los cueros vacunos estaqueados en el patio y los lanares colgados del cerco de alambre. De pronto se irguió para mirar a! campo.

—Ahí viene llegando un forastero, —dijo;— y pu’el caballo tordillo de sobrepaso, se me hace qu'es mi compadre Aranga.

—Y es él, mesmo... ¿Qué diablos lo trairán a mi compadre Uranga a estas horas?...

Ambos viejos se saludaron con el afecto de una amistad de medio siglo. Ambos tenían en sus semblantes severos, la misma expresión de resignada tristeza. Uranga había sufrido mucho más que su compadre con las pestes asoladoras, por cuanto su campo y sus haciendas eran infinitamente menores que los de su lindero. Sin embargo, sabía afrontar severo la adversidad.

—¿Sigue muriendo l’hacienda? —interrogó don Amadeo.

—Como moscas, —respondió el visitante.— Ganao ya cuasi no me queda y la majada se muere, sin darnos tiempo ni pa cueriar.

—¡Año perro!

—Dios sabe lo que hace. Trabajaremos más.

—Cuando uno s'enllena con un asao gordo, debe pensar que en otro día deberá contentarse con un pedazo de pulpa flaca... ¿Y qué lo trai pu’acá, compadre?...

—Oiga, compadre. Yo sé que usté y su gente están reventaos de trabajo y sin embargo vengo a cargosiarlo porque se trata de un servicio muy grande, que sólo puede pedirse a un amigo como usté.

—Vaya diciendo, compadre. Los amigos son las ocasiones.

Reconcentróse el gaucho como para armar el lazo de su pensamiento y dijo con voz de solemne sinceridad:

—Allá voy, pu’el camino ’el medio y largando sin partidas... Pa remediar el desastre, en lo posible, mis dos hijos mayores se jueron a tropiar y yo me quedé con los gurices. Damián, el mayor, tiene veinte años.

—Mi ahijado.

—El mesmo... Güeno; el jueves pasao me mandó llamar don Lisandro Larrosa y me propuso una linda comisión pa que le juese a comprar cinco mil reses, lejos de acá, ande no haya peste, pa repoblar su campo.

—¡Lindo negocio, compadre!...

—Lo creo; pero asina y todo no lo hubiese acetao a haber sabido lo que supe ayer... ¿Sabe quién anda en el pago?... Ruperto Méndez.

—¿Aquel mulatillo cachafaz que supo ser pión mío?... Yo lo tuve que despedir por haragán y desvergonzado. Se lo pasaba jugando al naipe, dándole a la prosa, tocando la guitarra y haciéndole el amor á tuitas las mujeres, viejas o mozas, casadas o solteras... Mal bicho...

—Muy malo, con más veneno que una crucera y traicionero como bagual tuerto. Pues el mulatillo ese, hace un par de años anduvo rondiando a m’hija Paula, que recién pa la primavera va’cumplír diesisiete años...

—¡No lo vi’a saber yo, que tamién d’ella soy padrino de olios!...

—Güeno. Yo lo espanté ensiguidita y no volví a tener noticias suyas hasta antiyer, en que supe qu'estaba de vuelta en el pago, en compañía de tres o cuatro liendres como él, con quienes habían ganao una carretonada de pesos contrabandiando haciendas pal Brasil.

—Mucho d’él robao, a la cuenta.

—Cuasi seguro. Pero es el caso, compadre, que yo tengo mi palabra empeñada a don Lisandro y debo ausentarme por unos tres meses, yendo hasta Corrientes, pueda ser hasta el Paraguay, en busca de ganaos ... Y le tengo miedo al bandido, y en mis ranchos no queda pa defender mi honra más hombre que Damián. Metido en este barrial, he venido a verlo, pa pedirle que me mande un hombre de confianza pa que sirva de perro bravo, guardián de la casa.

Don Amadeo levantóse emocionado, estrechó la mano de su amigo, y díjole:

—Vaya tranquilo, compadre. Le vi’a mandar un perro viejo, pero qu'en tuavía sabe morder, y no se duerme.

—¿Quién?...

Yo mesmo. Mi ahijada es un churrasco muy lindo, pero por más que la codiseen, no hay zorro que lo saque del gancho estando yo de guardia.

Pocos días después, la prensa de la capital publicaba una noticia policial, que, con ligeras vacantes, decía así:


»En el partido X de la provincia de Buenos Aires se ha producido un crimen repugnante que pone una vez más de manifiesto el instinto sanguinario y la inmoralidad del gaucho, del cual felizmente, van quedando pocos ejemplares.

«Amadeo Sosa, hombre de setenta años, aprovechando la ausencia de su amigo y compadre, Félix Uranga, intentó violar a su ahijada, la menor Paula Uranga. La providencial llegada de Ruperto Méndez, un joven y muy apreciado tropero, novio de la niña, impidió que se consumase el hecho infame. Pero el caballeresco defensor pagó con su vida su abnegación, cayendo acribillado a puñaladas por el viejo libidinoso. Uno de los peones que acompañaban a Méndez, saliendo en su defensa, mató de un tiro al viejo gaucho canalla.»


La justicia hizo justicia absolviendo de culpa y pena al asesino.

Uranga y su familia hicieron al noble gaucho una justicia mejor, teniendo constantemente florido su humilde sepulcro y reverenciando a todas horas su memoria.


Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Leído 1 vez.