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—En la enramada hay dos caballos ensillados: y si no me equivoco, uno es el zaino del comisario Morales.
—¡Eh!...—exclamó Caraciolo con expresión de disgusto; pues, por lo general la visita de la policía nunca llevaba a los moradores de los ranchos otra cosa que incomodidades e inquietudes.
Llegaron. Felipe no se había equivocado: en el galpón, al lado del fogón, haciendo rueda al costillar que se doraba en el asador, estaban el comisario y el sargento, haciéndole honor al amargo que cebaba el viejo Leandro.
Al respetuoso saludo de los peones, el comisario respondió con amabilidad inusitada:
—¿Qué tal, juventú, como les va diendo?... ¿Rejuntando solsito pal invierno?... Sientensé no más, por mí, no hagan cumplimientos.
Y luego, dirigiéndose al viejo Pancho, el comisario continuó el relato interrumpido por la llegada de los peones.
—Pues, como les iba diciendo, los diareros de la capital, chiyaron tanto que el menistro no tuvo más remedio que mandarme atracar un sumario.
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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