A Otto Miguel Cione.
Si por hombre bueno se entiende aquel que ríe siempre, que
divierte á los demás con sus decires, que perdona ofensas y renuncia
derechos, que infamado, tiene lástima por el infamador, que robado,
prefiere perder su bien á abrirle la cárcel al ladrón; al que siente
lástimas, compasiones y misericordias; al que, frente á la falta ó al
delito, busca atenuantes en vez de agravantes... don Bruno Sepulveda no
era un hombre bueno.
Todo lo contrario. Era estúpidamente honrado y recto; tenía un carácter absurdamente inflexible, y no existían para él sino hombres honrados y hombres pillos, hombres trabajadores y hombres haraganes. Para aquel á quien juzgaba dotado de las dos cualidades primarias de honestidad y laboriosidad, su bolsa estaba siempre abierta, por grandes ó por pequeñas sumas. Abría y reabría créditos y en ocasiones tomaba el grueso lápiz de carpintero, que usaba para sus apuntes, y borraba de un rayón una deuda.
Cuando alguien necesitaba de su ayuda para trabajar, su ayuda era segura; pero implacablemente impedía desensillar y le negaba un churrasco al gaucho vagabundo y haragán, que rueda de rancho en rancho imponiendo el prestigio de sus habilidades en el manejo de la guitarra y del facón.
Con tal carácter, don Bruno Sepúlveda, pasaba en el pago por un hombre malo. Casi siempre y en casi todas partes acontece lo mismo: al que es fuerte y justo, se le califica de malo.
A don Bruno se le acusaba de haber propendido á la captura y enjuiciamiento de varios gauchos rateros; de mantener amistad con el comisario, siendo el comisario de filiación política contraria á la suya; de haber quitado una chacra de maíz dada á un criollo que pasaba la vida en las pulperías, reemplazándolo por un tano roñoso que no paseaba, no jugaba, no bebía y era bestialmente trabajador, pero que no sabía bailar, ni tocar la guitarra, ni cuidar un parejero... Y en esa forma y de esa índole, el capítulo de los cargos era interminable.
Un día cayó á la estancia Marciano Ruiz, muchacho fornido y de linda estampa.
—Vengo de lejos—dijo;—somos diez hermanos y en el campito de mi padre ya no cabemos... ¿Hay ocupación aquí pa un hombre juerte, trabajador y honrao?
Don Bruno clavó en éi sur, ojos acerados, y con su invariable voz grave, contestó:
—En mi casa siempre hay ocupación para los hombres fuertes, trabajadores y honrados... Quédese y probaremos, pero vaya sabiendo que el día en que falle una de esas condiciones, no tiene más que ensillar y marcharse.
—Comprendido—respondió Marciano.
La prueba fué satisfactoria. El muchacho resultó laborioso, activo, inteligente y honrado á carta cabal. Gradualmente fué ganando las simpatías del patrón, quien no las exteriorizaba en palabras, sino en continuo aumento de posición y de sueldo y con frecuencia regalos. A los cuatro años de su ingreso en la estancia, Marciano había llegado al empleo superior de mayordomo y poseía un buen plantel de vacunos que procreaban en el campo.
Y he ahí que al final de esos cuatro años, después de terminada la esquila, Marciano se presentó á don Bruno y le dijo:
—Patrón, vengo á pedirle que me arregle la cuenta, porque he resuelto dirme.
Asombrado Sepúlveda interrogó:
—¿Irte? ¿Por qué?...
—Vea, patrón; yo estoy muy agradecido á los favores que usted me ha hecho, y por esa misma razón debo marcharme y me marcho.
—Está bien—replicó severamente el ganadero;
—pero también me debes dar una explicación y te la exijo.
Titubeó el mozo.
—¿Usted la exige?
—Sí, la ordeno.
—Pues bien, es esta: yo amo á su hija Inés, ella me ama... Poco á poco y sin pensar en lo que hacíamos, sin darnos cuenta, quizá, nos hemos ido dejando resfalar... Yo sería un loco si soñase con que Inés puede ser para mí... pero, como el cariño me ha cavao muy hondo y no puedo arrancarlo, es juerza que me vaya... Además, usted mesmo me albirtió que cuando dejase de ser juerte, trabajador ú honrao, debía ensillar y marcharme... He dejao de ser honrao, engañándolo á usted á quien tanto debo... y me marcho.
Don Bruno, que había escuchado en silencio,6 dijo con calma inmutable:
—Lo que me acabas de contar, ya lo sabía: me lo dijo Inés hace una semana y me he callado, esperando saber si seguías siendo honrado; tu proceder me prueba que lo sos más de lo que yo pensaba... Quedate y fija fecha para el casorio...