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Sin embargo, éste lo perseguía de todos modos.
* * *
Había en la estancia un gran perro barcino, muy viejo, muy feo,
sin cola, sin orejas, sin dientes; el cuerpo lleno de costurones, algo
rengo, casi ciego, la mitad de la cabeza pelada, mostrando antigua
cicatriz, consecuencia de quién sabe qué inconfesable artería.
Era un gaucho. Era un gaucho de inclinación como de raza, apegado a su tiempo y a sus costumbres, sudando desprecios por lo extraño y por lo nuevo. Sus pocos pelos, siempre revueltos y siempre sucios, constituían poncho suficiente para resguardarse del frío. Extremadamente sobrio, llenaba la tripa con cualquier piltrafa y dormía bien en cualquier parte: al sol, en una siesta abrasadora, a la intemperie en una de esas noches de helada grande que siembra harina en el campo y hace vidrio en los charcos.
De cuando en cuando desaparecía de las casas, pasando una semana, y a veces más, en ignoradas orgías, de las cuales regresaba más flaco, más consumido, "gediendo" a osamenta, malhumorado, gruñón y autoritario como siempre. Porque, eso sí, fiestas no hacía él a nadie ni con nadie jugaba, ni nadie se permitía juegos con él. Cuando enarcaba el lomo, enojado como una hiena, y escondía entre los muslos el muñón de la cola y mostraba las negras encías desguarnecidas, toda la caterva se echaba a un lado con una admiración y un respeto servilmente humanos.
8 págs. / 14 minutos.
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Publicado el 28 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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