El Tiempo Borra

Javier de Viana


Cuento


En el cielo, de un azul inmaculado, no se movía una nube. Esparcidos sobre la planicie de inabarcables límites, multitud de reses, casi inmóviles, salpicaban de manchas blancas y negras, amarillas y rojas, el verde tapiz de las pasturas de otoño. Ni calor, ni frío, ni brisas, ni ruidos. Luz y silencio, eso sí; una luz enceguecedora y un silencio infinito.

A medida que avanzaba, a trote lento, por el camino zigzagueante, sentía Indalecio que el alma se le iba llenando de tristeza, pero de una tristeza muy suave, muy tibia, experimentando sensaciomes de no proseguir aquel viaje, de miedo a las sorpresas que pudieran esperarle a su término.

¡Qué triste y angustioso retorno era el suyo!... Quince años y dos meses llevaba de ausencia. Revivía en su memoria la tarde gris, la disputa con el correntino Benites por cuestión de una carrera mal ganada, la lucha, la muerte de aquel, la entrada suya a la policía, la amarga despedida al pago, a su campito, a sus haciendas, al rancho recién construido, a la esposa de un año.. Tenía veinticinco entonces y ahora regresaba viejo, destruido con los quince de presidio... Regresaba... ¿para qué?... ¿Existían aún su mujer y su hijo? ¿lo recordarían, lo amarían aún?... ¿Podía esperarle algo bueno a un escapado del sepulcro?... ¿Estaba bien seguro de que era aquel su pago?... Él no lo reconocía. Antes no estaban esas grandes poblaciones que blanqueaban a la izquierda ni las extensas sementeras que verdeaban a la derecha.

Y cada vez con el corazón más oprimido prosiguió su marcha, espoleado por fuerza irresistible.


¿Era realmente su población aquella ante la cual había detenido su caballo?... Por un momento dudó. Los paraísos que la sombreaban, los había plantado él; el horno de amasar, el chiquero de cerdos, la huerta de hortalizas, nada de aquello existía en su tiempo. Sin embargo, el rancho, a pesar del techo de zinc que reemplazaba el de paja quinchado por él, era su mismo rancho: lo conocía en el tallado de los horcones y en la comba del tirante frontal.

—¡Bájese! —gritóle desde la puerta de la cocina una mujer añosa, que, enseguida, anudándose el pañolón que le cubría la cabeza, fué hacía él, seguida de media docena de chiquillos curiosos.

—¿Como está?

—Bien, gracias; pase pa adentro.

Ella no lo había reconocido; él presentía a su linda morochita en aquella piel cansada y aquellos mechones de cabello gris que aparecían bajo el pañolón.

Entraron en el rancho, se sentaron, y entonces el dijo:

—¿No me conocés?

Ella quedó mirándolo, empalideció y exclamó con el espanto de quien viera aparecer un difunto:

—¡Indalecio!

Los ojos se le hicieron agua y los chicos la rodearon, se le prendieron del vestido y comenzaron a chillar. Cuando se hubo calmado un poco, habló creyendo sincerase.

—Yo estaba sola, no podía cuidar los intereses; hoy me robaban una vaca, mañana me carneaban una oveja... dispués, habían pasao cinco años; tuitos me decían que vos no volverías más, que te habían condena© por la vida... entonces... Manuel Silva me propuso que nos juntásemos... yo resistí mucho tiempo... pero dispués...

Y la infeliz seguía hablando, hablando, echando palabras desesperadamente, repitiendo, recomenzando, defendiéndose, defendiendo su prole; pero hacía rato que Indalecio no la escuchaba. Sentado frente a la puerta, tenía delante el amplio panorama, la enorme planicie verde, en cuyo fin negreaba el bosque occidental del Uruguay.

—Vos comprendes —proseguía ella,— si yo hubiera creído que ibas a dar la güelta...

Él la interrumpió:

—¿Tuavía pelean en la Banda Oriental?

Ella quedóse atónita y respondió:

—Si; los otros días bandió una juerza de acá, por las puntas de la laguna Negra, frente a Naranjito, y...

—Adiosito —interrumpió el gaucho.

Y sin hablar una palabra más, se levantó, fué al galpón, desmaneó, montó y salió al trote, rumbo al Uruguay.

Ella quedóse de pié, en el patio, mirándole atónita, y cuando lo perdió de vista, dejó escapar un suspiro de satisfacción y se volvió apresuradamente a la cocina, sintiendo chillar la grasa en la sartén.


Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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