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Este texto forma parte del libro «Abrojos».
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Si había que levantar un muro, componer una azotea, remendar un tejado, construir una puerta o arreglar una máquina descompuesta, era forzoso recurrir a Pomidoro. Y de esta pluralidad de ocupaciones, juntando pesos con centavos, iba formando libras esterlinas destinadas a la obscuridad del botijo.
Campoverde no tenía mala voluntad para su arrendatario; empero, en su orgullo de criollo, despreciaba al «gringo», encontrando lo más natural que éste, cada vez que se acercaba, se quitase el sombrero y lo saludara con un respetuoso:
—¿Come istá dun Inacio?
Mientras él, sin tocar siquiera el ala del chambergo, respondía invariablemente:
—¿Cómo te va, gringo?
Pero aconteció que un año los negocios de Campoverde fueron muy mal: perdió todas las carreras en que entró. Y no se podía decir que por incompetencia o por desidia en el cuidado de los parejeros. Eso no. Hombre de conciencia, sabedor de que la platita hay que defenderla, dormía junto a sus caballos, se levantaba de madrugada, —fuese malo, fuese feo el día,— para trabajarlos, y no se detenía ante ningún sacrificio para adquirir el mejor maíz y la mejor alfalfa. Cuando le hablaban de eso le daba rabia.
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Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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