En la Orilla

Javier de Viana


Cuento


Al eximio pintor nacional Pío Collivadino.


Casi en seguida de cenar, apenas absorbidos dos cimarrones, Santiago abandonó el balcón y fué á recostarse al cerco del guardapatio, recibiendo con fruición la gruesa garúa que no tardó en empaparle la camisa. Con el cuerpo en actitud de absoluto abandono, con el chambergo en la nuca, tenía la mirada persistentemente fija en el horizonte obscuro.

En su mente de baqueano desarrollábase, con precisión de detalles, todo el paisaje borrado por las sombras: la loma acuchillada; un cañadón pedregoso, tras el cual el alambrado y la cancela, abriéndose sobre el camino real que corre, casi en línea recta, cosa de cinco leguas hasta el fangoso y temido paso de la Espadaña en el sucio Cambaí; después, cortando campo —y cortando alambrados— se podía, en cuatro horas de buen galope, ganar la frontera brasileña; en total, unas veinte leguas, una bagatela, no obstante estar pesados los caminos con la persistente llovizna de tres días...

Más de veinte minutos permaneció Santiago en muda contemplación; y más tarde, trasponiendo el guardapatio, fué hasta donde pacía, atado á soga, su doradillo. Le tanteó el cogote, le palmeó el anca, le acarició el lomo, y volvió, con calmosa lentitud, hacia las casas. Penetró en su cuartito; puso sobre el cajón que le servía de baúl el cinto, la pistola y el facón; armó y encendió un cigarrillo y se tiró vestido, boca arriba, sobre el catre de cuero, aflojándole la rienda al pingo de la imaginación.

Estaba tranquilo. La agitación febril de los días anteriores desapareció cuando su espíritu se hubo detenido en una resolución irrevocable: Bonifacio no se casaría con Josefa por la suprema razón de que los muertos no pueden desposarse.

En cuanto á ella... Á ella pensó matarla igualmente, pero el cariño se le atravesó por delante, defendiendo á la ingrata... Ella que viviese, que fuese feliz—si se lo permitía la conciencia,—pero no con aquel hombre que había sido su mejor amigo, su camarada inseparable, su hermano de corazón... y le había robado el amor de su prenda!...

La evocación de este recuerdo agitó violentamente al gauchito, que supo serenarse en seguida. Se levantó, y andando con paso tranquilo fué hasta el galpón. No había nadie allí: en un rincón, rojeaba el trashoguero rodeado de tizones apagados; al lado, la caldera y el mate; junto á éstos, con el hocico entre las cenizas tibias, dormitaba el gran perro barcino. Satisfecho, Santiago exclamó:

—¡Va güeno!...

Con el mismo paso firme y lento fué en busca de su doradillo, lo recogió de la soga, y, luego de ensillar prolijamente, lo ató de la rienda á un poste del guardapatio. Hecho eso, volvió al cuarto, se colocó el cinto y las armas, se echó al hombro las maletas y el poncho, y disponíase á salir cuando un bulto blanco apareció en la puerta.

La lluvia había cesado y, á la relativa claridad del cielo, Santiago reconoció á Josefa... ¿Qué iba á hacer allí á horas semejantes?... Ella lo empujó hacia el interior de la pieza y, echándole los brazos al cuello, díjole con voz llorosa:

—¿Qué vas á hacer, Santiago?... ¡El viejo Paulino me ha contado todo!... ¡Vas á matar á Bonifacio!...

Él quiso rechazarla, pero los brazos y el aliento de ella lo quemaban.

—¡Déjame, Josefa! ¡déjame!—suplicó.

—¡No! ¡no!—yo no quiero que hagas eso, yo no quiero que te perdás por mí!... Por mí, que te he querido, que te quiero siempre!...

—¿Vos, Josefa, vos, que te vas á casar con él!—interrogó el mozo, casi rendido; y ella, cariñosa, mimosa, felina, respondió:

—Hay que comprender la vida, queridito... Yo no tengo nada, vos tampoco... él es casi rico, es mayordomo de la estancia, tiene ganados, hace lo que quiere... ¿comprendés?...

Santiago la apartó de sí con un gesto brutal y dijo rabiosamente:

—¡Compriendo!... Compriendo qu’he sido un animal queriendo á una yegua como vos, que me ha empujao hasta la orilla del crimen!...

—¡Santiago!... ¡Santiago!—clamó ella; y él, apartándola con mayor violencia, exclamó:

—¡Quedate con él, casate con él y harán una yunta pareja!... ¡Tienen el alma igual, negra como hollín, falsa como rial de estaño!... ¡Ni él ni vos valen una bala de mi pistola!...

Y con paso rápido, Santiago salió, llegó al guardapatio, montó á caballo y partió al trote rumbo á la portera de la cañada pedregosa, rumbo al Cambaí, rumbo al Brasil, adonde llegaría antes de la hora calculada, pues iba alivianado de dos pesos grandes: una ilusión y un crimen!...


Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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